miércoles, 6 de diciembre de 2023

Nubes y sangre.

 

Aquellas nubes llenas de polvo y misterio cada vez estaban más cerca, y finalmente la muchacha se dio cuenta de su presencia. Miró en derredor, pero no quedaba nada en aquel maldito lugar. Sus abuelos contaban historias de cómo en sus tiempos jóvenes aquello había sido un frondoso bosque. Incluso hablaban de hadas y dríades que vivían allí, pero todo cambió con los asedios. Aquella zona, por su situación estratégica en medio de los dos reinos, prácticamente en todas las generaciones había sufrido asaltos, pero, por lo que contaban sus abuelos, en su época aquello había sido un verdadero infierno.

Según narraban, un día todo el bosque ardió, y una inmensa columna de fuego lo cubrió todo. Allí prácticamente desapareció el pueblo, que siempre había vivido principalmente de la madera que talaban del bosque. Muchos aldeanos perecieron a causa del fuego, o del humo, y otros tantos lo hicieron a causa de las heridas de la refriega que sobrevino al incendio. Aun así, las pocas personas que sobrevivieron se negaron a abandonar aquellas tierras, en honor a sus familiares y amigos fallecidos, y se convirtieron en un icono de la rebelión. Gracias a su resiliencia, el reino entero se volcó en aquella guerra y consiguieron derrotar al ejército invasor. Todavía en la corte se cantaban las épicas tonadas que compusieron los bardos…

Bloqueada por el miedo, Anya se desplomó en el suelo, cansada. La incertidumbre la derrotó, algo que ni el dolor ni el horror que había vivido había conseguido. Ahora, además de ver cómo la nube crecía por momentos, un sonido rítmico se escuchaba cada vez con mayor claridad. Tacatá tacatá, una y otra vez. El lobo, cada vez más nervioso, empezó a rodear a Anya de manera protectora, una vuelta en cada sentido.

El horizonte por fin tomó forma, y un pequeño regimiento de caballeros apareció de la nada. No era un gran contingente y a pesar de la dificultad, Anya se percató de que no llevaban los colores del reino, sino los del imperio. Volvían a rematar su jugada maestra, querían enviar un mensaje, y no querían que nadie pudiera avisar al resto de villas de su ataque. A medida que acortaban distancia, se oyeron sonidos metálicos producidos por el desenvainar de las espadas. La habían visto, y ahora por fin podría descansar. Descansar de verdad. Volvería a ver a su hermano, y sus padres la recibirían con los brazos abiertos.

Cerró los ojos, preparada para marcharse de aquel lugar lleno de dolor y sufrimiento. Escuchó como el lobo se alejaba, casi podía escuchar su enfado por la forma en la que sus patas golpeaban la tierra. Se sintió temblar. No, era el suelo el que temblaba, abrió los ojos al tiempo que gritos de dolor y aullidos salvajes desgarraban sus oídos. El lobo había desmontado a cuatro caballeros, y estaba arrastrando a uno de ellos de lado a lado. Los tres que quedaban sobre sus monturas se estaban acercando para herir al animal, pero sendas saetas los desmontaron en una fracción de segundo. Los caballos se encabritaron y huyeron, sin siquiera una mirada a sus jinetes. El lobo había soltado su presa y se abalanzaba contra otro de los soldados heridos, y uno por uno los remató. Se volvió, enseñando los dientes y gruñendo, mirando fijamente al grupo de tres hombres que habían llegado junto a Anya.

-          Tranquilo, amigo, hemos venido a ayudar- dijo el primero de ellos, un hombre vestido con ropajes sencillos pero elegantes. Estaba enfundando su arco, mientras enseñaba la otra mano levantada al animal, tratando de tranquilizarlo-. No deseamos haceros daño, de verdad.

El lobo pareció entenderlo, porque cerró el hocico y se calmó un tanto. Se giró, olfateó los cadáveres y se detuvo en uno de ellos. Parecía buscar algo. Levantó la cabeza despacio, y, tras mirar a los hombres de uno en uno, se acercó al que había hablado. Llevaba algo entre los dientes.

domingo, 3 de diciembre de 2023

Perdido y encontrado

             Avanzó cabizbajo entre las casas semiderruidas que quedaban en aquel páramo perdido. Aquí y allí había algún intento de empalizada, algún murete en ruinas, y armas, muchas armas desperdigadas por el suelo. Había llegado tarde. Su instinto le había avisado antes de que sucediera aquél ataque pero él no había creído posible semejante despliegue por parte del imperio. De hecho… no deberían haber sido capaces. Alguien les tenía que estar haciendo parte del trabajo sucio, tenían que tener un espía entre sus filas.

            Él había llegado a capitán a una edad muy poco habitual. Apenas había cumplido veinticinco años cuando el Rey lo había llamado a sus aposentos para informarle de su decisión. Sus hazañas en el campo de batalla no eran pocas, pero lo que más valoraba el Rey era su visión estratégica. Pasó a ser un miembro más del consejo de Su Majestad, y desempeñó más labores de las que le correspondían, pero prácticamente todas sus decisiones habían llevado al reino a una mejor posición. Sin embargo, todo estaba a punto de cambiar.

-  Necesito que busquéis supervivientes. Alguien ha tenido que escapar, necesitamos un testigo que nos informe de sus números, al menos- informó a su segundo con voz inexpresiva y un terrible dolor en sus ojos-.

-          ¡Sí, señor!

            

            Mientras tanto, a una buena distancia de allí, una joven seguía corriendo a pesar de tener todo el cuerpo magullado y dolorido. Tenía las rodillas en carne viva de tantas veces que se había tropezado, pero aquello no podía detenerla. Su corazón bombeaba sangre con una fuerza inusitada, y ella creía que iba a caerse derrotada con cada paso. Pero sin embargo, no lo hacía. Una energía interna la obligaba a seguir adelante, sin importar qué le pasara. Su cabello estaba ensangrentado, la ropa le colgaba de manera extraña, hecha jirones aquí y allí. Parecía que llevaba en el camino años, y no sólo unas pocas horas.

        Hacía ya bastante rato se había encontrado con un lobo solitario, que estaba acurrucado a la sombra de un inmenso árbol. Al oler el aroma de la sangre, el animal levantó el hocico y olfateó para descubrir su procedencia. Al ver a la humana corriendo y levantando polvo a cada paso, se puso en tensión, pero cuando vio que ni lo miraba, le picó la curiosidad. Desde entonces la había seguido a una distancia prudencial. Algo en el animal hacía que no pudiera ignorar a la humana, aunque no era del todo consciente.

            Fue entonces cuando todo cambió de repente. Algo se acercaba por el horizonte, levantando nubes de polvo que presagiaban más sangre y dolor. La muchacha no las vio, pero al lobo se le erizó el pelaje y se preparó para lo peor.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Ambar de Medianoche


            Era pasada medianoche y el sueño todavía no hacía acto de presencia. Había sido un día tranquilo, casi aburrido, y todo lo que le esperaba el día siguiente era una monótona repetición. Todo el mundo tenía planes y mil cosas que hacer, pero a ella no le apetecía aguantar filas e ir  sitios concurridos ahora que por fin tenía un par de días libres. Llevaba tiempo pensando en retomar su práctica del violín, pero tan solo se sabía alguna de las canciones que le enseñaron en el conservatorio y no le apetecía tener que “aprender” nuevas melodías. ¡Ojalá no lo hubiera dejado en su momento! Así ahora sería capaz de improvisar y no le costaría tanto esfuerzo retomarlo. Si tan sólo…

              Se despertó sudorosa y sin recordar haberse quedado dormida. No sabía cuánto tiempo habría pasado. ¿Había llegado a dormir algo? Un ruido sordo la había hecho saltar de la cama. La parte de ella que se encontraba más despierta quería encontrar el origen de aquél ruido. La parte que seguía dormitando no quería despertarse. Una pugna interna que se manifestaba en gruñido y quejidos y en la que la parte consciente se llevó el gato al agua. Se encaminó al baño para darse unas rápidas friegas en la cara para terminar de espabilarse y rápidamente dio una vuelta por el piso. Todo estaba en su lugar, no fue capaz de encontrar nada extraño, pero justo cuando había decidido volver a la cama, aquél misterioso sonido volvió a escucharse en la quietud de la noche.

-          ¿Quién anda ahí? – preguntó, temerosa de obtener respuesta, mientras agarraba una raqueta con ambas manos, casi haciéndose daño de lo fuerte que apretaba. –No hay nada de valor en la casa, pero hoy no estoy de humor para bromas. Más te vale salir por dónde quiera que hayas entrado.

El silencio fue su respuesta. Nada podía escucharse en aquella terrible oscuridad. Por no escuchar, no escuchaba ni siquiera los repetitivos sonidos de los electrodomésticos. De hecho, aquél misterioso silencio todavía la incomodaba más que pesar que alguien podía haber entrado en su piso. ¡Dios, la madre que los parió a todos! Aquello tenía que ser cosa del sueño, había dormido poco y su cerebro le estaba jugando malas pasadas. 

Mientras Elsa seguía en sus cábalas y sus agobios, un fogonazo de luz la cegó, a pesar de que trató de protegerse con las manos. Todos los sonidos de la noche volvieron de golpe, como si hubiera habido un filtro que acabaran de retirar. Pero algo más había aparecido con aquellos sonidos. Algo impensable, algo imposible: En su salón, envuelto en mantas y tumbado en el sofá, había un bebé. Un bebé de un color pálido, cuyos ojos ambarinos brillaban en la oscuridad. Aquellos ojos hipnóticos la llamaban, y ella se perdía en su inenarrable profundidad. En aquellos ojos se veía el brillo de las estrellas, el fulgor de los planetas, el calor del sol y el frío de las galaxias. Aquellos ojos contenían el universo, observaban sin mirar y veían más allá de lo que cualquier persona querría ver.

El niño sonrió, y tras un nuevo fogonazo, se evaporó en volutas de humo. Pero aquella sensación que había sentido al mirarlo a los ojos seguía allí. No sabía quién, qué era, pero tenía que encontrarlo. Aquellos ojos eran su canto de sirena, y ella se sentía atraída sin remedio hacia aquel pozo sin fondo.

miércoles, 8 de marzo de 2017

Los Secretos de Eivi

Cuando era pequeño no paraba de fantasear con lo que haría si fuera mayor. Cuando empecé a hacerme mayor, fui olvidando los grandes planes que tenía reservados para ese momento. Los breves instantes en los que me dejaba llevar eran aquellos en los que era realmente feliz. Recuerdo cómo jugábamos a explorar la ciudad y sus alrededores, tratando de descubrir todos los mágicos lugares que escondían. Quizá, la mejor aventura que corrí fue aquella que empezó de casualidad, cuando mis amigos y yo encontramos aquél mapa arrugado en el suelo del colegio.

Tendríamos unos diez años y todo lo que sabíamos de aventuras provenía de los cuentos y de las películas. Nuestra imaginación sin techo empezaba a chocar con nuestra creciente conciencia de la realidad, y de vez en cuando alguno decía algo sensato. Pero aquella vez a todos se nos olvidó pensar con frialdad, y nuestra fantasía comenzó a hilvanarse con la realidad. Fue la olvidadiza y alocada Amber quien encontró aquél trozo de papel, arrugado, pisoteado y manchado. Olvidado y desechado por alguien que conocía su verdadero valor, para nosotros era un lingote reluciente lleno de esperanzas.

-          ¡Mirad chicos! He encontrado algo… creo que es un mapa. Aunque no sé de qué –tendríais que haberla visto, estaba tan contenta que parecía que sus padres por fin le habían comprado la bicicleta que tanto tiempo llevaba pidiendo-.
-          Igual es el mapa de un tesoro… -Esta vez fue Rose la que habló, aunque no sonó muy convencida-.
-          ¿De dinero, oro y eso? No creo, ya lo habrían descubierto, ¿no? –Riv era la voz de la razón. Era un chico grande y fuerte, pero sorprendentemente perspicaz. Quizá por aquél entonces fuera el más inteligente de nosotros, pero no se lo vayáis a decir o no cabrá por las puertas-.
-          Igual es algún escondite de cuando la guerra o algo. El otro día mis padres estaban diciendo que hay sitios donde todavía hay bombas enterradas, y zule…zula… ¿zulos? Aunque no sé qué es eso, pero por lo visto son como habitaciones secretas – La madre de Azul era historiadora, y su padre periodista, así que él siempre escuchaba cosas que eran aburridas e interesantes a la vez. Muchas veces no entendíamos de lo que hablaba porque usaba palabras raras-.

Entonces me acerqué a Amber y le quité la hoja, para observarla detenidamente, como si supiera lo que estaba haciendo. Tras analizarla lo mejor que supe mientras los demás intentaban arrebatármela, les comuniqué lo que había descubierto:

-          Parece que es un mapa de esta parte de la ciudad, pero hay calles distintas, que no existen. ¿creéis que podrán ser túneles subterráneos? –Desde pequeño siempre me habían fascinado las habitaciones secretas, los túneles y los pasadizos, así que no es de extrañar que intentara verlos en todas las partes- una vez leí en el periódico de la ciudad que hay al menos un par de túneles que pasan por debajo de nuestra ciudad desde la edad media.

Los demás me miraban como si estuviera loco, y no es de extrañar. Al fin y al cabo, aunque queríamos creer en los cuentos, jamás habíamos visto un pasadizo o una puerta oculta. Iba a ser casualidad que diéramos con un mapa que nos revelara los secretos mejor guardados de nuestra ciudad, ¿no? Pero es precisamente lo que nos parecía a todos, aunque no quisiéramos creerlo. Ya era casi la hora de irnos a casa y ni si quiera nos habíamos puesto de acuerdo sobre lo que habíamos encontrado. Decidimos que lo mejor sería seguir hablando el día siguiente, así que le devolví el mapa a Amber para que lo guardara. Al fin y al cabo, quién lo encuentra se lo queda.

Iba a ser una noche muy larga.

Cuando por fin sonó la campana para salir al recreo, parecía que nos perseguían unas vacas de lo rápido que salimos al patio. Aún estábamos jadeando cuando Amber empezó a decir:

-          Chicos, chicos, heestadopensandoqué…
-          ¡Amber! –exclamamos todos al unísono- Respira un poco y habla más despacio, o no te vamos a entender –añadió Guf-.
-          Vale, vale, perdón –Amber se puso ligeramente roja, siempre le pasaba cuando Guf le decía algo, aunque todavía no sabíamos por qué. Ja, dichosa inocencia-. Os decía que he estado pensando que lo que tenemos que hacer es seguir el mapa. En las pelis siempre hay algo marcado en los mapas, pero aquí –señaló todo el mapa con un gesto de la mano- no hay nada distinto, solo calles y más calles. Así que a lo mejor Eivi tenía razón ayer… y el secreto del mapa son los túneles. ¡Igual encontramos algo que nadie ha visto en cientos de años! –Ahí estaba otra vez, esa felicidad que apenas podía contener dentro de su diminuto cuerpo-.
-          ¿Y cómo vamos a seguir el mapa? –Pregunté, intrigado-
-          Pues veréis –dijo sacando cinco folios de papel de su carpeta y cogiendo el rotulador fosforescente- lo que tenemos que hacer es…




“Si queréis que la historia continúe para descubrir a dónde lleva el mapa misterioso o qué oscuros secretos guardan estos niños, tenéis que hacérmelo saber. Compartid el blog, comentad, o escribidme. Hacedme preguntas. Retadme.”

miércoles, 18 de enero de 2017

Turismo de Búsqueda

                Me he despertado sobresaltado y bañado en sudor. Me he incorporado sin darme cuenta, movido por algún tipo de resorte, como cuando estás a punto de coger el sueño y recuerdas que tienes que hacer algo de suma importancia. Pero no sé qué es lo que se supone que tengo que hacer y ni siquiera sé qué diablos me ha despertado. Así que me encuentro perdido y desvelado en mitad de la noche, envuelto por una quietud absoluta y suprema tan sólo rota por alguna extraviada racha de viento. Lo mejor que puedo hacer es prepararme un té calentito, a ver si envuelto en la manta en el sillón y dando sorbos de amargo desconcierto consigo descubrir qué es lo que se me escapa.

                Un ruido lejano, amortiguado por otros ruidos más cercanos me despierta. Son las diez de la mañana y me he quedado dormido en el sillón. La sociedad ya ha empezado a hacer sus quehaceres y yo por lo visto ni me terminé el té. Sí que me afligía la incertidumbre… Voy a dejar la taza en el fregadero y me daré una ducha para despejarme, hoy tengo un día ajetreado por delante.

                Llevo viajando por Europa casi tres meses en una furgoneta adaptada que compré a buen precio. Me acababan de despedir y tenía un dinero ahorrado, así que imaginé que era un buen momento para buscar respuestas a preguntas que todos nos hacemos, como cuál es mi lugar en el mundo o qué narices es lo que se supone que debo hacer con mi vida. Los últimos años han sido un constante recordatorio de que la humanidad está perdiendo el norte y siento que no hay nada que podamos hacer.
Yo he perdido gran parte del optimismo que me acompañaba y he dejado de preguntarme por qué no podemos los seres humanos construir un futuro de película. Concretamente de ciencia ficción. Porque si utilizáramos los recursos de que disponemos como especie, seguramente haría siglos que habríamos colonizado otros planetas. Seríamos una gran especie, menos nociva para todo lo que nos rodea y… bueno, no merece la pena pensar más en el tema. El caso es que decidí que, ya que no podía influir en la especie, buscaría encontrar la paz conmigo mismo.
Pero de momento eso tampoco ha dado resultado. Desde que era niño he leído historias de gente que se ha ido a Asia a buscar respuestas. A meditar, a conocer sus culturas ancestrales, pero de algún modo siento que aquello está demasiado prostituido, tanto que con mi suerte únicamente encontraría falsos gurús y volvería creyendo unas respuestas fabricadas a mi medida.
No, me gusta meditar pero voy a tomar una senda distinta y, quizá de esa manera, podré llegar a algún punto diferente. Así que me muevo por intuición, y voy a lugares con los que siento cierta afinidad o armonía. Medito allí, en bosques frondosos; en bulliciosas iglesias; en apartados lagos… incluso llegué a encontrar un fantástico lugar de meditación en un pub en pleno centro de Edimburgo.  

En este tiempo me he dado cuenta de que eso que se conoce como New Age ha calado fuerte y va a seguir haciéndolo. Gente haciendo yoga, meditando o investigando en temas que no hace tanto eran tabú u objeto de mofa (muchos todavía lo son, pero eso es un debate para otro día). Al final es un tema de espiritualidad, de creer que estamos aquí para o por algo, o de escepticismo y aceptar que “polvo somos y en polvo nos convertiremos”. No deja de ser curioso ver paralelismos entre mundos tan dispares, pero, de nuevo, es un debate para otro día, porque hoy…
 voy a meditar en Stonehenge.


Si los demás turistas me hacen un hueco.

lunes, 18 de julio de 2016

Algatria. Relato solicitado por Quenthel.

                Hoy tenía que haber sido un día fácil. Estamos a mitad de semana y los comerciantes ya no están tan nerviosos como los primeros días, y la gente empieza a notar el cansancio acumulado.  Cuando salí del Arrabal poco después de amanecer, todo parecía indicar que iba a ser un aburrido día más, de esos que a nadie le gustan. Pero no. Tenía que ser hoy el día que El Gremio utilizara para dar un escarmiento a todas esas ratas callejeras. Como yo.

                Si no sois de Algatria, dejad que os resuma la situación en la que nos encontramos: Hace más de doscientos años que no vemos una guerra de verdad, y los tiempos de paz nos han sentado relativamente bien. Desde las Guerras de las Tres Razas, todo ha sido un poco menos convulso y más sencillo, especialmente para los humanos, que al fin y al cabo salieron victoriosos del conflicto. Se fundaron diversas ciudades estado, aunque todas ellas tienen que responder ante el Rey Patule, un Sin Sangre con un pedigrí inmaculado. Los elfos y los enanos, a pesar de haber sido razas enemigas, y en aras de un futuro mejor, fueron exonerados. Se disolvieron sus organismos de mando, pero al margen de eso, apenas tuvieron castigo. Claro que nadie comenta en voz alta que se les perdonó porque eran artesanos sin igual y hubiera sido un desperdicio marginarlos de esta “nueva y brillante sociedad interracial”.
                Los orcos, sin embargo no tuvieron tanta suerte. Eran hábiles en diversas tareas pero tan solo alcanzaron la maestría en combate, y a nadie le apetecía que siguieran trabajando en sus dotes, así que se les impuso un castigo ejemplar. Se les acusó de haber sido los instigadores de la guerra, y se les obligó a firmar un contrato que los dejaba poco menos que en la esclavitud. Su número ha mermado considerablemente, y aunque ahora todavía los puedes ver por la calle, sería extraño que no estuvieran haciendo trabajos pesados o que nadie más quiere hacer.
                Al terminar la guerra los humanos se dedicaron casi exclusivamente al comercio. Se adueñaron mediante contratos exclusivos de los mejores artesanos de las diferentes razas y empezaron a comercializar sus mercancías. No tardaron mucho en obtener un poder casi mayor al del mismísimo rey, y formaron El Excelentísimo Gremio de Comerciantes y Artesanos, una organización casi tan pomposa como su nombre. Solemos llamarlo El Gremio, por acortar y eso.

                El Gremio, con el paso del tiempo desarrolló una genialísima idea para mantener a raya a las personas indeseables, o sea, cualquiera que no tuviera suficiente plata en los bolsillos. De vez en cuando los alguaciles de la ciudad recorrían las calles expulsando de la zona de mercado a todas aquellas personas que no estuvieran trabajando, o tuvieran suficiente dinero como para poder pagar un pasaje de tres monedas de plata. No lo hacían a menudo, porque sabían que de ese modo el comercio flojearía hasta límites insospechados, pero lo hacían lo suficiente como para que la mayoría de las personas no pudiera permitirse estar en el mercado esos días. La voz se extendía rápidamente, claro, porque esos días también eran conocidos por tener el número más alto de personas desaparecidas. Todo el mundo sabía que los guardias apresaban y ejecutaban sin miramientos a cualquiera que les hiciera la más mínima afrenta, pero era imposible hacer algo al respecto.
                Bueno, pues hoy era uno de esos días, y como yo había madrugado más de la cuenta para ver si conseguía aumentar mi “comisión”, no me habían podido avisar de que estaba empezando el jaleo hasta que me di cuenta yo mismo, y era demasiado tarde como para que pudiera salir de la zona residencial sin levantar sospechas. Tampoco podía quedarme, porque si algún soldado o alguacil me pillaba… digamos que aquello no podría acabar bien.
               
                Después de dar vueltas por las calles durante la mayor parte de la mañana, me encontraba en la plaza, observando atentamente desde la penumbra de un portón el ajetreo típico del mercado. En la plaza principalmente se concentraban los mercaderes de bagatelas, y alguna vez había un par de puestos de comida con tocino, panceta, hogazas de pan y embutido. Unos meses atrás un visionario mercader intentó vender fruta para refrescar a los compradores, pero la fruta se le estropeó antes siquiera de vender una sola pieza. Habíamos dejado de estar en guerra, pero la gente todavía quería ver sangre de alguna manera, parece ser. Yo probé sus manzanas, y estaban deliciosas. Es una pena que la gente no les hiciera aprecio.
                Llevaba poco rato allí cuando empecé a oír un extraño murmullo. Agucé el oído y pude comprobar que eran voces, hablando muy rápido y a distintos tonos de voz. Un susurro aquí, un grito allá, un gemido en el otro sitio. Algo había pasado. Varios alguaciles entraron en la plaza desde distintas calles, mientras por las contrarias la gente empezaba a irse poco disimuladamente. Yo me quedé quieto, porque sé por experiencia que moverte es la forma más fácil de que alguien se fije en ti. Aguanté estoicamente el rato suficiente para que la autoridad se empezara a entretener con los demás y trepé al tejado de la cantina. Con el árbol al lado y las ventanas bajas sin barrotes, era un milagro que no les hubieran robado más veces. Aunque era muy probable que fuera por que la pareja de enanos que llevaba el lugar era muy amable y trataba muy bien a todo el mundo independientemente de su raza o cartera a pesar de trabajar de sol a sol aguantando borrachos e inútiles.
Bueno, como iba diciendo subí al tejado y durante la próxima hora me dediqué a contar nubes tumbado como cualquier gato callejero. La verdad es que tenía suerte de ser un humano pequeño. A la mayoría de la gente la hubieran visto a pesar de estar en alto.
Me ha dado tiempo de ver diecisiete nubes con forma de dragón, jugar con tres gatos y espantar a tres palomas toca narices. ¡Ah! Y de contaros todo esto. Creo que ya es hora de que me asome a ver qué es lo que pasa ahí abajo.

No queda ningún alguacil, pero como he estado todo el rato tumbado y sin prestar demasiada atención, no sé por qué calles han salido, aunque imagino que si salgo por las que los he visto entrar no me encontraré con mucha gente. La pena de que Algatria no haya crecido más es que los edificios no están lo suficientemente cerca para ir de tejado en tejado. Bueno, voy a bajar a ver si puedo pasar desapercibido.

-          ¡Eh! Chaval, ¿qué haces ahí parado? Si tienes ganas de mear vete a otro sitio, me vas a espantar a los clientes –es Bul, el enano que se encarga de la cocina en la cantina. Parece un poco desorientado, llevará mucho tiempo entre fogones y habrá salido a tomar el aire. Mierda-.
-          Tranquilo, En, sólo estaba buscando algo de sombra. El sol hoy da poca tregua –pongo mi mejor sonrisa, a ver si cuela-.
-          Bah, vete por ahí y déjate de juegos. Es un día de mierda y no tengo ganas de discutir con nadie, ¡Fuera!

Por supuesto ya me había dado la vuelta y él me estaba gritando a la espalda. Los enanos son bastante simpáticos, si no están cansados. Si lo están son unos cascarrabias insoportables. Creo que por eso inventaron el aguamiel y la cerveza. Voy a ir por herrerías a ver si me da tiempo de acercarme a los muelles sin que me vean.

Llevo como veinte minutos andando por herrerías cuando por fin tengo ocasión de trabajar un poco. En la zapatería que hay frente a la forja de Petro Cemento hay un joven rico montando un poco de escándalo que voy a aprovechar para mi beneficio. Ya estoy lo suficientemente cerca como para que nadie note mi estrategia, así que volteo la cara y grito una despedida mientras finjo que me tropiezo y pierdo el equilibrio. Choco contra el joven y lo empujo un poco.

-          ¡Cuánto lo siento! –digo con la cabeza gacha y una maravillosa voz de pena. Cada vez se me da mejor-. Lo lamento de veras señor, espero que se encuentre bien.
-          ¡Largo de aquí inútil! Joder, le tenía que haber hecho caso a mi padre y no haberme acercado aquí hoy. Lo peor de cada casa se encuentra en herrerías. ¡Mierda! –Se dio la vuelta y se fue gesticulando como un loco que estuviera luchando contra molinos o algo por el estilo. Ricos. No hay quien los entienda.

Mmm. No pesa tanto como esperaba, aunque estos ricos tienen la dichosa manía de llevar varias bolsas repartidas por el cuerpo para que no se las roben todas. Y yo que pensaba que era tonto además de loco. En fin, supongo que con esta plata podré comer un poco de cochinillo asado en alguna tasca de los alrededores. Voy a ver si en Casa Justa sigue estando esa violinista tan guapa.
Mientas me dirijo hacia allí, alguien se choca contra mí y sigue corriendo antes de que pueda decirle de todo. Miro a ver si me ha robado algo pero sigo llevando las cinco bolsas que he sacado hoy.

-¡Al ladrón! ¡Al ladrón! ¡ESE MALDITO ELFO ME HA ROBADO! ¡QUE ALGUIEN LO PARE!

                Ah, menos mal que no es el noble que ha vuelto a por mí. Aunque aquél de allí delante hablando con el alguacil sí parece… mierda.


Continuará…

sábado, 2 de julio de 2016

Palabras que Forman Historias Cinco.


                             *Cancamusa, pichón, perroflauta, doritos, Ecuador, jipiar, guaje, plurisexualidad, cerveza, megatrón.             

       Se hallaba en medio de una acalorada discusión en el bar de su hotel en Quito, Ecuador. Acababa de terminar la carrera, licenciándose en Literatura en la universidad de Harvard, y había decidido pasar un verano inolvidable visitando diversos países de América del Sur. Entre cerveza y cerveza, picando doritos, patatas y frutos secos, la conversación avanzaba cada vez más fluida. Henry se había encontrado en el hotel a un grupo de turistas europeos y conversaban en un popurrí de lenguajes en el que ningún tema era tabú. Hacía poco una de las chicas, Cornelia, una alemana que destacaba en la multitud primero por su despampanante físico y después por su inusitado desparpajo, había empezado a hablar sobre cómo la sociedad cada vez avanza más hacia la plurisexualidad. Cornelia estaba manteniendo una relación abierta con Hans y Sofía, una pareja de Austria que había conocido en el avión.
Según Cornelia, los roles de género cada vez se difuminaban más y más, y terminarían convirtiendo las relaciones tradicionales en la excepción. Henry por su parte mantenía una sana y tolerante visión al respecto, aunque difería en el concepto de relaciones tradicionales. Al fin y al cabo en las antiguas civilizaciones el amor romántico no existía y el sexo entre personas del mismo sexo era tan común y normal como el sexo entre personas de diferente género. Además, Henry estaba convencido de que si los más oscuros deseos de la mayoría de las personas guardan relación con bacanales y desfases similares, por algo será.

Horas más tarde, visiblemente afectada por el desenfreno al que se había sometido, Cornelia se levantó y besó apasionadamente a Henry, dejándolo estupefacto.
-Bueno, pichón, espero verte esta noche en el concierto de Megatrón. Creo que todos los demás van a ir –Cornelia volvió a besar a Henry, tratando de convencerle de que le convenía dejarse caer por el concierto-.
-Mmm. Creo que será interesante, tienen pinta de tocar muy, pero muy bien –sus ojos, juguetones, chispeaban a causa del alcohol mientras observaba embelesado a Cornelia. Ella rio y se despidió con un ademán y una sonrisa-.
Henry se levantó, un poco encorvado y se encaminó hacia los ascensores que se encontraban junto a la puerta del bar.
-¡Eh, guaje! –Le gritó Marta, una jovencísima española de pelo rizado y pecas que le conferían un encantador aspecto inocente-. Te olvidas la cartera, Cassanova –le dijo mientras se la lanzaba-.

Cuando Henry llegó a la puerta de su habitación, que se encontraba en la cuarta planta, vio que Cornelia estaba sentada al final del pasillo, en su puerta. Quizá se había dejado la llave en el bar y le daba pereza ir a buscarla.
-¡Cornelia! ¿Qué haces allí sentada? –gritó el joven, quizá con más vigor del que esperaba-. ¿No puedes entrar? Ven aquí, todavía me queda algo en el mueble-bar, si quieres.
La bellísima alemana se levantó y avanzó hacia Henry contoneándose. Casi parecía estar exagerando su movimiento de caderas, pero Henry estaba un poco aceptado y no podía pensar con claridad. En cuanto la joven lo alcanzó, éste abrió la puerta y ambos se adentraron en la calurosa habitación, un tanto lúgubre y mal iluminada. Aun no se había cerrado la puerta y Cornelia se abalanzó sobre Henry, empotrándolo contra la pared con inusitada violencia. Un gemido escapó por los labios entreabiertos del joven, pero la muchacha no tardó en silenciarlo con sus besos.

Alguien llamó a la puerta, y como no obtuvo respuesta, gritó:

-Eh, mamones, menos diversión, que vamos a llegar tarde al concierto –les gritó una estentórea voz masculina, muy grave.
                Unos quince minutos después, tras numerosos intentos de interrupción, Henry estaba recogiendo su ropa del suelo, y pasándole a Cornelia que todavía yacía en la cama la suya. Cuando levantó la blusa, una tarjeta cayó al suelo y Henry sonrió. Se volvió y le dijo a Cornelia:
                -Así que todo eso de estar sentada en el pasillo era una cancamusa. Querías que te invitara a entrar, maquiavélica y hermosísima mujer.
                -Culpable –reconoció ella, todavía con rubor en sus mejillas, pero un deje de desafío en su voz-. ¿Me vas a castigar por ello?
                Como toda respuesta oyó una sonora carcajada y su blusa le cayó sobre la cabeza. Se terminaron de vestir y salieron al pasillo. Hans y Sofía estaban allí sentados, algo apesadumbrados. La joven sollozaba y oyeron que Hans hablaba con ella.

                -Venga So, ya vale de jipiar. Sabías lo que había cuando empezó todo esto, pensaba que eras lo suficientemente madura como para soportarlo. Si no puedes entender que otras personas pueden hacerla feliz, deberías quedarte al margen. Solo vamos a estar aquí un par de semanas, se supone que veníamos a pasarlo bien, a ser felices.
                -No lo entiendes Hans. Estoy enamorada de ella. Tanto que me duele, mucho. No es algo que pueda controlar, o racionalizar. Ha pasado y punto. Prefería que tú te hubieras liado con ese perroflauta antes que ella, maldita sea. Me dolería menos.


                Henry y Cornelia se miraron, sin entender que un acto de amor desinteresado pudiera generar tanta tensión. Se acercaron a la pareja, ella decidida y él un tanto cohibido. Definitivamente no era así cómo esperaba pasar su “verano inolvidable”, pero estaba convencido de que aquellos recuerdos quedarían grabados en su memoria para siempre.