martes, 5 de noviembre de 2013

Noche Sin Luna

                "Acercaos niños y niñas, y los no tan niños y no tan niñas no os alejéis demasiado, porque puede que os guste lo que os voy a narrar -gritaba con voz teatral un bufón de mediana edad que se hallaba frente al Árbol del Tiempo, tratando de atraer las miradas y la atención de todo aquél que paseara por la plaza. De momento lo estaba consiguiendo-. Todo empezó hace quince años, en una oscura noche de verano en la que los copos de nieve caían sigilosos allí donde no deberían haber caído. Era una noche sin luna en uno de los barrios más tétricos de una de las más tétricas ciudades, edificada en el siglo dieciséis allí donde nadie se había atrevido a vivir jamás. Lo primero en construirse fue, cómo no, una iglesia, en la zona más elevada del "túmulo negro". ¿Qué? -preguntó el llamativo personaje, volviendo a reclamar con su pregunta a sus oyentes menos fieles- no me miréis así, ese es el nombre que le daban a nuestra ciudad antes de erigirla, ¿sabéis por qué? No, claro que no, pero pronto lo sabréis.       
                Cuentan las viejas más chismosas y los viejos más cotillas, que cuando las huestes del Rey Fe se adentraron en estas tierras,     miraran dónde miraran, siempre veían el mismo lugar: un monte lejano del que toda luz parecía huir -terminó la frase en un tono grave, añadiendo intensidad al discurso, haciéndolo más selecto, más íntimo, casi secreto-. Durante más de doscientos años, los soldados que invadían estos parajes verdosos y bendecidos con la gracia de los dioses, no se atrevieron a pisar el "túmulo negro". Conquistaron al pueblo que habitaba nuestro país, y diezmaron a la población que habitaba entre sus fronteras, pero este lugar en el que nos encontramos -añadió el cuentacuentos a la vez que con un gesto de su brazo derecho abarcaba toda la ciudad-, fue el único que no cedió jamás al invasor. Una antigua tribu indígena, gente que vivía por y para la guerra, se estableció aquí, y ellos fueron nuestros antepasados. Los fundadores de la ciudad que se haría famosa por sus fachadas obsidiana y sus tejados del color de una noche sin estrellas. Quizá fuera esa oscuridad la que atenazaba el corazón de los invasores, o quizá no, pero el Árbol del Tiempo jamás ha visto a nadie de los nuestros hincar la rodilla ante el enemigo, y lleva aquí desde mucho antes que los padres fundadores pisaran el túmulo.
                Como iba contando, lo primero que se edificó fue una iglesia, aunque no la que podemos visitar ahora, aunque imagino que habréis caído en la cuenta, claro -dijo con una media sonrisa cómplice-. La iglesia de nuestro pueblo no está en el punto más alto, aunque no está muy lejos. No, Erigieron un templo de roca y viento al que los sabios de la tribu se dirigían a escuchar las respuestas de los dioses. No me voy a detener en este tema ahora -comentó el bufón, mirando distraídamente su reloj de bolsillo-, aunque podría hacerlo porque es un tema muy interesante. Lo que nos importa es que, después de aquél templo, los constructores, por llamarlos de alguna manera, no diseñaron absolutamente nada, simplemente construían casas una al lado de la otra, como les convenía. Por eso las callejuelas del barrio alto de la ciudad son tan estrechas. Cuando yo era joven, de hecho... no te rías niña, no soy tan mayor -reprendió el cuentacuentos a una niñita del público, con fingido gesto ofendido-. Cuando yo era joven, encontré el esqueleto de un gato que se había quedado atascado en el espacio entre dos casas contiguas, seguro que todos sabéis a qué casas me refiero. Como sea, gracias a su falta de organización, siempre que se acerca la noche de las ánimas, el aspecto del barrio alto se torna más y más sombrío, y todos los años algún niño baja corriendo de allí, aterrado, entre gritos y lloriqueos.
                Pues bien, aquella noche sin luna de la que os hablaba, hace quince años... No, no hace quince años que os hablaba de la luna, sino que la luna sucedió hace quince años, mira que os gusta distraerme, ¿eh? -el bufón casi consiguió su cometido, porque los niños reían, aunque los mayores lo miraban con gesto adusto, y ojos famélicos, como si estuvieran a punto de saltar a devorarlo-. Aquella noche, mientras la nieve caía y las gentes de la ciudad dormían, sucedió una terrible tragedia: Un joven muchacho, ciego desde el día que nació, sufrió un terrible accidente. Lo contrario a un milagro, peor que una maldición. Aquella noche había salido de casa, acompañado como siempre por su fiel perro guía, y estaba paseando entre las callejuelas del barrio alto cuando la desgracia le sobrevino.
                El niño, ni supo ni pudo explicar qué había pasado, pero cuando lo encontraron, la mañana siguiente, continuaba gritando, aunque muy débilmente, pues tenía la garganta en carne viva y estaba tosiendo sangre. Tenía la espalda recostada contra la fachada de una casa y la frente perlada de sudor. Se hallaba semienterrado en la nieve, y no había ni rastro de su fiel lazarillo, si no contamos la sangre. Había sangre en todo el callejón, y un gran charco al lado del muchacho. Oh, venga, no les tapéis los oídos a mis jóvenes amigos, porque ahora llega lo mejor -dijo el sombrío bufón, con una sonrisa desquiciada colgando de sus labios-. El niño, que no había visto nada en toda su vida, recordaba un color que no supo describir, y lloraba sangre. Desde aquella fatídica noche, todos los días llora sangre, y tiene pesadillas.
                ¿Sabéis con qué sueña, niños y niñas? Sueña con un hombre de casi tres metros de altura, que se acerca a él mientras su perro lo guía por las enrevesadas calles del barrio alto. Es extraño, porque el chico puede verlo perfectamente, y sabe describirlo: No es un hombre atractivo, lleva gafas y una barba rala, desaliñada. Su rostro no es simétrico, y, bueno, para acabar antes, tiene cara de tonto. ¿A qué vienen esas caras de sorpresa, os recuerda a alguien?                 Qué cosas tiene la vida, que a todos nos pone en su lugar, hasta a las personas que se aprovechan de los demás, fingiendo ayudarles. Incluso a los hombres que se acercan a los niños ciegos a traición, a sabiendas de que no van a poder esquivar el ataque que no son capaces de ver. Nuestra mente es capaz de devolverle la vista a un niño ciego para que pueda odiar y perseguir al culpable de atacarlo. Nuestra mente puede despertar, y enseñarnos a hacer lo correcto,  a tratar de detener a los que se aprovechan de que tenemos los ojos cerrados. Puede darnos fuerzas para enfrentarnos a nuestros miedos, así que no lo olvidéis niños: Abrid bien los ojos, para saber quién tiene que pagar por cómo vais a tener que vivir.

                ¡¡¡DESPERTAD!!! -bramó el siniestro cuentacuentos, mientras una vaharada de densa niebla, surgida de ningún lugar lo envolvía y lo hacía desaparecer, dejando a todos los presentes con la boca desencajada, y mucho en lo que pensar."

lunes, 4 de noviembre de 2013

Palabras que Forman Historias. Dos: Honestidad, Esternocleidomastoideo, Almeja, Supercalifragilísticoexpialidoso, Camino, Ventana, Estetoscopio.

                Los primeros rayos del alba bañaron su rostro, enterrado entre sus brazos y la toalla. Se había quedado dormido en la playa, después de una noche de locura y desenfreno, con más desenfreno que locura. Alzó su cabeza, lentamente, todavía aturdido por el estupor fruto del exceso de alcohol. Su pelo recordaba a la melena de un león que hubiera pasado una noche de lluvia a la intemperie, después de que un elefante le hubiera revuelto el cabello con la trompa. De hecho, una obra de Picasso sería más fácil de identificar, aun en la lejanía.
                Sus ojos seguían entrecerrados a causa de la molesta luminosidad, pero eso no le impidió otear en derredor, a ver si un estímulo visual reforzaba su mermada memoria. Se llevó una agradable sorpresa cuando vio que dos hermosas mujeres estaban situadas en sus flancos, una preciosa pelirroja con un cuerpo imposible a su derecha, que parecía seguir en su séptimo sueño, o en la cuarta luna de Saturno, no sabría decirlo basándose únicamente en su sonrisa de felicidad, y en el charco de saliva que se había formado bajo sus carnosos labios. La otra, morena y de piel oscura, con más curvas pero un cuerpo igual de impresionante, dormía en una postura menos femenina. Bueno, no era una postura ni femenina, ni cómoda, o al menos eso le pareció a él. Seguramente luego tendría dolor de cuello, y también de espalda.
                Se llevo una no tan agradable sorpresa cuando vio que un hombre con centro de gravedad propio le miraba con una sonrisa pícara pero nada cómplice y muy maliciosa, ¿Qué demonios había pasado esa noche? Fragmentos inconexos aparecían en su mente, como el flash de una cámara de fotos. De hecho, ese flash debía ser también un recuerdo, porque lo veía una y otra vez, seguro que había alguien en la fiesta de la playa tomando fotografías y registrando aquella desvergonzada velada para la posteridad. Recordaba a las preciosas jóvenes, que habían llegado a las playas de Aguatemplada de vacaciones. Le sonaba que habían hablado en un inglés dubitativo y tenso, al principio, y luego en un popurrí despreocupado y "alegre".
                La historia de la noche fue tomando forma mientras el muchacho se levantaba y paseaba por la playa, tratando de recordar. Vio un destello en la arena, y se agachó a ver que era. El objeto brillante resultó ser unas llaves. Genial, alguien estaría intentando entrar en casa mientras probaba a abrir la puerta con la llave del coche. Se levantó y un pequeño mareo sacudió todo su cuerpo, obligándole a sentarse. No recordaba haber bebido tanto alcohol la noche anterior, aunque claro, apenas recordaba nada. Mientras echaba las manos hacia atrás y miraba cómo las gaviotas sobrevolaban el mar, con visible torpeza hasta para los que no poseían conocimiento alguno en ornitología, su mano rozó algo extraño. Lo palpó bien y decidió cogerlo, ya que no era capaz de identificarlo por el tacto. Cuando puso el objeto frente a sus ojos, le llamó la atención descubrir que se trataba de una almeja. Estuvo un rato con la vista fija en el horizonte, y se quedó tan absorto que no se enteró de que la muchacha pelirroja se acercaba a él, con una sonrisa tímida dibujada en su rostro, y caminando descalza y alegre sobre la tibia arena.
               
                - ¡Hey "Pretty Face"!, ¿qué haces aquí? - La voz dulce y aflautada de la preciosa joven rompió el ensimismamiento del joven, que se volvió hacia ella sobresaltado-. ¿te aburrías con Lara y conmigo? - la tímida sonrisa cambió rápidamente a una más pícara y agresiva-.

                - Pues... creo que no me "aburrí" - contestó el muchacho, haciendo caso omiso del mote que le habían puesto las jóvenes extranjeras, y devolviendo picardía por picardía-, aunque no lo recuerdo muy bien. Creo que no fue una mala noche porque he visto que tengo marcas de mordiscos en distintos puntos del cuerpo, pero no recuerdo quién me las hizo. Por favor, dime que me las hicisteis Lara y tú, y prométeme que nuestro amigo - hizo un ademán con la cabeza, menos disimulado de lo que hubiera querido - "Homer" no participó en la sesión privada.

                Su rostro al expresar aquella preocupación que le llevaba rondando la cabeza desde que viera al hombre entrado en carnes observarle descaradamente debió ser un auténtico poema, porque la preciosa pelirroja rompió a reír de manera escandalosa. Su ataque de risa, aunque consiguió mejorar el sombrío humor del joven, no lo tranquilizó en absoluto. Cada vez que la joven trataba de hablar, se atragantaba con una nueva oleada de carcajadas, así que tuvo que estar un buen rato en silencio antes de articular palabra. Cuando por fin se calmó, tuvo que retirarse unos lagrimones que le resbalaban por sus perfilados pómulos con el dorso de la mano, mostrando una gracilidad indescriptible.

                - No te preocupes, cara bonita - le susurró mientras deslizaba el dedo índice de la mano derecha por el mentón- no dejamos que "homer" - la belleza de cabellos de fuego tuvo que hacer un visible esfuerzo para no volver a estallar al pronunciar su nombre- jugara con nosotros, sólo Lara y yo jugamos contigo, encanto. Nuestro amigo se limitó a observarnos en cuanto Lara le dijo que prefería operarse de apendicitis ella misma a que él la tocara, y yo le di mi estetoscopio...
                - ¿Tu estetoscopio? - el muchacho estaba cada vez más confundido, no recordaba nada de aquello y eso le ponía nervioso-.
                -¿No te acuerdas? Parece que ibas más borracho de lo que recuerdo... -la sonrisa que había ondeado en el rostro de la joven toda la conversación se evaporó, parecía decepcionada con aquella revelación- Bueno, te haré un resumen:
                "Lara y yo somos enfermeras en nuestro país, pero las cosas no pintan nada bien allí, supongo que aquí pasa lo mismo con la puñetera crisis económica y toda esa mierda. Bueno, eso ahora no es muy importante, vamos al meollo del asunto. Hemos estado juntas desde el primer año de la facultad, y empezamos a trabajar el mismo día en el mismo hospital, llevábamos tres años trabajando más de diez horas diarias sin prácticamente un día de descanso, hasta que, la semana pasada, nos despidieron. No nos dieron explicaciones, nos pagaron la miseria que nos debían y nos pusieron de patitas en la calle.
                Cuando estábamos saliendo del hospital, terriblemente enfadadas, uno de los doctores se acercó a mí y me pidió que me casara con él. Me dijo que le gustaba desde que empecé a trabajar allí, y que no se había atrevido a decirme nada, pero que con lo del despido le daba miedo que no volviéramos a vernos, y que cómo todo había sido muy repentino y aquello se le había ocurrido en ese mismo instante, no tenía nada que darme como regalo de pedida, así que me dio su estetoscopio. Un puto estetoscopio. En fin, el hombre podía ser mi padre, y yo estaba de muy mal humor, así que lo mandé a paseo, aunque él, como un buen caballero, como última muestra de honestidad me dijo que me quedara el estetoscopio para que me acordara de él cada vez que lo viera, porque aunque yo no lo comprendiera sus sentimientos eran reales, y no podía aceptar que le devolviera el regalo. Gracias a él vinimos aquí de vacaciones, a Lara se le ocurrió que teníamos que desmelenarnos y celebrar una "no despedida de soltera". Llevábamos tanto tiempo trabajando sin parar, y sin salir, que nos dimos un capricho, cosas de la vida, ¿no?
                Cuando el avión aterrizó y llegamos al hotel, ayer a la hora de la siesta, que por cierto, me parece una costumbre genial, nos enteramos de que se iba a celebrar una fiesta en la playa, así que deshicimos las maletas, nos arreglamos, y vinimos aquí lo más coquetas que pudimos, a conocer hombres. Y ahí apareciste tú, genio. Un hombre guapo, divertido e inteligente que nos conquistó con halagos, y nos convenció de ceder a nuestros deseos más básicos e incontrolables. Y vaya si cedimos... Pero si no te acuerdas, cara bonita, no seré yo quién te lo cuente, así que tendremos que repetir -el rostro de la preciosa muchacha se tornó rosado, de un color casi tan vivo como su cabello, y su sonrisa pícara volvió a aflorar en sus carnosos labios- lo más ridículo de la noche fue cuando intentaste enseñarnos palabras difíciles en tu lengua. Estuvimos casi media hora tratando de aprender a decirlas antes de que mi cabeza se bloqueara y tuviera que callarte con un beso, ya sabes, por eso de practicar una nueva lengua y tal. Las palabras eran... spe... sde... estern... -viendo que la joven se atascaba, el muchacho decidió intervenir, con una sonrisa sobria y contendida-."
                - ¿Esternocleidomastoideo?
                - Sí, esa era la fácil -dijo la pelirroja del cuerpo imposible mientras ladeaba su sonrisa  y miraba hacia el cielo, tratando de recordar-. No recuerdo más que cómo empezaba la otra palabra, dijiste que era una palabra de una película. Empezaba por super.
                - ¿Supercalifragilísticoexpialidoso? -esta vez el muchacho no pudo evitar reírse a la vez que decía la palabra, consiguiendo que la joven pelirroja lo mirara con desconcierto-. Bueno, se ve que anoche estaba gracioso, ¿qué puedo decir?
                - ¡Oh! yo no esperaba que dijeras nada, cielo -dijo la joven mientras se abalanzaba sobre él con una sonrisa traviesa-.

                Pasaron casi media hora retozando en la arena, hasta el punto que desde lejos tan sólo parecían ser un montículo de arena el breve tiempo que estaban quietos. Entre besos y risas, perdieron la noción del tiempo, y cuando el agua del mar empezó a salpicarles, decidieron que ya iba siendo hora de despertar a Lara. Mientras rehacían el camino de vuelta hacia donde habían dejado las toallas, y a Lara durmiendo a pierna suelta, pasaron cerca de los restos de la hoguera de la noche anterior. Había ardido con fuerza, y de los tres metros de fuego que alcanzara, ahora tan sólo quedaban unas pocas ascuas mecidas por el viento, que soplaba con desgana.

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                - Jaime, ¿qué haces asomado a la ventana? -preguntó una mujer de mediana edad, curiosa-. Creo que nunca te había visto tan melancólico.
                - ¿ah? - dejó escapar Jaime antes de volver a la realidad-. Perdona jefa, estaba fantaseando un poco, y pensando en cómo se parece una hoguera al amor de verano...
                - ¿En cómo... ¡¿Qué?! - la corpulenta mujer parecía inusitadamente sorprendida, como si la persona más seria del mundo le hubiera contado un chiste totalmente absurdo y fuera de lugar-.
                - No es nada -respondió Jaime, evasivo-. Tenemos que terminar esto si queremos llegar a tiempo...


                Mientras Jaime dejaba atrás a su jefa en la sala de reuniones, su mente voló más allá del mar, y de los kilómetros que los separaban. Evocó el recuerdo de la hoguera una vez más, el fuego, el crepitar de las llamas... y, de nuevo, se sorprendió pensando en otro fuego, y en el incombustible entusiasmo que lo acompañaba. Qué tendrá el fuego que hace que los hombres se pierdan en él...

miércoles, 30 de octubre de 2013

Palabras que Forman Historias. Uno: Dinero, Búsqueda, Mirada, Hotel, Hormigonera.

               Seguía diluviando con ganas aquella tarde de Abril. La lluvia se había convertido en una compañera habitual durante el último mes, más o menos desde las inundaciones de Febrero. Durante casi cuarenta días había lloviznado algo, aunque gracias a Dios, no había vuelto a caer con tanta intensidad como aquella fatídica mañana de principios de año.
                Los distintos medios de comunicación mostraron a los vecinos de la Comarca, viéndose superados por corrimientos de lodo y tierra, y cómo grandes avenidas de agua discurrían fogosas por las calles principales de los pueblos. El agua lo arrastraba todo, y en las imágenes se veían tanto bicicletas flotando a la deriva, como coches, e, incluso, una hormigonera se había visto arrancada del suelo por la inconmensurable fuerza de las aguas y estaba vertiendo aquí y allá restos de hormigón a medio diluir.
                Durante el último mes la gente de la zona había estado trabajando sin parar para devolver sus hogares a la situación previa, pero aparecía un problema tras otro. Muchos edificios no eran seguros porque sus cimientos se habían visto afectados por los corrimientos de tierra. Algunos edificios incluso se habían derrumbado mientras el agua lo cubría todo. Mucha gente había perdido sus cultivos, y los agricultores habían visto cómo se estropeaba una cosecha que ya de por sí iba a ser escasa. El coste económico de aquél embate de la naturaleza seguía creciendo por momentos. La gente había perdido su sustento, sus ahorros, sus casas y sus posesiones, algunos habían perdido sus trabajos, y otros, habían perdido incluso la vida. Y muchos más habrían perecido de no ser por la actuación heroica de algunos vecinos, que se jugaron todo lo que les quedaba para ayudar a sus vecinos.

                Seguía diluviando con ganas aquella tarde de Abril, y Elena no sabía qué hacer. Había perdido su piso en la inundación, y, además, el local en el que trabajaba había sufrido graves desperfectos y todavía estaba en obras. Estaba sin blanca, ni un mísero céntimo, viviendo en casa de una amiga en las afueras de Valaguas.
                Había vivido toda su vida allí, entre aquellas calles, rodeada por aquellas gentes, pisando aquellas piedras y dejándose mecer por el mismo viento que soplaba todas las tardes. Pero ya no pertenecía allí. Aquél había dejado de ser su lugar poco más de un mes atrás, cuando su casa y su futuro se derrumbaron al mismo tiempo sobre su prometido. No le quedaba nada allá, pero no se había atrevido a irse todavía. Se hallaba sin fuerzas, agotada día sí y día también, tratando de no pensar. Pero nada la aliviaba.
               
                Paula llegó a casa empapada, calada de los pies a la cabeza pero con una sonrisa tan cálida que parecía ajena a todo lo que había pasado el último mes. Elena salió a recibirla, arrastrando los pies, alicaída.

                - ¡Hola Ele! - Dijo Paula, toda entusiasmo, como siempre. - ¿Qué tal has pasado el día? ¿Ha pasado algo interesante?
                - Hola Pau, no, la verdad es que no. -Elena parecía dubitativa y Paula fingió no darse cuenta.-.
                - Mira, ya me han dado el dinero de la indemnización. No es mucho, especialmente ahora, pero con esto podré reabrir la peluquería, y podré dejar de ir casa por casa para poder trabajar.
                - Me alegro mucho Pau, de verdad. -las palabras de Elena parecían sinceras, pero sus ojos delataban que su mente estaba en otro lugar, muy lejos de allí. Había pasado así el último mes, y Paula sólo quería verla regresar-.

                Paula prestó más atención a su amiga, porque había algo distinto en su mirada. No era fácil de ver, pero ella había estado observando a Elena durante el último mes, esperando encontrar algún rastro de mejoría en su semblante, y por fin veía algo distinto. No era algo muy exagerado, y era prácticamente imperceptible, pero los ojos de Elena volvían a tener un brillo especial. Por un instante, Paula pensó que su amiga le recordaba a una leona que identifica a su presa antes de abalanzarse sobre ella.

                - Me marcho -dijo Elena, tranquila y serena.-.
                -¡¿Qué?! - aquello había pillado totalmente fuera de juego a Paula, porque aunque esperaba un cambio en la actitud de su amiga, eso ni se le había pasado por la cabeza. ¿Cómo que te marchas? ¿A dónde irás? ¿Qué harás? - habría seguido preguntando, porque las preguntas se amontonaban en su mente, disparadas por un miedo irracional y mezcladas con auténtica consternación. Definitivamente Elena había perdido la cabeza.-.
                - Tranquila Pau, he estado pensando en esto mucho tiempo. He buscado muchas soluciones al mismo problema, y la verdad es que no encuentro ninguna. Lo que pasa es que tengo que seguir buscando, y llevar esa búsqueda a otro lugar. Aquí no me queda nada -dijo Elena con los ojos bañados en lágrimas, aunque sin perder la compostura.-, bueno, eso no es cierto, todavía me quedas tú, pero no quiero ser un lastre para ti. Tengo que volver a volar, y aquí el dolor es tan grande que el simple hecho de pensar en abrir las alas...

                Elena rompió a llorar. Hacía mucho tiempo que no dejaba entrever sus sentimientos, o eso creía ella, pero todavía hacía más tiempo que no perdía el control de aquella manera. Se estaba despidiendo de su mejor amiga, de la única persona que la vinculaba con el pasado, y entonces todo cobraba vida de nuevo.
                Se acordaba de él, de su sonrisa, y de los momentos que pasaron juntos. Se preguntaba si volvería a verlo, o si podría ser feliz sin él, y aquél pensamiento todavía le hacía más daño, porque sentía que le estaba fallando. Y se enfadaba, porque era él quien la había abandonado. Y volvía a llorar, con más ganas todavía, por odiarle y pensar que él había elegido abandonarla. Todo en aquél lugar era demasiado intenso, y tenía que alejarse de allí.


                Elena pasó la siguiente semana preparándose para el viaje, con la ayuda de Paula. Parecía menos preocupada y más fuerte, y cada día que pasaba Paula la notaba mejor. Cuando finalmente llegó el día de la despedida, las dos lloraron como niñas, se abrazaron como hermanas y se despidieron como mujeres, sabiendo que sus caminos quizá no volverían a encontrarse. Paula seguiría trabajando en la Peluquería Pau, y Elena todo lo que sabía era que esa noche iba a dormir en un hotel, antes de subirse al tren de mañana. 

domingo, 14 de julio de 2013

Vanitas

                Salió corriendo de entre los árboles, trastabillándose al enredarse en una raíz que sobresalía un poco más de la cuenta. Jadeaba y apenas podía respirar. Su pecho se hinchaba y se desinflaba a un ritmo frenético, pero todavía más veloz corría su corazón. Había entrado en el Bosque de las Ánimas por una apuesta, pensando que no habría nada que pudiera asustarla, y encontró algo que podía lastimarla. Que la había lastimado, y que quizá volviera a hacerlo. No pensaba con claridad. No pensaba en absoluto, porque su instinto de supervivencia había cogido las riendas, adormeciendo su parte más racional. Un destello salvaje, apenas un leve brillo prendía en su mirada, buscando la salida más cercana de aquella nube de oscuridad que lo cubría todo.
                Todo empezó la tarde anterior, un Sábado normal y corriente, de no haber sido porque nadie tenía que trabajar y habían quedado todos allí: Leo, Dani, Marc, "el Pelos", Lucía, Dev y Alicia. Habían empezado la fiesta temprano y habían terminado jugando a un juego que jugaban los adolescentes en la zona, aunque ellos ya estaban bastante creciditos como para ser llamados así. En esa parte de la península, todavía quedaba un sabor de la España antigua, dada a los rumores y a la magia, y entregada a los secretos. Y concretamente allí, en aquél pueblo del Moncayo, las leyendas y el día a día se daban la mano como viejos amigos. Algunos mayores decían que el Moncayo era mágico, y, aunque eran escépticos y no creían en brujas y "esas chorradas", sí creían en esa magia que brotaba de la entrañas de la montaña. Los días de niebla, la gente intentaba no salir a la calle, y cuando preguntabas, nadie admitía lo que todos pensaban: estaban aterrados. La niebla en Moncayo siempre había acompañado a las desapariciones, como si la montaña quisiera cubrir sus jugadas, y evitar miradas extrañas.
                Pues bien, el juego al que jugaban era similar al típico "Verdad o Reto", pero las reglas eran un poco más tétricas. Las verdades consistían en las historias más aterradoras que uno había vivido, que os aseguro, que en esta zona, son muchas, y los retos, eran auténticas pruebas de valor, y no esas pijotadas de ciudad. Dev y Leo habían contado un episodio especialmente aterrador que les había pasado el verano anterior, cuando estaban saliendo juntos, y pasaron unos días en la Torre de la Bruja, una pequeña propiedad que la familia de Leo tenía cerca de Litago. Para no aburriros mucho, os haré un resumen: Hubo corte de luz, fuego, escalofríos, voces y objetos que se movían solos. Aunque lo más aterrador, según nuestros testigos, era la sonora carcajada que sonó para concluir aquél episodio de terror intenso. Todos estaban un poco achispados, pero, a pesar de eso, al escuchar la historia, una gota de sudor recorría su espalda, señal de la tensión que estaban soportando.
                La única excepción era Alicia, que no bebía nunca desde que sufrió el accidente en el que murió su prometido, del que nunca hablaba. Se había vuelto totalmente escéptica y racional, y parecía que nada podía darle miedo. El resto del grupo la protegió durante mucho tiempo, intentando animarla para que dejara de pensar en aquél terrible y trágico incidente, pero ahora se reían de ella por esa actitud tan infantil. No se referían a la férrea convicción de Alicia de que los sucesos extraños tenían una explicación lógica, no. Lo que consideraban infantil era negar el miedo que producían según qué sensaciones. Ellos lo sabían, sabían en lo más profundo de sus corazones que negar un miedo tan visceral como aquél no podía traer nada bueno, así que quisieron darle una lección de humildad a Alicia, y, cuando ella, que no tenía historias tétricas que contar, eligió el reto, la enviaron derecha a la historia de miedo más terrible que iba a vivir en su corta vida. La enviaron al Bosque de las Ánimas la noche de las Brujas, la noche de Halloween.


P.D. Si queréis saber qué encontró Alicia en el Bosque de las Ánimas, al menos seis personas diferentes tienen que comentar esta entrada. 

viernes, 17 de mayo de 2013

La Última Batalla



Una lluviosa tarde de Abril, Caín le explicaba divertido a su encinta esposa la historia de su nombre. Sus padres, que habían dejado de creer en la misericordia de Dios cuando falleció su primer hijo, Ernesto, a causa de una misteriosa enfermedad, decidieron darle una lección al mundo, poniéndole a su segundo hijo el segundo nombre más odiado de la religión cristiana, tan sólo por detrás de Judas. Lo hicieron movidos por una fe ciega en su hijo no-nato, una fe que les permitía ver en quién se iba a convertir con el paso del tiempo, una fe que demostraría que el destino de un hombre no depende de su religión o de su nombre, sino de su alma, y de la fuerza de sus convicciones y su determinación. Le contaba a su amada, casi avergonzado, que no sabía qué futuro habrían vislumbrado sus soñadores padres, y un brillo refulgía en sus verdes ojos misteriosos cuando confesaba que lamentaba que no fueran a tener la oportunidad de vivir ese futuro que habían vaticinado.

-          Tus padres te han visto crecer y convertirte en un hombre bueno, en un hombre justo que ayuda a quien lo necesita sin esperar nada a cambio –así trató de animarlo Elena, embarazada como estaba de ocho meses, con una sonrisa que iluminaría al cielo pese a que el embarazo le estaba costando todas sus fuerzas-. No conozco, ni conoceré a nadie que se parezca a ti, tan valiente y sabio. Ni tan apuesto –añadió mientras le besaba delicadamente los labios, a la vez que le lanzaba una pícara mirada llena de lascivos pensamientos-.
-          Ah, mi pobre y amada esposa –le contestó Caín en cuanto terminó aquel largo y apasionado beso, sonriendo absorto-, me alegro de que me veas con tu corazón y no con tus ojos, o nunca habrías accedido a casarte conmigo.

No pudieron Elena y Caín intercambiar muchas más carantoñas aquella triste tarde, pero lo hubieran hecho de haber sabido el futuro que les esperaba. Todavía estaban sus manos entrelazadas cuando alguien llamó a la puerta. Caín, preocupado, se levantó raudo a la vez que le dirigía una mirada arrepentida a Elena por tener que alejarse de su lado, aunque sólo fuera un instante. Él lo intuía. Intuía que no volvería vislumbrar aquella hermosa sonrisa, ni volvería a besar aquellos labios, o a acariciar aquél áureo cabello que resbalaba, bucle a bucle, sobre los hombros de ella, su Elena.
Cuando Caín alcanzó el umbral se detuvo y respiró hondo, mientras la mano izquierda asía el pomo, la diestra acariciaba distraída su acero. Sin perder mucho tiempo, preguntó quién les importunaba y qué asunto era tan importante como para molestarles en el día de descanso. Un sordo sonido gutural respondió sin mucha floritura una escueta frase como respuesta y Caín descorrió el cerrojo. Una inmensa figura atravesó el vano de la puerta y estrechó el antebrazo Caín a la vez que se cuadraba y hablaba rápidamente:

- Lo siento Capitán, sabe que no hay nada en este mundo que deteste más que interrumpir el tiempo que pasa usted con su esposa –se disculpaba el extraño caballero, mientras dirigía una suplicante mirada a Elena- pero ha sucedido algo, algo que requiere de su atención de manera inmediata –su amabilidad se esfumó mientras pronunciaba aquellas palabras y su rostro se endureció a una velocidad alarmante-. Incursores bárbaros han sido vistos en las montañas. Tres informes distintos, en distintas zonas, pero a la misma hora. Lo investigué antes de encaminarme a su casa, señor. Esto no me da buena espina.
            - Gracias por su prudencia y su esfuerzo, teniente Martínez, puede descansar –la altura de aquel inmenso individuo disminuyó al menos cinco centímetros tras aquella orden-. Imagino que se habrá encargado de organizar a la guardia y de preparar una partida de reconocimiento –Caín hizo una pausa, reflexionando sobre el tema. Él, con sus veintinueve inviernos, era el capitán más joven del ejército de su Majestad, y el único oficial del ejército temido fuera de sus fronteras por su inmaculada técnica de combate, su valor y su asombrosa capacidad estratégica-. No obstante intuyo que sería más prudente esperar y organizar una reunión táctica. Encárguese de que todos los miembros del escuadrón estén presentables en veinte minutos a las puertas de la ciudad. Temo que si enviamos a los oficiales de reconocimiento, sean emboscados. Es extraño que llevemos tanto tiempo sin conflictos y de repente se reporten tres visiones simultáneas en los alrededores de la villa. Muy sospechoso.

Martínez desapareció como el humo de una vela apoyada en el alféizar de la ventana de una torre en una ventosa tarde de otoño. Diez minutos después el “Escuadrón del Fénix Iridiscente” al completo se hallaba esperando la llegada de su capitán, al que los enemigos apodaban “el destructor de esperanzas”. En las numerosas campañas en que Caín había participado, jamás se había alejado de la batalla. Luchaba hombro con hombro con sus soldados, y acostumbraba a reprenderlos si le trataban con deferencia en la liza. Para él, sus hombres no eran peones, sino hermanos, y había sangrado numerosas veces para interceptar la negra guadaña de la muerte que se cernía sobre alguno de sus compañeros. Pero nunca había sangrado en exceso, pues su habilidad y rapidez eran tales, que sus enemigos palidecían en su presencia y sus estocadas parecían torpes y desatinadas.
El capitán Caín se enorgullecía de sus cicatrices, porque gracias a ellas, sus hombres no lo tenían por un Dios de la guerra, sino por un humano extraordinario, y eso les daba esperanzas y templaba sus corazones, ayudándoles a luchar con más valor del que creían poseer. Ningún soldado bajo su mando había retrocedido jamás ante el enemigo, y hay también quién afirma que incluso después de muertos ensartaban a sus enemigos con sus lanzas y estoques. Todos los días llegaban jóvenes a la villa, esperando ser admitidos en el escuadrón, movidos por su necesidad de ser útiles a su Corona y su deseo de servir bajo el mando del gran Caín.
Pero él siempre bromeaba con Elena sobre el tema, maravillándose de cómo podía ejercer aquella influencia tan desmedida por su capacidad de matar. En cierto modo se avergonzaba de no ser útil para otra cosa que no fuera la guerra, pero esos pensamientos lo acompañarían a la tumba, y su esposa nunca sabría el hondo pesar que afligía su corazón.
Cuando Caín llegó a las puertas de la villa, todavía faltaban cinco minutos para la reunión, pero él sabía que estaban todos reunidos sin necesidad de contarlos. Se le encogía el corazón de pensar que aquellos hombres morirían si él se lo pidiera, y que lo harían con una sonrisa en los labios y sintiéndose orgullosos de seguir sus órdenes. Caín saludó al escuadrón e hizo algunas preguntas para orientarse sobre los informes acerca de los avistamientos de bárbaros en la zona. Tal y como pensaba, los puntos en los que habían avistado a los incursores eran distantes entre sí, y cubrían buena parte de los terrenos de la villa. Era fácil que estuvieran organizando un sitio, y pensaran asaltar la villa a no mucho tardar.
El capitán Caín organizó las guardias de las murallas y convocó a los ciudadanos para evacuarlos por los pasajes subterráneos, y dio gracias de que aquella fuera la primera vez que los bárbaros iban a intentar atacar aquella villa, porque no tenían modo de conocer aquellos pasajes. Sin embargo, los Bárbaros estarían observando la ciudad y si todo el mundo desaparecía de repente, los buscarían y encontrarían merodeando por las montañas, sin posibilidad de huir o de defenderse.
No, desalojarían la villa y Caín y una parte de sus hombres tendrían que quedarse y defenderla como si no fuera una ciudad fantasma y carente de valor. Pero había un problema: el escuadrón estaba conformado por doscientos hombres, de los cuales más de la mitad acompañarían a los habitantes de la villa por el paso subterráneo, para mantener el orden, y protegerlos en el hipotético caso de que los descubrieran.
Como era de esperar, ni uno sólo de los miembros del Escuadrón del Fénix Iridiscente se ofreció voluntario para huir del combate. Todos querían quedarse y comprar tiempo para que la gente de la villa, sus familiares, sus amigos y los miembros de su escuadrón llegaran a salvo al próximo pueblo, aunque tuvieran que pagar ese tiempo con su sangre, en el mejor de los casos. Sería el capitán Caín el encargado de seleccionar los cuarenta soldados que habrían de defender el pueblo, pagando el más alto de los precios.

-Hermanos, no sabemos qué nos deparará el mañana, pero temo que hoy hemos de enfrentar la muerte. No sabemos cuántos bárbaros nos asediarán, ni cuándo comenzará el asedio, pero seguro que serán más de cuarenta. Eso significa que los que nos quedemos –en este instante los miembros del escuadrón, fornidos hombres curtidos en decenas de cruentas batallas que no se dejaban intimidar por nada, ni por nadie, intercambiaron sombrías miradas, pues todos sabían que el capitán no se movería de la villa hasta que su encinta esposa y el resto de las gentes del lugar estuvieran a salvo- tendremos que retener durante el máximo tiempo posible a un enemigo del que nada sabemos. Habrá que luchar a muerte –Martínez vio cómo el rostro de su capitán se tornaba ceniciento- durante Dios sabe cuánto tiempo. Martínez, tu única preocupación ahora tiene que ser llegar rápidamente a Trejo y solicitar la ayuda del ejército real a su Majestad –por supuesto, Martínez quería protestar. Quería quedarse y luchar a muerte para proteger a su capitán, pero no osaría llevarle la contraria-. Parte de inmediato, y que tus pies vuelen sobre los obstáculos del camino.
- Sí, mi capitán –fue la única contestación del teniente Martínez, mientras abandonaba la formación, con la mandíbula tensa y dos lágrimas recorriendo su rostro -durante casi veinte años, hasta que la muerte le sobreviniese en el exilio protegiendo a los hijos de su buen amigo Caín, soñaría todas las noches con aquella despedida, castigándose y culpándose por haberse ido sin más, pues aquella fue la última vez que vio con vida a su mejor amigo-.
- En cuanto a vosotros –continuó Caín-, que den un paso al frente aquellos que tengan más de cuarenta años, o no tengan familia que cuidar. Vosotros y yo –añadió el capitán con tono solemne, dirigiéndose a las treinta y seis almas que habían avanzado hacia la muerte con aquel escueto paso. Caín no necesitaba contarlos, sabía perfectamente cuantos eran, sus nombres y sus aficiones.-, hermanos, defenderemos la zona hasta que el resto de los miembros de la familia vengan a recogernos, cuando la gente de la villa esté a salvo –de los ciento sesenta y dos soldados que quedaron atrás con aquél paso, no hubo uno sólo que no deseara avanzar, pero aunque unas terribles ganas de llorar les afligían, ninguno derramó una sola lágrima. Aun así, entre sus puños cerrados resbalaban brillantes gotas rojizas, porque todos los miembros del escuadrón sangraban como uno solo-. Empezaremos la evacuación en cuanto suenen las campanas de la iglesia, para que los ojos que nos espían no sospechen nada. Los que os quedéis conmigo, aprovechad para despediros de vuestros amigos, por lo que pueda pasar. Descansen.

Caín se dirigió a su casa, abatido. Apenas tenía fuerzas para andar, y tendría que sacar fuerzas para convencer a su esposa de que todo iba a salir bien, de que tenía que abandonar la villa con el resto de los aldeanos. Él lo daría todo en aquella batalla para darle a Elena una oportunidad de sobrevivir y criar al hijo que llevaba en su vientre. Y Caín sabía en lo más profundo de su ser que aquella sería la última vez que la vería y que jamás vería crecer a su retoño.
Todo sucedió muy deprisa, como en un mal sueño. Caín recordaría en sus últimos instantes haber tomado las menudas manos de Elena entre las suyas, haberla mirado a los ojos y haber conseguido esbozar una tranquilizadora sonrisa. Con amargor recordaría que no había podido besarla, angustiado como estaba, esperando morir lejos de ella, y sabiendo que sería una de las cosas de las que más se arrepentiría mientras moría mirando el lluvioso cielo.

De aquél sitio a la villa no quedó ni un solo superviviente que pudiera narrar la historia en ninguno de los bandos. Duró casi una semana, en la que murieron treinta y siete soldados de la Corona y cuatrocientos setenta y nueve bárbaros. Pero quedó una leyenda:

“Al amanecer del séptimo día, el explorador de los caballeros de su Majestad arribó a la villa. Descabalgó en los alrededores, temeroso de ser descubierto, aunque más inquieto por el sepulcral silencio que reinaba, y anduvo los casi diez kilómetros que le separaban de las puertas. Las encontró destrozadas por los envites de los bárbaros, astilladas y en pedazos esparcidos por el suelo. No halló resistencia alguna, por lo que se internó en la villa. En el mismo centro de la plaza encorvado sobre su espada, que reposaba sobre una pequeña montaña de bárbaros, se alzaba una solitaria figura.
Al acercarse el explorador lo reconoció como Caín, legendario capitán del Escuadrón del Fénix Iridiscente. Respiraba a duras penas, y su cuerpo, lacerado por infinidad de hojas enemigas, apenas lo mantenía en pie. De no ser por la espada, el explorador estaba seguro de que se habría derrumbado hacía tiempo. Tan terrorífica era la estampa, que el explorador empezó a temblar sin saber muy bien por qué. Los ojos de aquel hombre parecían perdidos en la lejanía, aunque reconoció de inmediato al oficial del ejército. Caín sólo pudo articular, entre terribles espasmos, dos preguntas, referentes a la salud de su esposa y a si había habido alguna baja entre la gente de la villa que había evacuado.
Cuando le preguntaran sobre aquella conversación, y no le preguntarían pocas veces a lo largo de su vida, el explorador siempre juraría, terriblemente apenado, que aquél gran hombre, leyenda en vida, en cuanto oyó que su mujer se encontraba en perfecto estado de salud, y no había habido ni una sola baja entre las gentes evacuadas, cayó fulminado con una sonrisa fantasmagórica escapándose de sus amoratados labios y un río de lágrimas resbalando por sus mejillas. Nada pudo hacer por él, aunque intentó reanimarlo.  El explorador creyó oír al capitán Caín pedir perdón mientras exhalaba su último aliento, pero no estaba seguro.
Cuando llegó el médico al pueblo unas cuantas horas más tarde, aseguró que todos los combatientes llevaban al menos dos días muertos, incluido el capitán Caín.”

domingo, 5 de mayo de 2013

La Venida del Espíritu Santo


                La hoguera se alzaba majestuosa sobre unos maderos colocados estratégicamente en el centro de la playa. El olor a sal, a humedad, a alcohol y a sudor se entremezclaba de una manera tan natural que casi costaba diferenciar los matices. Casi. Los jóvenes alegres y despreocupados entrechocaban sus vasos de plástico, salpicando y duchando a cualquier persona que estuviera cerca del lugar, mientras gritaban obscenidades a quién pasara por su lado. Los hombres a las mujeres, éstas a ellos, ellos a éstas, y vuelta a empezar. Allí eso no importaba, era una gran fiesta y había que celebrar todo lo que pudiera celebrarse. Una auténtica jornada repleta de dicha, cómo no habían tenido en meses. Las inhibiciones habían desaparecido por completo, y aunque cabría esperar que el culpable fuera el alcohol, en la mayoría de los casos no lo era.

                No, la auténtica culpable de aquél desfase no era otra que la guerra. Todas las personas que estaban en la fiesta habían perdido a alguien en los últimos años. Novios, novias, hermanas y hermanos, padres, madres, tías, tíos... todo el mundo había visto cómo alguien a quién quería era borrado de su vida, sin explicaciones, sin tiempo para despedirse, sin un cuerpo que llorar.  Y lo que estaban celebrando no era la victoria, no celebraban que su país hubiera vuelto a un estado de paz y tranquilidad.
                Celebraban que no habría más barbaries, que no habría más traiciones, ni sorpresas desagradables a la hora de almorzar. Celebraban que no tendrían que llorar cada vez que mandaran a sus hijos a clase, y que cada ruido sordo que oyeran no significaría que las bombas iban a caer sobre su ciudad. Aunque las cicatrices seguirían allí, y mucha gente correría a esconderse debajo de la sólida mesa del comedor al oír el petardo que un niño despreocupado arroja en la calle, durante muchas semanas más.

                Unos meses después, la gente empezó a llamar a aquella fiesta la "venida del Espíritu Santo", porque muchas jóvenes habían quedado embarazadas sin saber quién era el padre. Y muchos novios acabaron en el hospital. Y muchas novias. Y niños, sobre todo niños, porque la gente en el momento álgido de la celebración había dejado de prestar atención a dónde ponía los pies. Pese a todo, aquello no fue lo único que sucedió en la playa aquella noche, casi, pero no.

                En una de las orillas más alejadas de la luz de las hogueras, agachado y jugando a crear castillos de arena, había un señor mayor. Aquél señor mayor que estaba sólo y apartado de la celebración, entre iluminado por las hogueras y la luna y consumido por las sombras, ocultaba su rostro con una capucha, de manera que no era fácil reconocerlo. Aquél señor mayor, había sido el instigador de la guerra, el que, dejando que su ego dominara su mente, su auténtica esencia, su yo más profundo, había cedido al deseo de expandir su terreno, de aumentar su hegemonía cómo presidente electo de un país, a intentar convertirse en Emperador. Pero como suele pasar con estos personajillos que quieren ir más allá de su destino, su "Imperio" dejó de ser suyo en el instante en que el golpe empezó a tomar forma. Fue traicionado por sus "amigos" y despojado de todo el honor y la gloria del cargo. Fue una especie de chivo expiatorio, y pasó de ser un Rey, a ser un Mendigo. Pasó de jugar con fuego, a quemarse en la hoguera. Por eso teme al fuego, por eso huye de la gente. Pero como el Karma es así, el destino no ha terminado con su vida, porque aun tiene una importante misión que cumplir. Un precio que pagar, y un crimen que expiar. Por eso, y sólo por eso, aquella noche, la noche de la Venida del Espíritu Santo, nadie lo reconoció, porque, si lo hubieran hecho, esta historia terminaría de una forma muy distinta.

jueves, 2 de mayo de 2013

Fantasía o Realidad (Parte Dos)


                John se despertó sobresaltado, sudando. Había soñado con Lucía, cómo casi todas las noches del último mes. La veía caer en un pozo y se despertaba de inmediato, sin llegar a perderla de vista. Ésta vez había sido diferente, ésta vez ella había sido consumida por la oscuridad, que la había devorado cómo si hubiera sido un pequeño trozo de carne en una pecera de pirañas, envolviéndola por completo y alejándola de él. John, todavía alterado por aquella horrible visión, se incorporó cómo pudo, se puso una camiseta y se calzó las sandalias y fue al lavabo a lavarse la cara y despejarse un poco. Después fue a la cocina a preparase una infusión de melisa y manzanilla, que dejó enfriar unos minutos.
                Seguía pensando en Lucía, aunque hacía más de un año que no la veía, y llevaba mes y medio sin poder contactar con ella por Skype, más o menos desde que se marchó a Escocia a terminar las preparaciones del sistema informático para la nueva sede de la empresa. Fue a por la infusión y se sentó en el borde de la ventana, mientras observaba cómo repiqueteaba la lluvia contra el cristal y humedecía la adoquinada calle que conducía al pueblo, que estaba a poco más de un kilómetro de distancia. John había encontrado el alquiler de aquél caserío viejo por un precio envidiable, y la única pega es que tenía que andar todas las mañanas un poquito más para llegar al edificio en el que se había instalado su empresa. Habían optado por instalarse en Kirkliston porque estaba al lado de Edimburgo y era bastante más tranquilo que la capital.

                Cuando John todavía estaba en España había empezado a salir con una chica, Marta, que conoció en el gimnasio. Era divertida y muy alegre, y estaba llena de energía. Su pelo rojizo y su eterna sonrisa eran sus rasgos más distintivos, aunque no eran lo único que llamaba la atención. Habían estado saliendo juntos un par de meses, y John no recordaba haber sido más feliz en toda su vida. Salvo quizás aquellas tardes en que todavía era un niño y seguía a Lucía a todas partes, pero eso es otra historia.  Cuando sus jefes le comunicaron que tendría que estar tres o cuatro meses en Escocia, se le rompió el corazón. Aunque Marta parecía estar dispuesta a esperar el tiempo que hiciera falta para estar con él. John no era un hombre que llorara con facilidad, pero aquella conversación consiguió que las lágrimas pasearan por su rostro con total naturalidad.

                John había llegado antes que Marta al bar, y cuando la vio llegar se levantó y la estrechó entre sus brazos, a la vez que la besaba suavemente en los labios.

                - Hola Marta, siento haberte llamado tan pronto, pero hay novedades en el trabajo que necesito hablar contigo -John había repasado aquella frase unas cien veces para no asustar a Marta con algún malentendido-. Mis jefes van a trasladar la sede principal de Utebo a Kirkliston, en Escocia, y me han... informado que van a necesitar que esté varios meses poniendo a punto la instalación informática -No sabía si el rostro de Marta reflejaba tristeza, o es que la había despertado y todavía estaba somnolienta, pero en ese momento ella se frotó los ojos con el dorso de las manos, lo que confirmó las sospechas de John-.

                - ¿Varios meses? -Marta disimuló un bostezo, y haciendo acopio de sus fuerzas, continúo-. ¿Y nuestros planes para San Juan? Supongo que no podrá ser... -resultaba extraño ver a Marta tan alicaída, a John se le rompía el corazón de verla así, y eso que podría decirse que acababan de conocerse.-. Pero, ¿sabes qué? tampoco era algo tan importante -él sabía perfectamente la ilusión que le hacía a ella pasar la mágica noche de San Juan en su compañía, por eso aquella frase le resultó tan extraña-, además, siempre he querido visitar Escocia...

                No había sido una conversación muy larga, porque John sólo tenía veinte minutos para desayunar, pero aun a pesar de eso, había sido muy intensa. Recordaba aquella genuina sonrisa que Marta le había regalado al decirle, indirectamente, que iría a visitarlo allí, y se le iluminaba el corazón. Pero aquél corazón lleno de luz también tenía sombras, y a John le dolía pensar que, a pesar de todo el amor que sentía por Marta, sus sueños sólo le mostraban la angustia de perder a Lucía...

martes, 2 de abril de 2013

¿Fantasía o Realidad?


                Comenzó como un juego, años atrás. Él le dejaba mapas y mensajes en cualquier lugar que visitara, siempre acompañado de su símbolo favorito, que era un sombrero de mago de esos triangulares con estrellitas, y ella los buscaba en cualquier lugar que visitara, por si había algo para ella en aquél lugar.
                Cuando John y Lucía se conocieron, eran unos niños que compartían pupitre en la clase de dibujo del colegio. La familia de Lucía acababa de mudarse al pueblo y ella era la chica nueva, lo cual no habría estado tan mal si no hubiera sido tan pecosa. Tener pecas en el colegio equivalía a ser judío en la Alemania nazi, las pecas se perseguían y a los pecosos se les sometía a toda clase de vejaciones. Así estaba siendo para Lucía, a la que a raíz de sus pecas y su cabello rojizo toda la escuela trataba mal. Le tiraban el almuerzo en el recreo, le arrojaban piedras y le ponían la zancadilla por el pasillo siempre que podían.. hasta que John intervino. No es que dejaran de hacerle todas esas cosas, de hecho se inventaron algunas nuevas. No es que cuando él estuviera cerca ella estuviera protegida. Pero dejaba de importarle, porque había alguien que se mantenía a su lado a pesar de los problemas.
                Se hicieron amigos muy rápidamente, y se reunían después del colegio en casa de cualquiera de los dos, para seguir charlando y soñando juntos. Conforme fueron creciendo, empezaron a salir de excursión por las tardes, en bicicleta o andando, por los campos y caminos de los alrededores de su pueblo, explorando todo un mundo de pequeñas cosas. Allí empezó el juego de los mensajes secretos.  Pronto empezaron a marcar los caminos que habían visitado, señalando en los que habían encontrado algo importante, algún refugio o cualquier cosa. Construyeron una cabaña como pudieron, cerca de los terrenos de la familia de John, y en general, fueron felices, al margen de la escuela. Pronto, empezaron a utilizar sus símbolos de exploración para darse esperanzas en la escuela, para descubrir que al margen de los problemas, siempre había un tiempo feliz que compartían.
                Así, sin querer reconocerlo, terminaron por enamorarse. Pero ninguno tuvo el valor de arriesgar la amistad que tenían, porque consideraban que era lo más valioso que poseían, y no querían perderlo, por un poco más de felicidad. Cuando John y Lucía empezaban a vencer ese miedo, sucedió algo.  Con pocos meses de diferencia, los padres de John perdieron su trabajo y empezaron a buscar nuevos empleos. Finalmente les ofrecieron sendos puestos de trabajo en una multinacional, unos puestos muy jugosos que no pudieron rechazar. El problema es que tendrían que mudarse.
                Cuando John se lo contó a Lucía, conteniendo las lágrimas de milagro, ésta empezó a sollozar. Antes de conseguir consolarla, John la estaba acompañando, y ambos lloraban abrazados. Los dos lo sabían. Ninguno lo dijo.
                Desde entonces, aunque siempre han mantenido el contacto y han hablado casi todos los días, nada es lo mismo. Ese amor platónico de hace tantos años ha boicoteado inconscientemente todas las relaciones en las que los jóvenes se habían visto envueltos. Para John, significa no poder dejar atrás un amor tan profundo que teme que si se detiene se hundirá para siempre. Para Lucía, es perseguir a un fantasma, porque cada vez que lo alcanza, se desvanece entre sus dedos.  Siempre que hablan, bromean y tontean, los dos lo dicen en serio, y ninguno se cree lo que le contesta el otro. Es como un juego. Esperan que, milagrosamente, llegue un día en el que puedan reunirse y vivir juntos, y dar por fin rienda suelta a ese amor que los abrasa.

                - ¿Lucía? ¿estás bien? llevo un rato hablando y no me haces ni caso... te veo un poco pálida.
                - ¿Eh..? -respondió Lucía distraída, mientras apartaba la vista de aquél sombrero y volvía a la realidad-. Sí sí, perdona, David. Es sólo que estaba recordando mi tercer año de instituto, y me he dejado llevar...¿qué me estabas contando?
                - Te... -David seguía mirándola como si tuviera algo en la cara, entre extrañado y preocupado-. Te estaba preguntando si no habíamos visto ese símbolo ya cuando estuvimos en Sos del Rey Católico. Y ahora que lo pienso, juraría haberlo visto también en el Monasterio de Piedra...
                - No lo sé, cielo, sabes que soy muy despistada -Lucía notaba que sus mejillas se teñían de rubor, y decidió cambiar de tema-. ¿Dices que en este castillo se rodó El Reino de los Cielos?

                Siguieron hablando durante un rato, Lucía evitando el tema del hombre con quién quería compartir su vida, mientras hablaba con su novio. David, enamorándose cada vez más de aquella preciosa y misteriosa pelirroja, que a no mucho tardar, terminaría por romperle el corazón. 

sábado, 9 de marzo de 2013

Aventura y caza de un Tyrannosaurus Rex


La aventura comienza, como tantas otras, por una mujer. Obviamente no es una mujer cualquiera, o de lo contrario, no habría historia que narrar. Era pues una de esas hermosas mujeres cuya sonrisa en un día soleado no puedes mantener, pero no por el riesgo de cegarte para siempre, no, sino porque si no apartas la mirada, quedarás hechizado para siempre en la sinuosa curva de sus labios. Mujer valiente y osada donde las haya, seguramente más de lo que debería ser, una de esas chicas que trata de disimular sus problemas mientras intenta ayudar a los demás. Muchos eran los motivos que la mantenían despierta durante las oscuras y lluviosas noches de los últimos meses, pero había una razón aterradora que la despertaba una y otra vez, sin dejarla descansar, manteniéndola cansada de día e impidiendo que se repusiera de noche.
Pero en la aventura también había un chico. Era un chico común, uno de tantos muchachos ávidos de historias que vivir y de peligros que afrontar. Quizá algo temerario, se ofreció a buscar una solución que pudiera ayudar al reposo de aquella preciosa princesa. No es que fuera una princesa de cuento, que tuviera sirvientes o criados, o una vida de lujos y depravación. Pero era una princesa. De tibio corazón y anhelante espíritu, aquella muchacha no podía ser llamada de ningún otro modo. Su miedo, sin embargo, no iba a ser sencillo de afrontar, y todavía más difícil sería conquistarlo. Un extraño ser la perseguía en sueños.

Era una bestia enorme de gran testa y afilados colmillos. Caminaba erguida, aunque sus miembros superiores eran cortos y prácticamente inútiles, al contrario que sus poderosos miembros inferiores, que hacían temblar el firme a cada zancada. Además la extraña criatura tenía una inmensa cola que le ayudaba a mantener el equilibrio al avanzar, y de paso, a librarse de cuantos animales quisieran entrometerse en sus asuntos. La única debilidad de esa aberración era su vista, que gracias a Dios no era demasiado buena. Sin embargo, poseía un delicado olfato y un oído más que aceptable, así que podía intuir con bastante precisión dónde se hallaba su presa. Pues bien, lo que el joven muchacho debería hacer para cumplir su promesa, sería, simplemente, cazar a la criatura. Coser y cantar.
Pasó varias noches estudiando a la bestia, rastreándola y observando sus hábitos. En su vasto arsenal tenía ballestas y arcos, lanzas y espadas, pero nada que pudiera hacer frente a una criatura diez veces más grande que él y con una capa de piel del grosor de su torso. No serían las armas, sino el ingenio, la única manera que tendría de acabar con aquella criatura y vivir para contarlo. Tenía varias maneras de afrontar la batalla: había pensado en atraer a su adversario a un lugar pequeño y estrecho en el que su gran tamaño fuera un problema, y, con estacas y lanzas, ir dañando el descomunal cuerpo de la bestia. Pero eso parecía muy complicado; Durante una milésima de segundo pensó incluso en usar veneno, pero necesitaría tres o cuatro carros del veneno más poderoso que pudiera conseguir para tumbar esa mole, y no creía que pudiera administrárselo ni utilizando carne envenenada; El fuego había sido otra idea, pero necesitaría inmovilizar a la criatura durante demasiado tiempo… casi sería más fácil esperar que la bestia tropezara en un terraplén y se partiera el cuello. Quizá eso podría funcionar, lesionar los miembros inferiores de la bestia hasta que no pudieran soportar su propio peso y terminara desmoronándose. Pero no sería fácil, debido al gran tamaño de sus patas y a su inmensa fuerza.

Pasaron los días y el muchacho no daba con la solución. Además, la bestia parecía evitarlo, como si supiera lo que planeaba hacerle. El desasosiego se apoderaba del joven y había días en los que su ánimo era sombrío. Cabizbajo y apagado, sin darse cuenta mantenía apartados a sus familiares y amigos. Tan sólo la joven muchacha arrojaba un poco de luz en sus cenicientos días gracias a sus escuetas sonrisas. No era mucho, pero ayudaba al cazador a no perder la esperanza, a esforzarse un poco más. Empezó a hacer ejercicio, a ponerse en forma. Practicaba día y noche un extraño método de combate sin armas que aprendió años atrás. El maestro que le enseñó le contó historias de personas que lograron hazañas increíbles aplicando su fuerza de voluntad a sus golpes. El joven dudaba que pudiera vencer a la criatura con su fuerza de voluntad, pero aquél entrenamiento le ayudaba a focalizar su voluble mente, a centrarse en un objetivo, a expandir su consciencia.
A los dos meses, podía arrojar las lanzas al doble de distancia con la mitad de esfuerzo y la misma precisión. A los cuatro, el árbol al que golpeaba con puños y patadas, se secó. A los siete, las saetas de madera que tiraba con el arco, perforaban las piedras como si fueran calabazas maduras. A los diez la disciplina a la que se había sometido durante todo aquél tiempo le permitía sentir los seres vivos que había a su alrededor. A los doce había aprendido a golpear con el puño el tronco de un árbol sin que éste sufriera ningún daño, y que el impacto del golpe destrozara la diana que había tras él. A los trece, su princesa enfermó.

Aquél hecho desconcertó enormemente al joven, ya que los últimos problemas de la muchacha habían tenido que ver con aquella bestia, que llevaba tanto tiempo huyendo de él y sin molestarla a ella. Era como si se hubiera esfumado. Durante una semana, el joven cazador fue a visitar a varios médicos y sanadores, pero todos le decían lo mismo. La enfermedad no parecía ser física, sino mental. Algo la tenía retenida en el mundo de los sueños, y hasta que no lo resolviera, se quedaría allí, sola. Sin querer asumirlo, el muchacho aprendió una técnica de meditación que muy pocas personas conocían, que permitía que dos almas entraran en contacto. No en el mundo físico, ni tampoco en el mental. Las almas conectaban de una manera primordial, en un plano diferente al que vemos, al que pisamos. Un plano similar al onírico.
Así pues, el joven cazador se sentó junto a su compañera con las piernas cruzadas y cerró los ojos. Intentó percibirla, comunicarse con ella. Numerosas imágenes cruzaban su mente como un torrente descontrolado y peligroso. Estuvo en la misma posición durante horas, sin mover un solo músculo, sin levantar los párpados. Cuando ya no aguantaba más, al borde del abismo, a punto de rendirse, perdió el sentido. Sentía sin estar en ninguna parte, veía aun a pesar de que sabía que no había abierto los ojos, y por más que pensaba, no sabría explicar lo que estaba pasando. Entonces la vio. Ella estaba allí, tomando su mano y sonriendo de aquella exquisita manera como sólo ella sabía hacer. Todo era un poco borroso, pero aquella sensación era perfectamente clara.

-          ¿Por qué estás aquí? –preguntó la muchacha, desconcertada. No podía dejar de sonreír, pero no sabía por qué motivo- ¿cómo has llegado?
-          Siempre te ha gustado hacerme preguntas fáciles, ¿eh? –contestó el muchacho con ironía para ganar algo de tiempo.- Intenté… intenté contactar contigo, con tu yo interior. No sabía si funcionaría. He venido a llevarte de vuelta.
-          No puedo salir –dijo la muchacha con un deje de tristeza en la voz-. Está aquí. La bestia. Me persigue sin casi dejarme tiempo para descansar, pero nunca me alcanza. No puedo seguir más tiempo así –la muchacha había empezado a sollozar, estaba cansada, y desalentada-.
-          Eh, tranquila, yo estoy contigo –trató de animarla el joven, pasando el dorso de su mano por la húmeda mejilla de la joven, que consiguió esbozar una fugaz sonrisa tras hipar una vez-. Y no pienso irme sin ti. Ésta vez nos toca a nosotros perseguir a la bestia –añadió mientras le guiñaba un ojo a su princesa y le sonreía-.

Hacía por lo menos tres horas que habían dejado atrás su lugar de encuentro y que andaban deambulando por lo que parecía ser un bosque de helechos y hayas. Nada se movía, y hacían tanto ruido al caminar que apenas oían algo que no fueran sus propias pisadas. Aunque en aquél mundo onírico no había sol, y por lo tanto la iluminación parecía ser uniforme, se atreverían a decir que cada vez era todo más oscuro, más tenebroso y desalentador. Cuando el joven planteó descansar un rato, la muchacha observó una abertura entre las lindes del camino que habían recorrido. No era muy grande, pero parecía haber un gran espacio detrás. Decidieron arriesgarse y seguir adentrándose en el bosque. Al dejar atrás la abertura, llegaron a un camino pedregoso y difícil de transitar.
Unos minutos después, casi de repente, se hallaban en mitad de un claro enorme, y, a la sombra del único árbol que había en el claro, que se encontraba justo en el centro y era un árbol de dimensiones pantragruélicas, estaba la bestia, durmiendo. Resolvieron los aguerridos jóvenes acercarse a ella y matarla en el acto, antes de que causara más problemas, pero en ese preciso instante, un agudo chillido resonó por todo el bosque y despertó a la criatura, que se incorporó en un santiamén. Como si supiera dónde se encontraban los jóvenes, se giró y se abalanzó sobre ellos, casi sin darles tiempo a reaccionar. El joven cazador, más por instinto que otra cosa, empujó a su princesa hacia el camino y le gritó que huyera. Al principio ella se negó, pero cuando miró el rostro decidido del muchacho, casi suplicante, se dio la vuelta entre lágrimas y echó a correr en pos del bosque.

Entre tanto, el joven, que había alcanzado una gran paz de espíritu al saber que había hecho lo correcto, se encaró con la bestia, a la que apuntó con la palma de su mano derecha y desde lo más profundo de su ser, concentrando toda la energía que lo recorría, la proyectó en un estentóreo grito. Fue más una orden moldeada por su voluntad, un acto volitivo que consistía en un deseo en sí mismo. Tan sólo dijo “¡NO!” y la bestia se detuvo. Se paró en el acto, como si hubiera sido retenida por cientos, por miles de cuerdas que la inmovilizaran. Aquella orden, aquél deseo, todavía resonaba en la mente del muchacho, repetía como un mantra una y otra vez “no la dañarás” “no le harás daño”. Se había olvidado de sí mismo, no había esperado detener a la bestia, tan sólo quería retrasarla, el tiempo justo como para que la joven muchacha huyera de nuevo.
La joven muchacha que, al igual que la bestia, se había quedado petrificada al oír aquél grito, sin saber qué hacer. Al volverse, divisó al joven, quieto y sereno, con su mano todavía alzada, y a la bestia, majestuosa, congelada frente a él. Los ojos de la criatura se encontraron con los suyos,  y entonces lo oyó:

-          Perdóóóóóóónameeeee –aquella voz no era humana, parecía como si fuera obra de un extraño viento que soplara de manera singular, pero al intentar adivinar el origen de tan misterioso sonido, la joven comprendió que procedía de la bestia-.
-          ¿Cómo es posible… -no pudo terminar la pregunta, porque se enfrentaba a un concepto muy difícil de asimilar-.
-          Todo este tiempo he intentado alcanzarte, pero no he querido hacerte daño alguno. Huías de mí porque no podía hablar contigo, y como no me entendías, me temías –le contó aquella criatura a la muchacha con una voz más humana-. Soy tu pasado, y he estado persiguiéndote durante tu presente (ahora pasado) para entregarte algo que necesitarás en el futuro.
-          ¿Pero qué coj… -la muchacha seguía sin poder comprender lo que estaba sucediendo o cómo se sentía, que era, más o menos, como tener un sueño dentro de un sueño en el que estás soñando que sueñas-.

La bestia entonces depositó once huevos frente a la muchacha, y le dijo que eran las esperanzas del futuro. Algunos estarían podridos, porque eran sueños que había olvidado. Otros, aunque quizá no llegaran a florecer, todavía tenían posibilidades de cumplirse. Y había uno, y sólo uno que se abriría cuando tuviera que abrirse. No sabría cuando sería ese momento hasta que lo fuera, y cuando aquél huevo se abriera, ella comprendería por fin muchas cosas que no habría podido comprender hasta ese momento. Aquél extraño ser que antes le había parecido aterrador, ahora le pareció un pozo de luz. Empezó a evaporarse, en volutas de humo, y su última frase fue:

-          Hay gente a tu alrededor que querrá y sabrá ayudarte. Déjate ayudar y conseguirás unas alas con las que alcanzar aquello con lo que durante tanto tiempo sólo conseguiste soñar. Sigue las huellas y nunca más te perderás.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Camino


Llevaban casi una hora de viaje, pero estaban cansados y agobiados por el calor, a pesar del aire acondicionado. Al inicio del viaje, a los pies del Moncayo y con el sol todavía alzándose, habían tenido frío, pero ahora, lejos de las montañas y con el sol ascendiendo más cada minuto que pasaba, la sensación era totalmente diferente. Tras una escueta llamada al teléfono móvil de Nacho, Lucía le dijo a Irene que los dos chicos estaban de acuerdo con detenerse en la próxima área de servicio. De ese modo salieron del coche a estirar las piernas, pero intentaron no estar mucho tiempo a la intemperie, ya que el aire caliente les golpeó con una dureza inusitada. La sensación era similar a pasar demasiado tiempo en una sauna a cuarenta grados.
El área de servicio estaba un tanto destartalada, las puertas metálicas tenían rastros de óxido y las ventanas estaban sucias y no permitían ver bien el interior. Una vez que atravesaron el umbral, vieron que las mesas y sillas de madera estaban desgastadas por el uso habitual de cientos de clientes que buscaban en aquél punto en medio de ninguna parte un pequeño respiro. Los ventiladores hacían un ruido ensordecedor y apenas refrescaban a los muchachos. Irene y Lucía aprovecharon para ir al aseo mientras Matt y Nacho pedían unos refrescos. Dani se entretuvo preguntando un par de cosas a una pareja de extranjeros que estaban sudando abundantemente en una mesa apartada de los rayos de sol que se colaban entre el polvo de las ventanas.
-      Recuérdame que vaya al servicio cada vez que vea un baño en condiciones –estaba diciéndole Lucía a Irene muy molesta-, porque me niego a volver a pasar por esto. ¡Dios! ¡Podrían haberme dado un puesto en el Circo del Sol si me hubieran visto!
-      Mira que eres exagerada maña –le contestó Irene entre risas-. Vale que no era un baño muy higiénico, pero los hemos visto peores en el casco. Acuérdate de aquella noche que te “sacó” a bailar el congoleño…
-      Cállate, no me lo recuerdes –cortó rápidamente Lucía, sonrojándose y mirando de reojo a Matt, que estaba cogiendo tres vasos de refresco y acercándose a una mesa situada justo debajo de un ventilador-. Además, no sé cómo te acuerdas de eso, si estuviste toda la noche pegada al móvil. Por cierto, eso me recuerda… Nacho, cuéntanos algo del viaje que hiciste con tu familia a Egipto, que yo apenas te he escuchado hablar de eso – Irene miró furibunda a Lucía, ya que sólo le había faltado decir claramente que Irene estuvo esperando tener noticias de Nacho toda la noche-.

Mientras Dani se despedía de la pareja y se sentaba en la mesa en la que se habían sentado los otros cuatro, Nacho empezó a quejarse sobre el viaje que había hecho a Egipto, que apenas salieron de El Cairo, y que no tuvo tiempo de ver nada interesante porque estaba ayudando a su padre a cerrar un negocio (su padre tenía una tienda de antigüedades en Zaragoza especializada en vender objetos de países extranjeros) con una familia que apenas entendía el inglés. Estaba relatando que el té que se tomó en la casa de aquella familia fue el que más le había gustado hasta la fecha, cuando oyeron un extraño chirrido y se abrió la puerta del local de repente y con demasiada violencia. Entraron en el bar un par de estrafalarios motoristas que parecían el punto y la i.
Uno de ellos era alto y delgado, tanto que parecía imposible que anduviera erguido, y el otro pequeño y regordete, que más bien parecía el perro de presa del primero. Entraron como si aquella fuera su casa, hablando a voz en grito y criticando la música que estaba sonando, apenas audible, por los altavoces. Dirigieron una hostil mirada al grupo, casi condescendiente, antes de encaminarse a la barra a pedir un par de cervezas. A mitad de camino, el alto se detuvo, y girándose se encaminó a la mesa de los amigos.
-      Eh, vosotros, ¿no sois de por aquí verdad? –les preguntó con un tono más hostil y amenazante de lo que podía considerarse educado. Al ver que no le contestaban, continuó-. No, eso me parecía a mí. Deberíais tener cuidado, por esta zona no nos gustan los niñatos de ciudad que nos miran por encima del hombro…
-      Ya, supongo que preferís intimidar a la gente y reíros cuando os ignoran asustados –intervino Matt, levantándose despacio de la silla. No era muy alto, pero aquel macarra que le pasaba casi una cabeza, retrocedió al instante, intimidado-. Pues no creo que eso vaya a pasar hoy, aunque hace demasiado calor y no me apetece tener una bronca de buena mañana. Y además, ninguno de los cinco somos de ciudad. Ve a tomarte un zumo de naranja, o algo, y déjanos en paz.

El punto se acercó, dispuesto a socorrer a la i, pero éste le retuvo, y fulminando a Matías con la mirada, se dirigió hacia la barra. Lucía se había quedado boquiabierta, Nacho elogió la sangre fría de Matías, e Irene por su parte dijo que era demasiado chulo y que algún día le partirían la cara, lo que le costó una reprobatoria mirada de Nacho. Dani simplemente se había divertido con el espectáculo, que sentía que no iba con él.