"Acercaos
niños y niñas, y los no tan niños y no tan niñas no os alejéis demasiado,
porque puede que os guste lo que os voy a narrar -gritaba con voz teatral un
bufón de mediana edad que se hallaba frente al Árbol del Tiempo, tratando de
atraer las miradas y la atención de todo aquél que paseara por la plaza. De
momento lo estaba consiguiendo-. Todo empezó hace quince años, en una oscura
noche de verano en la que los copos de nieve caían sigilosos allí donde no deberían
haber caído. Era una noche sin luna en uno de los barrios más tétricos de una
de las más tétricas ciudades, edificada en el siglo dieciséis allí donde nadie
se había atrevido a vivir jamás. Lo primero en construirse fue, cómo no, una
iglesia, en la zona más elevada del "túmulo negro". ¿Qué? -preguntó
el llamativo personaje, volviendo a reclamar con su pregunta a sus oyentes
menos fieles- no me miréis así, ese es el nombre que le daban a nuestra ciudad antes
de erigirla, ¿sabéis por qué? No, claro que no, pero pronto lo sabréis.
Cuentan las
viejas más chismosas y los viejos más cotillas, que cuando las huestes del Rey
Fe se adentraron en estas tierras, miraran
dónde miraran, siempre veían el mismo lugar: un monte lejano del que toda luz
parecía huir -terminó la frase en un tono grave, añadiendo intensidad al
discurso, haciéndolo más selecto, más íntimo, casi secreto-. Durante más de
doscientos años, los soldados que invadían estos parajes verdosos y bendecidos
con la gracia de los dioses, no se atrevieron a pisar el "túmulo
negro". Conquistaron al pueblo que habitaba nuestro país, y diezmaron a la
población que habitaba entre sus fronteras, pero este lugar en el que nos
encontramos -añadió el cuentacuentos a la vez que con un gesto de su brazo
derecho abarcaba toda la ciudad-, fue el único que no cedió jamás al invasor.
Una antigua tribu indígena, gente que vivía por y para la guerra, se estableció
aquí, y ellos fueron nuestros antepasados. Los fundadores de la ciudad que se
haría famosa por sus fachadas obsidiana y sus tejados del color de una noche
sin estrellas. Quizá fuera esa oscuridad la que atenazaba el corazón de los
invasores, o quizá no, pero el Árbol del Tiempo jamás ha visto a nadie de los
nuestros hincar la rodilla ante el enemigo, y lleva aquí desde mucho antes que
los padres fundadores pisaran el túmulo.
Como iba
contando, lo primero que se edificó fue una iglesia, aunque no la que podemos
visitar ahora, aunque imagino que habréis caído en la cuenta, claro -dijo con
una media sonrisa cómplice-. La iglesia de nuestro pueblo no está en el punto
más alto, aunque no está muy lejos. No, Erigieron un templo de roca y viento al
que los sabios de la tribu se dirigían a escuchar las respuestas de los dioses.
No me voy a detener en este tema ahora -comentó el bufón, mirando
distraídamente su reloj de bolsillo-, aunque podría hacerlo porque es un tema
muy interesante. Lo que nos importa es que, después de aquél templo, los
constructores, por llamarlos de alguna manera, no diseñaron absolutamente nada,
simplemente construían casas una al lado de la otra, como les convenía. Por eso
las callejuelas del barrio alto de la ciudad son tan estrechas. Cuando yo era
joven, de hecho... no te rías niña, no soy tan mayor -reprendió el
cuentacuentos a una niñita del público, con fingido gesto ofendido-. Cuando yo
era joven, encontré el esqueleto de un gato que se había quedado atascado en el
espacio entre dos casas contiguas, seguro que todos sabéis a qué casas me
refiero. Como sea, gracias a su falta de organización, siempre que se acerca la
noche de las ánimas, el aspecto del barrio alto se torna más y más sombrío, y
todos los años algún niño baja corriendo de allí, aterrado, entre gritos y
lloriqueos.
Pues bien,
aquella noche sin luna de la que os hablaba, hace quince años... No, no hace
quince años que os hablaba de la luna, sino que la luna sucedió hace quince
años, mira que os gusta distraerme, ¿eh? -el bufón casi consiguió su cometido,
porque los niños reían, aunque los mayores lo miraban con gesto adusto, y ojos
famélicos, como si estuvieran a punto de saltar a devorarlo-. Aquella noche,
mientras la nieve caía y las gentes de la ciudad dormían, sucedió una terrible
tragedia: Un joven muchacho, ciego desde el día que nació, sufrió un terrible
accidente. Lo contrario a un milagro, peor que una maldición. Aquella noche
había salido de casa, acompañado como siempre por su fiel perro guía, y estaba
paseando entre las callejuelas del barrio alto cuando la desgracia le
sobrevino.
El niño, ni supo
ni pudo explicar qué había pasado, pero cuando lo encontraron, la mañana
siguiente, continuaba gritando, aunque muy débilmente, pues tenía la garganta
en carne viva y estaba tosiendo sangre. Tenía la espalda recostada contra la
fachada de una casa y la frente perlada de sudor. Se hallaba semienterrado en
la nieve, y no había ni rastro de su fiel lazarillo, si no contamos la sangre.
Había sangre en todo el callejón, y un gran charco al lado del muchacho. Oh,
venga, no les tapéis los oídos a mis jóvenes amigos, porque ahora llega lo mejor
-dijo el sombrío bufón, con una sonrisa desquiciada colgando de sus labios-. El
niño, que no había visto nada en toda su vida, recordaba un color que no supo
describir, y lloraba sangre. Desde aquella fatídica noche, todos los días llora
sangre, y tiene pesadillas.
¿Sabéis con qué
sueña, niños y niñas? Sueña con un hombre de casi tres metros de altura, que se
acerca a él mientras su perro lo guía por las enrevesadas calles del barrio
alto. Es extraño, porque el chico puede verlo perfectamente, y sabe describirlo:
No es un hombre atractivo, lleva gafas y una barba rala, desaliñada. Su rostro
no es simétrico, y, bueno, para acabar antes, tiene cara de tonto. ¿A qué
vienen esas caras de sorpresa, os recuerda a alguien? Qué cosas tiene la vida, que a todos nos pone en su
lugar, hasta a las personas que se aprovechan de los demás, fingiendo
ayudarles. Incluso a los hombres que se acercan a los niños ciegos a traición,
a sabiendas de que no van a poder esquivar el ataque que no son capaces de ver.
Nuestra mente es capaz de devolverle la vista a un niño ciego para que pueda
odiar y perseguir al culpable de atacarlo. Nuestra mente puede despertar, y
enseñarnos a hacer lo correcto, a tratar
de detener a los que se aprovechan de que tenemos los ojos cerrados. Puede
darnos fuerzas para enfrentarnos a nuestros miedos, así que no lo olvidéis
niños: Abrid bien los ojos, para saber quién tiene que pagar por cómo vais a
tener que vivir.
¡¡¡DESPERTAD!!!
-bramó el siniestro cuentacuentos, mientras una vaharada de densa niebla,
surgida de ningún lugar lo envolvía y lo hacía desaparecer, dejando a todos los
presentes con la boca desencajada, y mucho en lo que pensar."