viernes, 9 de mayo de 2014

El Sueño de Kira

                Kira abrió los ojos sobresaltada y cubierta de un sudor frío. Su cuerpo temblaba sin que ella pudiera evitarlo, el sueño que acababa de tener había sido tan vívido que todavía sentía cómo aquella fría y pútrida mano se enroscaba en su muñeca. Su vista todavía no se había adaptado a la reinante oscuridad y su respiración seguía siendo irregular. Aquél sueño había empezando siendo inocente, algo más o menos normal, fruto de la suma del inconsciente y el cansancio acumulado, pero a medida que avanzaba por aquellas calles brumosas, había ido tornándose más oscuro y bizarro.
                Soñó que caía, como Alicia, y que se levantaba cubierta de rasguños y algo desorientada, pero estaba en una ciudad. Bueno, más exactamente parecía estar en un barrio de mala muerte, con callejones estrechos y una densa niebla que le impedía orientarse mejor. Oía cuchicheos aquí y allá, e incluso le pareció oír el repiqueteo que producían las patitas de las ratas al avanzar por el asfalto húmedo, serpenteando entre la basura. Extrañamente, aquello no la alteró. Era vagamente consciente de que era un sueño, y de que aquellos inmundos y minúsculos animales no se acercarían a ella si ella no se acercaba a ellos. Miró alrededor y vio una silueta más allá de la niebla. No estaba segura de lo que debía hacer, pero ella nunca había sido de las que pensaban mucho las cosas, así que avanzó en pos de aquella misteriosa figura. Seguramente sería un camello, oculto en una esquina para trapichear con sustancias prohibidas. No le importaba mucho, con un poco de suerte podría obtener algo de información.
                Atravesó al última capa de aquella pegajosa niebla, que parecía adherirse a ella como si fuera la tela de una araña, pensamiento que, por cierto, la hizo estremecer, y se plantó frente a aquella extraña silueta. Tras observarla mejor, sintió una mezcla de pánico y decepción: no era una persona, sino un payaso de plástico de metro setenta, descolorido y lleno de agujeros, tantos, que parecía imposible que se mantuviera erguido. Mientras se acercaba a él para inspeccionar los agujeros de cerca, no se percató de que algo se movía detrás de ella, y no oyó el quedo ruido que producían los pasos que se acercaban. La cadencia tranquila y pausada de aquél andar la habría puesto nerviosa. Nada se movía con tanta calma en la oscuridad, nada poseía esa seguridad en un lugar tan peligroso, a no ser que...
               
                Kira estaba estirando su brazo derecho hacia el payaso que seguía inmóvil, observando con ojos que no veían cómo aquella joven intentaba descubrir sus secretos, cuando algo se posó en su hombro izquierdo. Gritó. Saltó hacia el payaso, tratando de aumentar la distancia entre ella y lo que fuera que la había tocado mientras volvía a gritar. Parecía una histérica y se sentía mal por haber dejado que aquella... cosa la cogiera desprevenida, pero no podía hacer nada más que gritar y maldecirse a sí misma. Le costó más tiempo de lo que le hubiera gustado serenarse y enfocar la vista, pero finalmente lo vio. Allí, frente a ella, al otro lado del payaso. Como si siempre hubiera estado allí plantado, esperándola. Las preguntas se arremolinaban en su cabeza  y morían en sus labios, aunque podían adivinarse en sus ojos.


- ¿Pero qué c... - Fue todo lo que la atónita Kira fue capaz de articular.

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