Avanzó cabizbajo, meditando en
sus problemas habituales: estaba a mitad de mes y apenas le quedaba dinero para
comprar comida, las facturas seguían ahogándole y su monótona vida no arrojaba
luz en ningún punto. Resumiendo, estaba triste. Sólo una distracción amenizaba
sus grises días y sus oscuras noches: su ardiente compañera.
Todos los días llegaba a casa
agotado del trabajo, pero cada día le esperaba un nuevo desafío al atravesar el
umbral. Hoy, ella le había dejado su minúsculo tanga colgado del picaporte. No
había mensaje, no había nada que indicara cuál era su intención, pero semejante
hallazgo sirvió para infundirle nuevas fuerzas a su cansado cuerpo. Intuyendo
un apasionado juego, se dejó vagar por su casa, buscando con denuedo a la dueña
de aquél pequeño trozo de tela.
La verdad es que no le llevó
mucho tiempo, porque vivían en un diminuto piso en el casco histórico, así que
no había demasiados escondites, y aunque su compañera era una maestra en el
arte del disimulo y las sombras, no le llevó más de cinco minutos encontrarla
escondida en uno de los armarios. Había dejado pistas falsas, como espacios en
las cortinas que parecían ocultar a una persona, e incluso había movido los
sofás para que pareciera que estaba detrás, pero su cándido amor no era tan
ingenuo como ella creía y no se dejó engañar por semejantes triquiñuelas.
Ahora bien, aunque él era un
joven listo y esperaba encontrarse una escena sugerente, nada le preparó para
lo que le esperaba en aquél lado de la madriguera: Su "Alicia"
llevaba unas medias blancas, casi transparentes, encajadas en un precioso
liguero a juego y un corsé. A parte de eso, tan sólo una sonrisa juguetona
cubría su desnudez. Pícara, le hizo un gesto indefinido a su compañero que se
había quedado sumido en un éxtasis que le impedía reaccionar. En su interior,
el amor incondicional por aquella preciosa mujer pugnaba con el deseo más
primordial que albergaba su ser. Una dura batalla que erigió sólo un vencedor
que sería el que tendría que ascender al monte de la victoria, atravesando el
bosque del deseo perdido.
Él la levantó y ella se dejó
hacer, ella le besó y él se dejo llevar. Antes de darse cuenta, un torbellino
de sensaciones los recorría, mientras las manos de él y los labios de ella
recorrían el cuerpo de su amante, con un ansia primigenia que no podrían
detener hasta satisfacer por completo. Sus manos recorrieron con delicadeza su
cuerpo lleno de curvas, enredándose en su pelo mientras la besaba, para
terminar acariciando su delicado cuello y descendiendo por la preciosa curva de
su espalda. Al llegar al trasero de su hermosa compañera, sus manos dejaron atrás
sin disimulo su delicadeza para dejar paso a una necesidad. Mientras sus manos
la atraían para sí, apretando con fiereza, sus bocas se enredaban todavía más,
como si cada uno necesitara respirar la esencia del otro. Sus caderas bailaban
un ritmo distinto al de sus corazones, que corrían desbocados. Mientras sus
corazones pugnaban por salir atropellados de sus pechos, los besos de ella
recorrieron el cuello de su tierno acompañante. Como una danza ensayada, ella
le besaba mientras él la recorría. Ella necesitaba demostrarle que lo
necesitaba, y lo hacía besándole el cuello, el lóbulo de la oreja, e incluso
mordisqueándole, juguetona, mientras dejaba escapar algún gemido. Sabía que eso
sólo era leña que añadir al fuego, pero a ella le gustaba el fuego intenso y no
le preocupaba quemarse...