jueves, 30 de julio de 2015

Palabras que Forman Historias Cuatro

                            "Introspección, calimero, inmarcesible, unicornio, punto G, schnitzel, hipoglúcido, promiscuo, melodía, japonesas y salamandra."

               Lorenzo castigaba con sus rayos aquella pequeña localidad ubicada en algún punto entre las montañas. Aquél pueblo era lugar habitual de retiros de yoga en particular y de amantes de la naturaleza en general. Emplazado en un entorno privilegiado y rodeado por bosques imposibles de imaginar para la gente de ciudad, parecía un recuerdo imborrable de un pasado ya olvidado. Las altas cumbres que se vislumbraban en derredor se hallaban cubiertas de nieve hasta bien entrado el verano, lo que desde luego era una muestra más de su pintoresco encanto. Gracias a esas nieves tardías los ríos de la zona se mantenían caudalosos y todo estaba lleno de vida.

                Los jóvenes habían decidido dedicar un fin de semana a alejarse del mundanal ruido de la ciudad y a buscar la inspiración adentrándose en la naturaleza, así que aquél destino les había cautivado de inmediato.
-          Creo que ya estamos llegando –dijo Elena, sin sonar del todo convincente-. Espero que no haya demasiada gente, al fin y al cabo es un lugar bastante turístico…
-          Tranquila, cuando llamé hace un par de semanas me dijeron que tenían casi todas las habitaciones libres en el hostal. Mira –le dijo Miguel señalando un apeadero que había junto a la carretera- podemos parar ahí y asegurarnos con el gps del móvil de que estamos yendo en la dirección adecuada.
-          ¿Estás insinuando que no sé por dónde tengo que ir? –la joven puso cara de pocos amigos pero enseguida suavizó su rostro-. No, estoy casi convencida de que aquél pueblo pequeño que se ve al fondo del valle es nuestro destino.

Ambos guardaron silencio mientras una melodía pegadiza sonaba en el mp4 que tenían conectado al coche.  Apenas diez minutos más tarde Elena había detenido el vehículo a la entrada del pueblo. No estaban hoscos, pero aunque sabían que su amor era inmarcesible tenían sus momentos de fría introspección. Normalmente eran las pequeñas discusiones o las púas que se soltaban de vez en cuando las que avinagraban su relación, aunque ya habían aprendido a respetar sus espacios personales. No había sido un acuerdo tácito, pero su mutua confianza les permitía no temer un distanciamiento. Además, aquellos momentos tampoco duraban demasiado.

-¡Ah! –exclamó Miguel- Qué susto me ha dado esa lagartija.
-Oh, Dios mío –dijo Elena poniendo los ojos en blanco-. Menos mal que no soy la típica princesita de cuento de hadas con un unicornio por montura y unos duendes por amigos…
-No, tú a veces pareces una de esas japonesas de las películas de miedo –contestó Miguel sacándole la lengua mientras recibía un puñetazo de Elena en el hombro-.
-Además –añadió Elena sin darle mucha importancia- no era una lagartija, sino una salamandra.
-… whatever –dijo Miguel, que fue quién puso los ojos en blanco en esta ocasión-. Venga, vamos al hostal que tengo unas ganas locas de darme una ducha y sacarme el polvo del camino.
Elena le sonrió con unos ojos que brillaban llenos de picardía, pero no añadió nada más.

                Una vez en el hostal dejaron las cosas con avidez y se encaminaron a la ducha. Se llevaron un pequeño chasco ya que el plato de la ducha era demasiado pequeño y la mampara no les dejaba muchas opciones: era anatómicamente imposible que cupieran los dos ahí dentro, así que no pudieron compartir un momento de fugaz intimidad.
Miguel, visiblemente abatido, se dirigió a la sala principal y encendió la tele mientras Elena se duchaba. Le sorprendió ver que en el canal autonómico estaban reponiendo calimero y de repente le embargaron recuerdos de otro tiempo, cuando se acurrucaba en el sofá de sus abuelos y seguía las aventuras de aquél desdichado polluelo. Cambió de canal y esta vez se encontró frente a la eterna serie de la familia amarilla. Inquieto, se levantó y empezó a deshacer la mochila para hacer tiempo mientras la ducha quedaba libre. Craso error, puesto que terminó golpeando el armario con el punto G del dolor unisex: el dedo pequeño del pie. Se derrumbó sobre la cama conteniendo una maldición y esperó.

Una vez la joven pareja se hubo acicalado, bajaron al restaurante. Mientras se acercaban, oían retazos de una acalorada y unilateral discusión:

-… tratarme así. No, lo que eres es un hij- la delicada posadera se interrumpió visiblemente avergonzada al ver que los jóvenes entraban en el comedor- un hipoglúcido. Y no quiero que vuelvas a llamarme. Nunca. ¿Te enteras? Estoy harta de tus historias de taberna medieval –la menuda mujer calló, escuchando algo al otro lado del teléfono-. Si quisiera estar con un promiscuo, me aseguraría de que por lo menos fuera guapo o sirviera para algo más que rascarse los huevos. Vete a la mierda, joder. ¡QUE ME OLVIDES! – estampó el teléfono, que se reveló con un crujido de protesta, en su soporte-. Lo siento, no pensaba que fuerais a bajar todavía.
- No te preocupes, es mejor dejarles las cosas claras a tiempo –contestó Elena-.
-Si quieres volvemos en un rato, podemos ir a dar una vuelta por el pueblo para hacer hora –añadió Miguel, lanzando una mirada a su compañera-.
-No digáis tonterías, un gilipollas así no va a hacer que desatienda mi trabajo, ¡faltaría más! Sentaos donde queráis y enseguida os llevo la carta. Aunque casi todo el mundo termina pidiendo el plato estrella de nuestra cocinera austriaca, Helga: Wiener Schnitzel.

lunes, 13 de abril de 2015

Mira

            Se encontraba alegremente sentada en el borde de una roca desgastada ya de tanto ser usada de banqueta. Su mirada se alzaba al cielo y contemplaba distraída la miríada de estrellas que parecían estar clavadas en aquél enorme lienzo oscuro que componía el firmamento. Aquél reflejo pacífico y eterno, se sorprendió pensando, no se parecía en absoluto al caos de su desbordada imaginación.
Desde que era niña veía cómo su imaginación cobraba vida en cualquier momento, hasta el punto de ver una historia completa desfilar ante sus ojos mientras observaba la superficie de un lago mecida por el viento. Allí, en vez de fantasear con animales marinos cómo cabría esperar, ella era capaz de descubrir la historia de Talud el Elefante, el último paquidermo del espectáculo del circo Presagio.  Aquella singular habilidad le había costado numerosos problemas en su corta vida, y a menudo se lamentaba por ello. No era capaz de concentrarse en nada, y a raíz de su “don” veía pasar las oportunidades silbando delante de sus narices sin que pudiera hacer algo para evitarlo.
Aquella era la finalidad de su excursión nocturna al Lago del Olvido. Aquél era el motivo de que se encontrara allí sentada. Quería cambiar su forma de ver el mundo, su forma de vivir. La calmada contemplación del universo siempre la ayudaba a tomar distancia. Allí se sentía una pieza más de un inmenso rompecabezas, cuya única finalidad era encajar en su sitio. Pero claro, ese era parte del problema, porque no tenía ni idea de cuál era su lugar.

La suave brisa que la envolvía cuando llegó a su lugar de pensar se había convertido poco a poco en un fuerte viento que azotaba sin piedad la superficie del lago y a ella misma. Soplaba entre los árboles y los obligaba a bailar al son que tocaba, como forzaba a los animales a buscar refugio allí dónde lo encontraran. El viento arrastraba hojas anaranjadas, ahora recogidas del suelo y ahora arrancadas de las delgadas ramas de sus dueños. A nuestra joven amiga le fastidió mucho tener que dejar lo que estaba haciendo, pero no se había llevado ropa de abrigo y aquél maldito viento la empezaba a hacer tiritar.
Tenía una larga caminata hasta casa, así que buscaría algún lugar en el que el viento no pudiera entrar, porque la temperatura todavía era agradable. Deambuló observando por aquí y por allá hasta que encontró lo que buscaba: un tronco derribado con las raíces fuera. Parecía un bonsái que alguien hubiera arrancado para trasplantarlo pero que se hubiera quedado allí sin lugar al que ir. Ella se acercó más y comprobó que el viento chocaba contra las raíces, así que en la parte de la base del tronco estaría a salvo del viento. Aunque la luna brillaba más que nunca en el cielo, lo mejor era moverse con cuidado porque había muchas piedras y raíces que podían hacerla tropezar.
Una vez alcanzó su destino vio algo que hizo que su sangre se helara en sus venas. Se quedó allí, pasmada, observando cómo un lobo herido se lamía una pata. Encima del tronco, bastante por encima del lobo, un gato observaba la situación con recelo. Mira no sabía qué hacer, pero sintió una intensa oleada de compasión por el animal, así que decidió acercarse despacio. Cuando el lobo la intuyó, alzó la vista y llevando la piel del morro hacia atrás le enseñó los dientes a la vez que empezaba a gruñir. No quería que lo molestaran. Mira entonces se dio cuenta de algo: aquél lobo no era demasiado grande, por lo que debía ser un cachorrillo que se hubiera perdido. Levantó su mano y la puso delante del cuerpo, hacia el temeroso animal. También empezó a emitir un siseo suave, el mismo sonido que hace una madre cuando quiere tranquilizar a su pequeño cuando llora. El lobo siguió gruñendo, pero cada vez con menos determinación, hasta que finalmente dejó de hacerlo y volvió a lamerse la pata.
Mira se acercó lo suficiente y se sentó a su lado. Entonces acercó una mano hacia el animal y la dejó a mitad de camino, esperando que el lobo la buscara. No pasó mucho tiempo hasta que la curiosidad del cachorro hizo que empezara a olfatear la mano de la joven. Poco después ella empezó a acariciar la cabeza del lobezno y vio que a él le encantaba. Entonces ella desvió su vista hacia la pata del animal y vio qué era lo que le molestaba: algo se había enredado alrededor de la corva de la pata y le impedía doblarla con normalidad.

La joven, muy despacio, empezó a acercar sus manos hacia la pata, pero el animal se revolvió incómodo. Entonces Mira volvió a acariciarle la cabeza con su mano izquierda mientras con la derecha terminaba de acercarse a la zona delicada. Entonces, con suma delicadeza, Mira empezó a desenvolver aquél trozo de plástico. Tiraba por aquí y por allí con cuidado, y cuando cedía un poco lo movía hacia el extremo de la pata. Unos pocos minutos después, el lobezno ya era libre. Estiró y dobló la pata para asegurarse y se la lamió. Luego miró satisfecho a la joven, quién le acarició detrás de las orejas. Podía apreciarse la felicidad en el rostro del animal, al igual que en la tez de la joven muchacha, que se sentía satisfecha consigo misma. Estuvo bastante rato allí sentada, protegida del viento con su nuevo amigo, pero no pasó mucho hasta que el gato que los había estado observando desde arriba del tronco se uniera a la fiesta. Aquella era una noche mágica, ¿Qué otras sorpresas le deparaba?

miércoles, 11 de marzo de 2015

La Princesa

La Princesa que Miraba la Luna y Nada Soñaba...
...porque nada dormía.

    En un lugar ni cerca ni lejos, aquél dónde los caminos confluyen y gente de todos los lugares se reúne, vivía una hermosa princesa envuelta en un mar de melancolía y una niebla de soledad. No es que no tuviera gente con la que compartir su vida, y quizá ese era parte del problema. Veréis, a veces es más difícil tener mucha gente alrededor que no tener a nadie, porque cuando no tienes a nadie... bueno, nadie puede decepcionarte. Sin embargo cuando hay mucha gente cerca, no todo el mundo se preocupa por ti y te arropa. Habrá quien diga que eso es falso, y si eso fuera verdad me alegraría por ellos, pero lo dudo.
   Nuestra preciosa princesa vivía encerrada en su palacio de cristal y bruma de mar, encerrada en una jaula sin barrotes y protegida por un dragón sin alas. Su más fiel compañero era un fénix que casi no tenía plumas y que estaba esperando volver a las cenizas que lo habían traído al mundo. La joven anhelaba respirar el aire de otros lugares y pisar la fina arena de las playas al otro lado del mundo. Diablos, incluso se contentaría con sentir el frío de los glaciares que moran donde acaba el mundo... pero nada de esto era posible. No, aunque era una privilegiada princesa y disponía del amor de sus súbditos, también estaba condenada a morar para siempre en sus tierras, y eso la apenaba enormemente.

  Ella se entretenía leyendo libros que la alejaban de allí pero era más feliz cuando la Luna adornaba el firmamento y su fría luz bañaba su rostro y sus dominios. Estaba acostumbrada a dialogar con ella, que era su confidente y su mejor amiga. Sabía escuchar como nadie aunque no era muy dada a conversar, pero eso no importaba. La Luna guardaba los secretos más importantes de la princesa, aquellos que nadie más sabía, e incluso alguno que ni la propia princesa conocía. La alargada sombra ambarina del atardecer daba paso a los oscuros rincones de la noche, y éstos a su vez veían cómo el halo dorado se expandía para cubrir todo lo que la vista podía observar. La princesa era testigo de esta mágica transformación todos los días, así que cuando tenía que hacer sus deberes señoriales se encontraba sin fuerzas y abatida. Veréis, nuestra princesa era como una ola del mar. Cuando abre los ojos al despertar es dubitativa y frágil, pero va cogiendo fuerzas conforme avanza el día hasta convertirse en toda una fuerza de la naturaleza por la noche.
   Pero, como no puede dormir cuando el sol se oculta, toda esa fuerza se derrumba cuando la sonrisa del astro rey se encuentra con la suya. Entonces sus fuerzas reposan y el ciclo vuelve a empezar, aunque ella está tan agotada que las pocas horas que duerme no le aportan nada. Cuando era más joven, sus sueños proféticos la colmaron de esperanzas para el futuro, pero ahora... ella veía cómo se evaporaba todo aquello que una vez imaginó.
   Cuando hasta la reina hubo perdido la esperanza, un errante peregrino llegó al palacio de bruma de mar. No tenía mucho que ofrecer e iba cubierto con harapos, pero quiso mostrar su respeto a aquél lugar precioso atrapado en el tiempo. Los súbditos lo miraban con recelo e incluso los guardias se plantearon no dejarlo entrar en la corte, pero la amorosa princesa vio cómo sus sueños volvían a aflorar. El peregrino tendría tantas historias que contar...
  Ella lo recibió sin pensar en su apariencia y viendo tan sólo el secreto que cargaba en el corazón. Vio su bondad y la persona en la que se convertiría, y su corazón se pobló de ternura y admiración. Él, por su parte se sintió intimidado ante la belleza de aquella princesa pero lo que más le impresionó fue el amor que radiaba de su alma. La princesa parecía un ser etéreo pues guardaba las distancias con las personas, no dejándoles ver más allá de lo que ella quería enseñar, pero el misterioso peregrino era capaz de ver a través de aquella capa de bondad y cariño. No, él podía ver sus secretos y el amor que guardaba por miedo a perder. 
  Charlaron durante horas y se sorprendieron de lo bien que se conocían. Siguieron conversando, haciendo confidencias y riéndose de cosas sin importancia hasta que la princesa sintió que estaba reteniendo al peregrino más tiempo del que debería después de una larga jornada de camino. Se despidió de él, y le instó a usar las habitaciones de invitados de que disponían las dependencias reales, pero él rehusó la invitación. Le dijo que tenía que continuar su viaje aunque era de noche, pero que volverían a encontrarse antes de lo que ella podía imaginar. Ella insistió pero él no cedió en su idea de partir en pos de la siguiente parada de su viaje. La princesa tampoco estaba dispuesta a rendirse, así que finalmente el peregrino accedió a, por lo menos, tomar un baño y cambiar sus andrajosos ropajes.

   Mientras el peregrino estaba en los baños, la princesa fue a su balcón preferido a contar todo lo que había pasado a su mejor amiga, pero cuando llegó allí, se encontró sola. Una miríada de estrellas la observaban indecisas pero la Luna no adornaba el firmamento con su tierna luz y su calmada sonrisa. La princesa, no obstante, se quedó admirando la belleza de unas estrellas que solían pasar inadvertidas y cuyo brillo parecía menor de lo que era cuando la Luna las escondía. Tras un buen rato, decidió ir a despedirse del peregrino, que debía estar a punto de reemprender su viaje.
   El joven peregrino parecía otro tras el generoso baño que la princesa le había proporcionado, y sus claros ropajes parecían brillar bajo la atenta mirada de las estrellas que la princesa acababa de observar. Ella se quedó allí plantada, frente a su invitado, sin poder articular palabra. Por la tarde, mientras conversaban, le parecía que lo conocía de toda la vida. Ahora, frente a su yo más hermoso, tenía la sensación de que lo conocía de alguna parte, pero era incapaz de atar los cabos, que rebotaban juguetones en su mente. Se quedó pasmada frente a un hombre que acababa de conocer y al que hasta unos instantes  antes sólo había visto como un libro de aventuras. Aquello la avergonzaba, pero era incapaz de reaccionar.

-Tranquila mi princesa, guardaré vuestros secretos -dijo el joven peregrino con una voz dulce y juguetona mientras la miraba a los ojos -.


   Entonces con su mano derecha sujetó con delicadeza la barbilla de la princesa y le robó un beso. Se dio la vuelta y agitó su mano izquierda para despedirse de la estupefacta princesa. Cuando ella se dio cuenta de lo que había pasado, salió en pos del joven, pero fue incapaz de encontrarlo. Se dejó caer al suelo y vio que un grueso haz de luz plateado engullía su sombra. Alzó la vista sabiendo lo que iba a encontrar: la Luna.

jueves, 5 de marzo de 2015

Noche de Acampada

     Con la mirada perdida en la lejanía, su perfil se recortaba contra el azul del cielo. Observaba las nubes blancas que nacían y morían ante sus ojos, o quizá la abrupta orografía que cubría el horizonte. Sea como fuere, llevaba allí el tiempo suficiente como para que sus piernas estuvieran entumecidas y cansadas. Trató de levantarse y sus huesos crujieron. Sus músculos protestaron por el repentino movimiento al que eran sometidos y se sorprendió pensando que tenía que hacer más ejercicio si no quería echarse a perder, diez años atrás su cuerpo no habría protestado tanto. Hacerse mayor era un asco.
     A pesar de que sus pensamientos divagaban, todavía llevaba colgada esa media sonrisa de felicidad que le había aportado su calmada contemplación del paisaje. Se encontraba en ese estadio de paz casi trascendental que rara vez vivimos pero que tanto bien nos hace. Se encaminó hacia el punto de acampada dónde seguramente ya la estarían esperando los demás. Se había levantado antes que nadie y por no molestar al resto, se había puesto a caminar por el bosquecillo de pinos. Antes de que pudiera darse cuenta había cruzado el bosquecillo y había llegado a un pequeño acantilado en el que se había sentado por no volver pronto al campamento. Para ella era tan extraña esa sensación de no hacer nada que no sabía muy bien cómo pasar el tiempo.
     Cuando por fin llegó al claro en el que se encontraban sus compañeros, observó que estaban teniendo una acalorada discusión sobre quién sabe qué. Eva y Marcos estaban rojos de tanto gritarse el uno al otro, pero teniendo en cuenta que el resto estaba riéndose a carcajadas, no podía ser algo demasiado importante. Claro que ella era la única que sabía que habían tenido un "algo" unas semanas atrás, cuando volvían a casa después del cumpleaños de Lucía. Si fueran honestos y se dijeran lo que pensaban... bah, ya eran mayorcitos cómo para saber qué era lo que más les convenía hacer al respecto. Ella llegó, bordeó las tiendas de campaña y se sentó en un tocón que se había convertido en su espacio personal. Ni se habían dado cuenta de que había llegado.

     En mitad de la noche, el cierzo comenzó a soplar con fuerza, aullando y empujando las tiendas desde todos los lados. Violentas ráfagas de viento se abrían paso por las diminutas aperturas que había en las lonas. Así era imposible dormir. Se vistió con lo primero que pilló (unos pantalones vaqueros recortados de aquellas maneras y una camiseta blanca que le quedaba holgadísima) y salió de su tienda. Volvió unos segundos después a por una chaqueta porque rascaba un poco y de nuevo salió fuera. Veía las siluetas de sus compañeros en las tiendas, todas estaban iluminadas porque sus habitantes se habían despertado como ella, menos la de Jorge. Dios, se preguntó qué haría falta que pasara para despertar a Jorge. Mientras observaba el percal apoyada en el tronco de un pino que había en el linde del campamento, Félix se acercó a ella. No lo vio llegar porque estaba distraída y él era muy sigiloso, así que se sobresaltó cuando le dijo:

- Qué, ¿te aburrías dentro de la tienda? -Félix compuso su media sonrisa habitual-.
- Pues un poco sí, hay demasiado ruido como para ponerse a leer o algo. Y dormir es imposible, claro -Elena sonrió-. ¿Y tú qué?
- Aquí fuera no hay mucho que hacer tampoco, y este maldito cierzo se mete por los cuatro costados. Iba a ir a dar un paseo cuando he visto que salías de tu tienda. Parece que eres la única valiente aquí, ¿te animas? -Él inclinó un poco la cabeza a un lado mientras encogía los hombros levemente, como señalando una dirección y preguntando con el cuerpo a la vez-.
- ¿De noche? ¿A dónde piensas ir? Acabaremos partiéndonos una pierna, o algo... a no ser que lo que quieras es alejarme de la gente y meterme mano, ¿eh? -Elena puso la intención suficiente como para que la pregunta fuera medio en serio-.
- Ja. Si quieres descubrirlo, tendrás que seguirme. Además, yo veo bastante bien en la oscuridad, y hay una luna preciosa que arroja un montón de luz esta noche, no creo que haya mucho riesgo de romperse nada, incluso para alguien tan tiernamente torpe como tú -Félix le guiñó un ojo y Elena le pegó un puñetazo en el hombro-.

       No haría más de diez minutos que se habían alejado del campamento y Elena descubrió que Félix llevaba razón: con aquella luna se veía perfectamente la senda que tenían que recorrer y no había mucho peligro. De hecho, los rayos de luz de luna se colaban entre los árboles e incluso en las zonas más frondosas se veía con suficiente claridad. Iban charlando de cosas sin mucha importancia. Siempre habían sido buenos amigos, pero ella disfrutaba de ratos como aquellos en los que crecía su intimidad. En un arrebato de caballerosidad literaria, Félix se adentró entre los árboles y tras unos minutos de suspense, volvió con un regalo para Elena. Bromeó diciendo que sintió un impulso y que sabía que en aquél lugar había algo que estaba destinado a ser recogido por él y entregado a ella, pero cuando Elena vio el pequeño objeto que había entre sus manos, se quedó de piedra. Ella ya lo había visto antes. Había soñado con aquello varias veces en las últimas semanas.

     El sueño era siempre igual. Ella entraba en una habitación oscura y un precioso dragón le entregaba aquél objeto. El color del animal variaba de sueño a sueño, pero sus ojos eran iguales. Unos ojos azules con una pupila alargada que los cruzaba de arriba a abajo. Cuando salió de su asombro y miró a Félix no pudo ver muy bien su rostro porque estaba en penumbra, pero sus brillantes ojos azules tenían una forma extraña...¿No era aquello demasiada casualidad? ¿Qué importancia tenía aquél regalo que acababa de hacerle el joven?

lunes, 9 de febrero de 2015

Aniversario

                En cuanto él introdujo las llaves en la cerradura mi libido no pudo soportar más y se apoderó de mí. Me abalancé sobre él y entramos en su apartamento en un revoltijo de ropa y pelo suelto. Mi cabello se había desprendido de la coleta que tanto tiempo había perdido haciendo y ahora se enredaba en torno a él, pero ahí estaba bien: no quería que estuviera en ninguna otra parte porque así le sería más difícil separarse de mí. Mientras mi boca asaltaba la suya y mi lengua buscaba su lengua, noté que estaba intentando decirme algo. Quizá sólo estuviera sorprendido, ya que no era mi estilo avasallarle así. Tampoco pareció molestarle en absoluto mi repentino cambio de conducta.
Oh Dios, cuanto más tiempo le besaba más me costaba concentrarme en alguna otra cosa. Estábamos llegando al diminuto salón cuando se tropezó con uno de los armarios y tras trastabillarse estuvo a punto de caer de espaldas sobre el sofá. Nos reímos mientras nuestras lenguas hablaban en su propio idioma, pero yo tuve una idea gracias al incidente: empujarlo al sofá. Ya iba siendo hora de que empezáramos a eliminar esa barrera de tela que nos separaba. Una pícara sonrisa adornaba mi rostro mientras observaba cómo en su cara se mezclaban la incredulidad y el miedo. Fue una expresión tan maravillosa que tuve que apartar la vista antes de que toda mi lujuria se pudiera ver reflejada en mi rostro. Y fue entonces cuando vi las flores.
Narcisos y tulipanes adornaban el suelo, al parecer desde la puerta principal hasta su dormitorio. También había velas en puntos estratégicos del piso. Debí haberlo imaginado, al fin y al cabo era nuestro aniversario. Y él siempre había sido tan fastidiosamente atento. Llevaba desde el ascensor con ganas de arrancarle la ropa, pero ahora ya no es que quisiera hacerlo, es que lo necesitaba. Podía escuchar su respiración entrecortada, y cuando me recosté sobre él podía notar cómo el calor que emanaba de su cuerpo se adhería al mío. Su pecho subía y bajaba cada vez más rápido y sus ojos no me perdían de vista. A pesar de ello, no fue capaz de, o no quiso, ver cómo mis manos agarraban su camisa de seda con demasiada fuerza hasta que fue demasiado tarde: con un solo gesto desgarré la tela y mientras los botones salían disparados en todas las direcciones pude ver su torso desnudo. No llegué a ver su cara de asombro porque inmediatamente después me abalancé sobre él y empecé a besarlo y a mordisquearlo todo. Sí pude escuchar cómo un tímido gemido se escapaba de su cuerpo en tensión. Sonreí y compuse lo que sin duda fue una malévola sonrisa al pensar en todo lo que le iba a hacer aquella noche. Él me quería tratar como a una princesa, como si fuera la criatura más inocente y dulce del mundo, pero yo iba a demostrarle mi lado más oscuro, hasta que me suplicara que me detuviera, si es que era capaz de articular palabra cuando terminara con él. No, hoy iba a ser du diablesa. Un súcubo cuya única finalidad era hacerle gozar y gritar de placer.
Mientras mis labios recorrían el contorno de su pecho y descendían lentamente por su abdomen, mis manos habían encontrado el cinturón que sujetaba sus pantalones y se habían deshecho de él con solvente maestría. Empecé a bajarle los pantalones, y, aunque hubo cierta resistencia, no me costó demasiado esfuerzo hacerlos a un lado. Entretanto, mis labios se toparon con el borde de sus boxers. Aquella prenda oscura era todo lo que se interponía entre su hombría y yo, y no pensaba dejar que se interpusiera entre nosotros demasiado tiempo. Como tenía las manos ocupadas, me encargué de ellos pellizcándolos delicadamente con los dientes. Volvió a gemir, esta vez con menos vergüenza, y yo volví a sonreír, con picardía. Cuando los hube bajado lo suficiente, por fin pude observar mi ansiado premio. Bien, parece que se alegraba de verme tanto como yo me alegraba de verla a ella. Dejé que resbalara un poco por mi rostro y atrapé la punta entre los labios. Mi lengua se entretuvo recorriendo su contorno mientras él se estremecía de placer. Sus gemidos eran música para mis oídos. Noté cómo se tensaba y cuando se rindió al placer sus manos se enredaron con mi pelo. Él quería tocarme. Necesitaba tocarme, y en la posición que estábamos apenas sí podía sumergir sus manos en mi cabello. Pobrecito, lo estaba pasando fatal. Pero yo podía hacer algo para que su agonía fuera más llevadera, y me concentré en aquello con lo que estaba jugueteando mi lengua. Dejé que llenara mi boca y entonces él empujó con la máxima delicadeza que pudo su cadera hacia mí. Moví mi cabeza levemente hacia atrás y entonces la dejé caer de nuevo, volviendo a empezar aquél bucle de placer. Su sabor llenaba mi mente, su calor hacía temblar mi cuerpo y cómo se movía para acompasarse conmigo hacía que mi corazón se desbocara. Cuanto más le oía gemir, con más intensidad movía mi boca, buscando su esencia.
Finalmente, cuando creía que se dejaba llevar y que iba a terminar en mi boca, se dobló hacia mí y, antes de darme cuenta, estaba apoyada sobre él, con el vestido recogido sobre mi cintura. Estaba del revés, tendida sobre su cuerpo, y ahora sus manos podían tocarme prácticamente por completo. De hecho, enseguida note cómo se aferraban a mi culo con ansia, como si aquél gesto fuera tan necesario como respirar. Mis rodillas estaban a ambos lados de su rostro, y notaba su cálido aliento entre mis piernas. Tan es así que por un momento olvidé que mi boca seguía llena y gemí. Entonces, como si hubiera estado esperando mi señal y haciendo a un lado mi tanga, su lengua se adentró en lo más profundo de mí, recorriendo mis labios y buscando perderme para siempre en las tierras del placer. Qué hijo de puta, y yo que pensaba que le había ganado por fin. De cuando en cuando, cuando su lengua presionaba en el lugar adecuado, mis piernas temblaban. Era una situación extraña y, aunque a él le decía que la odiaba, en realidad me volvía loca. Pero no podía rendirme, no todavía. Hoy estaba siendo mi día y no podía dejar que me ganara en algo que había empezado yo, así que volví a la carga. Mordisqueé su miembro juguetona y retomé el movimiento ascendente y descendente.
Temblábamos por turnos, gemíamos al unísono y gozábamos sin descanso. Él había estado conteniéndose pero notaba que estaba a punto de rendirse, porque sus caderas cada vez se movían con más energía y menos delicadeza, así que empecé a moverme más bruscamente. Quería que su esencia llenara mi boca y pensaba hacer lo que fuera necesario para conseguirlo. Con lo que no contaba era con que él empezara a poner más ganas en comerme bien. Con sus manos aferrándose a mis nalgas como si quisiera desgarrarme la piel y su lengua llenándome de amor, mis piernas empezaron a temblar y todo lo que pude hacer fue incorporarme, sentándome en su rostro y dejando que escapara de mi boca. Antes de darme cuenta había vuelto a inclinarme hacia delante, apoyando mis manos en el sofá mientras su cabeza seguía atrapada entre mis piernas. El muy canalla se negaba a rendirse y el placer dominaba mi cuerpo, así que empecé a balancearme adelante y atrás, notando como su lengua trataba de atraparme cuando dejaba que se hundiera en mí. Seguí cabalgando su rostro mientras gemía y gritaba de placer, e incluso cuando pensé que iba a rendirme, él consiguió que volviera al juego. Al final, mis brazos no pudieron resistir mi propio peso y mis piernas perdieron las fuerzas mientras una parte de mí sexo se perdía en su boca. Derrumbada como estaba sobre él, apoyada en su virilidad, escuché cómo tragaba aquello que le había dado. Mi cuerpo volvió a encenderse en un instante y aferré su hombría con mi boca una vez más. Estaba agotada pero yo también quería que una parte de él recorriera mi garganta y mi húmedo cuerpo se estremeció al imaginarlo. También él estaba sin fuerzas y ya era incapaz de resistirse a mis intentos, así que en cuanto mi lengua jugueteó un poco con ella, sus caderas empezaron a moverse, dispuestas a dejarlo ir dentro de mí. Algo salado llenó mi boca en el preciso momento en el que él dejaba escapar una exclamación y sonreí. Pero aquello no había acabado, ni mucho menos.
Húmeda, caliente y sin fuerzas, decidí descansar sobre él, aunque antes me di la vuelta. Jugueteé con su cuello y con el lóbulo de su oreja mientras él me acariciaba. Aunque sabía que estaba agotado, sus manos se enredaban en mi pelo y recorrían las curvas de mi pecho, pellizcando suave pero firmemente mis pezones cuando yo le mordisqueaba. Los dos íbamos reponiendo fuerzas y aumentando el ritmo de nuestras caricias, la fuerza de nuestros juegos.

Cuando sus manos se separaron de mi pecho quise protestar, pero mi boca todavía estaba formando una expresión indignada cuando noté que se incorporaba y me alzaba con suma delicadeza. Entre sus fuertes y cálidos brazos era feliz. Pero mi corazón todavía se aceleró cuando atravesamos el umbral de su dormitorio y me dejó con suavidad en la cama. Procedió a sacarme el vestido por los hombros. Entonces volvió a enterrar su cabeza entre mis piernas y me besó. Volvió a besarme y no me quedó otro remedio que arquearme hacia atrás. Sus manos aprovecharon mi descuido para deslizarse hasta mi cintura y quitarme el tanga antes de que fuera capaz de protestar. Todavía lo tenía por los tobillos cuando estiré mis manos, atrapé su rostro y lo llevé al hueco que en su osadía acababa de dejar al descubierto. Si se sorprendió no dio muestras de ello y aceptó el desafío con resuelta devoción. Volvió a besarme, y justo después sacudió su cabeza de lado a lado, varias veces, mientras sacaba la punta de su lengua y la presionaba contra mi cuerpo. Volví a gemir. Escuché que empezaba a decirme algo, pero ahora no quería escucharle, así que volví a presionar su cabeza contra mi vientre, y la mantuve ahí. Empezó a lamerme más fuerte, dejando de lado su habitual delicadeza, y pensé que quizá le hubiera molestado lo que acababa de hacer, así que volví a tomar su rostro entre mis manos y lo guié hasta mi rostro. Entonces lo besé con cierta timidez, para pedirle perdón. Me devolvió el beso con el mismo cuidado, y comprendí que no le había sentado mal. Aproveché su momento de delicadeza, lo empujé a un lado y me senté a horcajadas sobre él. No estaba muy cómoda porque algo presionaba contra uno de mis muslos. Sonreí con picardía y ya sin pudor llevé mi mano derecha para ajustarlo. Una vez en su lugar me mecí hacia delante y hacia atrás y noté como los dos temblábamos. Si no tenía cuidado pasaríamos directamente al final, así que no podía moverme demasiado, sino lo suficiente para que nos frotáramos y nos deseáramos más. Me incliné hacia él y le mordisqueé el cuello. Recorrí su contorno con la lengua hasta la oreja, y entonces le mordisqueé también el lóbulo. Mientras se frotaba contra mí, notaba como se aceleraba su respiración. También sus manos presionaban con más energía contra mi cuerpo. Los dos nos estábamos dejando llevar por la lujuria, pero era tan divertido ponerlo a prueba…

domingo, 8 de febrero de 2015

Palabras que Forman Historias Cuatro: Ratón, Mastodonte, Cubata, Lucha, Clítoris, Bolas Chinas, Oleoso, Temperamento, Máscara y Coprolalia.

                 Era algo más tarde de medianoche y el insomnio se había apoderado de nuevo de Tomás. Agotado como estaba no podía concentrarse en hacer algo productivo, así que empezó a mirar si ponían algo interesante en la televisión. Apenas sí era consciente del tiempo que se le escapaba lentamente entre suspiro y suspiro, entre bostezo y bostezo. Cansado hasta de cambiar de canal, finalmente se rindió y dejó puesto un documental en el que unos criptozoólogos debatían la posibilidad de que los restos fósiles de un mastodonte encontrado cerca del mundialmente conocido Lago Ness, en Escocia, pudieran estar relacionados con Nessie, una de las criaturas fantásticas con más fans a lo largo y ancho del mundo. Aburrido de intentar seguir los giros argumentales de uno de los participantes que parecía obsesionado hasta la paranoia con el tema de la “mascota de Escocia”, como llamaba a Nessie, Tomás se quedó dormido.
                Los rayos de sol se filtraban por las rendijas de la persiana del salón y aterrizaban en la mejilla de Tomás, que al cabo de un rato no tuvo otro remedio que incorporarse para evitar la molesta luz. Le dolía todo porque, además de haber dormido en el sofá que le quedaba pequeño, parecía haberse quedado traspuesto en una posición que retaba a su propia anatomía. Después de una ardua lucha con sus ganas de dormir, se desperezó como pudo y comenzó a vestirse. A pesar de la desastrosa noche que había pasado, le esperaba una mañana ajetreada y no podía perder ni un minuto más. Con el café bajando todavía por su esófago, el abrigo a medio poner y las llaves y el móvil en la mano, salió a la carrera a la calle. Su cabeza repasaba el discurso que tenía preparado dar a los posibles inversores mientras sus oídos escucharon un extraño sonido y sus ojos se desviaron sin que Tomás fuera consciente de haberse parado a identificar la fuente de aquél sonido. Cuando casi estaba a punto de darse por vencido, volvió a escuchar el misterioso sonido y al bajar la vista hacia la cochera que había a su izquierda, divisó un pequeño ratón que saltaba sin parar mientras intentaba meterse por una diminuta rendija que había bajo la puerta. Tomás lo observó distraído y para cuando decidió tomar una foto del pequeño animal, éste estaba desapareciendo bajo la puerta y tan sólo su largo rabo asomaba por la minúscula abertura. Tomás reanudó la marcha, aunque no tuvo tanta suerte con el tren de sus pensamientos, que se había adentrado en la vasta inmensidad de las memorias perdidas. Dándose por vencido, optó por sacar el teléfono y llamar a su hermano para asegurarse de que estaría allí para el almuerzo semanal.

-          ¡Hostias Tomás! –Exclamó un hombre joven de tez cenicienta y cabello oleoso- ¿Sabes? Cuando he visto que me llamabas he pensado: “Fijo que este cabrón de mierda me vuelve a dar plantón”, pero… joder, vaya ojeras que llevas, ¿no?
-          Sí, yo también me alegro de verte, hermanito. Veo que sigues sin mejorar tu coprolalia –Contestó Tomás con una sonrisa ladeada, casi condescendiente-.
-          Venga coño, dame un respiro. Ya sabes que hay cosas que no se pueden dejar de hacer sin más, joder. Pero vamos a dejar de hablar de mí, y vamos a hablar de ti –dijo Jorge y su rostro se tornó en una sonrisa lobuna-. Al final… ¿te llevaste a la chica a casa?
-          ¿Eh? Ah, no. Ya sabes que somos amigos. Le invité a un cubata y poco más. Luego estuvimos un rato hablando de tontadas y tal. Terminamos hablando de viajes, creo. Sí, le dije que quería ir a Japón, que quería ver si su cultura era tan diferente de la nuestra como dicen todos. Ella me dijo que le encantaba Japón, y que tenía un montón de cosas que se había traído de un viaje que hizo hace un par de años, y que podía pasarme algún día a verlo…
-          Joder Tomasín, ¿¿Y no te ofreciste a acompañarla a casa?? A veces me haces preguntarme si de verdad somos hermanos… La pobre muchacha no te lo podía haber puesto más a huevo.
-          Creo que te equivocas, ¿eh? –dijo Tomás ocultando su rubor tras una máscara de confianza que trataba de resistir el envite de su hermano-. ¡Oye! Tú quedaste ayer otra vez con Marta, ¿no? Ibais a ir al cine o no sé qué…
-          Calla, calla, no me hables del tema. Estábamos en la fila para sacar las entradas, y unos chavales intentaron colarse y… bueno, ya conoces el temperamento que gasta ésta, qué te voy a contar.
-          ¿No lo dirás por el día que se puso a gritarte en medio del restaurante que si fueras un poco más burro pensarías que “clítoris” es el nombre científico de algún animal, verdad? Porque a mí me pareció una adorable muestra de amor, ya lo sabes –terminó Tomás aguantando la risa de la mejor manera que pudo-.
-          Mira que llegas a ser hijo de puta. Mierda, no se lo digas a mamá –añadió Jorge riéndose- ¡Joder! Pues ahora que sacas el tema me has recordado que quería ir a comprarle unas Bolas Chinas al sex shop ese nuevo que han abierto en la Calle del Conde, a ver si así se relaja un poco o algo… qué, ¿te animas? –preguntó a su hermano mientras subía y bajaba las cejas- Quién sabe, igual te encuentras allí a Luna…
-          Lo veo poco probable, Luna tiene que trabajar hasta las dos de la tarde y tal.
-          Mierda, pero mira que tengo un hermano soso, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?


Mientras los dos hermanos se ponían al día e intercambiaban puyas, distraídos como estaban, no se dieron cuenta que en una de las mesas cercanas alguien los vigilaba sin perder detalle. Quizá no habría sido extraño porque la misteriosa figura que los acechaba llevaba una pinta un tanto estrafalaria, con un sombrero y una chaqueta victoriana que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Su rostro, envuelto en las sombras, apenas dejaba entrever una siniestra sonrisa de cuando en cuando. ¿Quién era esa misteriosa figura? ¿Qué hacía allí, y cuál era su relación con los hermanos?