lunes, 9 de febrero de 2015

Aniversario

                En cuanto él introdujo las llaves en la cerradura mi libido no pudo soportar más y se apoderó de mí. Me abalancé sobre él y entramos en su apartamento en un revoltijo de ropa y pelo suelto. Mi cabello se había desprendido de la coleta que tanto tiempo había perdido haciendo y ahora se enredaba en torno a él, pero ahí estaba bien: no quería que estuviera en ninguna otra parte porque así le sería más difícil separarse de mí. Mientras mi boca asaltaba la suya y mi lengua buscaba su lengua, noté que estaba intentando decirme algo. Quizá sólo estuviera sorprendido, ya que no era mi estilo avasallarle así. Tampoco pareció molestarle en absoluto mi repentino cambio de conducta.
Oh Dios, cuanto más tiempo le besaba más me costaba concentrarme en alguna otra cosa. Estábamos llegando al diminuto salón cuando se tropezó con uno de los armarios y tras trastabillarse estuvo a punto de caer de espaldas sobre el sofá. Nos reímos mientras nuestras lenguas hablaban en su propio idioma, pero yo tuve una idea gracias al incidente: empujarlo al sofá. Ya iba siendo hora de que empezáramos a eliminar esa barrera de tela que nos separaba. Una pícara sonrisa adornaba mi rostro mientras observaba cómo en su cara se mezclaban la incredulidad y el miedo. Fue una expresión tan maravillosa que tuve que apartar la vista antes de que toda mi lujuria se pudiera ver reflejada en mi rostro. Y fue entonces cuando vi las flores.
Narcisos y tulipanes adornaban el suelo, al parecer desde la puerta principal hasta su dormitorio. También había velas en puntos estratégicos del piso. Debí haberlo imaginado, al fin y al cabo era nuestro aniversario. Y él siempre había sido tan fastidiosamente atento. Llevaba desde el ascensor con ganas de arrancarle la ropa, pero ahora ya no es que quisiera hacerlo, es que lo necesitaba. Podía escuchar su respiración entrecortada, y cuando me recosté sobre él podía notar cómo el calor que emanaba de su cuerpo se adhería al mío. Su pecho subía y bajaba cada vez más rápido y sus ojos no me perdían de vista. A pesar de ello, no fue capaz de, o no quiso, ver cómo mis manos agarraban su camisa de seda con demasiada fuerza hasta que fue demasiado tarde: con un solo gesto desgarré la tela y mientras los botones salían disparados en todas las direcciones pude ver su torso desnudo. No llegué a ver su cara de asombro porque inmediatamente después me abalancé sobre él y empecé a besarlo y a mordisquearlo todo. Sí pude escuchar cómo un tímido gemido se escapaba de su cuerpo en tensión. Sonreí y compuse lo que sin duda fue una malévola sonrisa al pensar en todo lo que le iba a hacer aquella noche. Él me quería tratar como a una princesa, como si fuera la criatura más inocente y dulce del mundo, pero yo iba a demostrarle mi lado más oscuro, hasta que me suplicara que me detuviera, si es que era capaz de articular palabra cuando terminara con él. No, hoy iba a ser du diablesa. Un súcubo cuya única finalidad era hacerle gozar y gritar de placer.
Mientras mis labios recorrían el contorno de su pecho y descendían lentamente por su abdomen, mis manos habían encontrado el cinturón que sujetaba sus pantalones y se habían deshecho de él con solvente maestría. Empecé a bajarle los pantalones, y, aunque hubo cierta resistencia, no me costó demasiado esfuerzo hacerlos a un lado. Entretanto, mis labios se toparon con el borde de sus boxers. Aquella prenda oscura era todo lo que se interponía entre su hombría y yo, y no pensaba dejar que se interpusiera entre nosotros demasiado tiempo. Como tenía las manos ocupadas, me encargué de ellos pellizcándolos delicadamente con los dientes. Volvió a gemir, esta vez con menos vergüenza, y yo volví a sonreír, con picardía. Cuando los hube bajado lo suficiente, por fin pude observar mi ansiado premio. Bien, parece que se alegraba de verme tanto como yo me alegraba de verla a ella. Dejé que resbalara un poco por mi rostro y atrapé la punta entre los labios. Mi lengua se entretuvo recorriendo su contorno mientras él se estremecía de placer. Sus gemidos eran música para mis oídos. Noté cómo se tensaba y cuando se rindió al placer sus manos se enredaron con mi pelo. Él quería tocarme. Necesitaba tocarme, y en la posición que estábamos apenas sí podía sumergir sus manos en mi cabello. Pobrecito, lo estaba pasando fatal. Pero yo podía hacer algo para que su agonía fuera más llevadera, y me concentré en aquello con lo que estaba jugueteando mi lengua. Dejé que llenara mi boca y entonces él empujó con la máxima delicadeza que pudo su cadera hacia mí. Moví mi cabeza levemente hacia atrás y entonces la dejé caer de nuevo, volviendo a empezar aquél bucle de placer. Su sabor llenaba mi mente, su calor hacía temblar mi cuerpo y cómo se movía para acompasarse conmigo hacía que mi corazón se desbocara. Cuanto más le oía gemir, con más intensidad movía mi boca, buscando su esencia.
Finalmente, cuando creía que se dejaba llevar y que iba a terminar en mi boca, se dobló hacia mí y, antes de darme cuenta, estaba apoyada sobre él, con el vestido recogido sobre mi cintura. Estaba del revés, tendida sobre su cuerpo, y ahora sus manos podían tocarme prácticamente por completo. De hecho, enseguida note cómo se aferraban a mi culo con ansia, como si aquél gesto fuera tan necesario como respirar. Mis rodillas estaban a ambos lados de su rostro, y notaba su cálido aliento entre mis piernas. Tan es así que por un momento olvidé que mi boca seguía llena y gemí. Entonces, como si hubiera estado esperando mi señal y haciendo a un lado mi tanga, su lengua se adentró en lo más profundo de mí, recorriendo mis labios y buscando perderme para siempre en las tierras del placer. Qué hijo de puta, y yo que pensaba que le había ganado por fin. De cuando en cuando, cuando su lengua presionaba en el lugar adecuado, mis piernas temblaban. Era una situación extraña y, aunque a él le decía que la odiaba, en realidad me volvía loca. Pero no podía rendirme, no todavía. Hoy estaba siendo mi día y no podía dejar que me ganara en algo que había empezado yo, así que volví a la carga. Mordisqueé su miembro juguetona y retomé el movimiento ascendente y descendente.
Temblábamos por turnos, gemíamos al unísono y gozábamos sin descanso. Él había estado conteniéndose pero notaba que estaba a punto de rendirse, porque sus caderas cada vez se movían con más energía y menos delicadeza, así que empecé a moverme más bruscamente. Quería que su esencia llenara mi boca y pensaba hacer lo que fuera necesario para conseguirlo. Con lo que no contaba era con que él empezara a poner más ganas en comerme bien. Con sus manos aferrándose a mis nalgas como si quisiera desgarrarme la piel y su lengua llenándome de amor, mis piernas empezaron a temblar y todo lo que pude hacer fue incorporarme, sentándome en su rostro y dejando que escapara de mi boca. Antes de darme cuenta había vuelto a inclinarme hacia delante, apoyando mis manos en el sofá mientras su cabeza seguía atrapada entre mis piernas. El muy canalla se negaba a rendirse y el placer dominaba mi cuerpo, así que empecé a balancearme adelante y atrás, notando como su lengua trataba de atraparme cuando dejaba que se hundiera en mí. Seguí cabalgando su rostro mientras gemía y gritaba de placer, e incluso cuando pensé que iba a rendirme, él consiguió que volviera al juego. Al final, mis brazos no pudieron resistir mi propio peso y mis piernas perdieron las fuerzas mientras una parte de mí sexo se perdía en su boca. Derrumbada como estaba sobre él, apoyada en su virilidad, escuché cómo tragaba aquello que le había dado. Mi cuerpo volvió a encenderse en un instante y aferré su hombría con mi boca una vez más. Estaba agotada pero yo también quería que una parte de él recorriera mi garganta y mi húmedo cuerpo se estremeció al imaginarlo. También él estaba sin fuerzas y ya era incapaz de resistirse a mis intentos, así que en cuanto mi lengua jugueteó un poco con ella, sus caderas empezaron a moverse, dispuestas a dejarlo ir dentro de mí. Algo salado llenó mi boca en el preciso momento en el que él dejaba escapar una exclamación y sonreí. Pero aquello no había acabado, ni mucho menos.
Húmeda, caliente y sin fuerzas, decidí descansar sobre él, aunque antes me di la vuelta. Jugueteé con su cuello y con el lóbulo de su oreja mientras él me acariciaba. Aunque sabía que estaba agotado, sus manos se enredaban en mi pelo y recorrían las curvas de mi pecho, pellizcando suave pero firmemente mis pezones cuando yo le mordisqueaba. Los dos íbamos reponiendo fuerzas y aumentando el ritmo de nuestras caricias, la fuerza de nuestros juegos.

Cuando sus manos se separaron de mi pecho quise protestar, pero mi boca todavía estaba formando una expresión indignada cuando noté que se incorporaba y me alzaba con suma delicadeza. Entre sus fuertes y cálidos brazos era feliz. Pero mi corazón todavía se aceleró cuando atravesamos el umbral de su dormitorio y me dejó con suavidad en la cama. Procedió a sacarme el vestido por los hombros. Entonces volvió a enterrar su cabeza entre mis piernas y me besó. Volvió a besarme y no me quedó otro remedio que arquearme hacia atrás. Sus manos aprovecharon mi descuido para deslizarse hasta mi cintura y quitarme el tanga antes de que fuera capaz de protestar. Todavía lo tenía por los tobillos cuando estiré mis manos, atrapé su rostro y lo llevé al hueco que en su osadía acababa de dejar al descubierto. Si se sorprendió no dio muestras de ello y aceptó el desafío con resuelta devoción. Volvió a besarme, y justo después sacudió su cabeza de lado a lado, varias veces, mientras sacaba la punta de su lengua y la presionaba contra mi cuerpo. Volví a gemir. Escuché que empezaba a decirme algo, pero ahora no quería escucharle, así que volví a presionar su cabeza contra mi vientre, y la mantuve ahí. Empezó a lamerme más fuerte, dejando de lado su habitual delicadeza, y pensé que quizá le hubiera molestado lo que acababa de hacer, así que volví a tomar su rostro entre mis manos y lo guié hasta mi rostro. Entonces lo besé con cierta timidez, para pedirle perdón. Me devolvió el beso con el mismo cuidado, y comprendí que no le había sentado mal. Aproveché su momento de delicadeza, lo empujé a un lado y me senté a horcajadas sobre él. No estaba muy cómoda porque algo presionaba contra uno de mis muslos. Sonreí con picardía y ya sin pudor llevé mi mano derecha para ajustarlo. Una vez en su lugar me mecí hacia delante y hacia atrás y noté como los dos temblábamos. Si no tenía cuidado pasaríamos directamente al final, así que no podía moverme demasiado, sino lo suficiente para que nos frotáramos y nos deseáramos más. Me incliné hacia él y le mordisqueé el cuello. Recorrí su contorno con la lengua hasta la oreja, y entonces le mordisqueé también el lóbulo. Mientras se frotaba contra mí, notaba como se aceleraba su respiración. También sus manos presionaban con más energía contra mi cuerpo. Los dos nos estábamos dejando llevar por la lujuria, pero era tan divertido ponerlo a prueba…

domingo, 8 de febrero de 2015

Palabras que Forman Historias Cuatro: Ratón, Mastodonte, Cubata, Lucha, Clítoris, Bolas Chinas, Oleoso, Temperamento, Máscara y Coprolalia.

                 Era algo más tarde de medianoche y el insomnio se había apoderado de nuevo de Tomás. Agotado como estaba no podía concentrarse en hacer algo productivo, así que empezó a mirar si ponían algo interesante en la televisión. Apenas sí era consciente del tiempo que se le escapaba lentamente entre suspiro y suspiro, entre bostezo y bostezo. Cansado hasta de cambiar de canal, finalmente se rindió y dejó puesto un documental en el que unos criptozoólogos debatían la posibilidad de que los restos fósiles de un mastodonte encontrado cerca del mundialmente conocido Lago Ness, en Escocia, pudieran estar relacionados con Nessie, una de las criaturas fantásticas con más fans a lo largo y ancho del mundo. Aburrido de intentar seguir los giros argumentales de uno de los participantes que parecía obsesionado hasta la paranoia con el tema de la “mascota de Escocia”, como llamaba a Nessie, Tomás se quedó dormido.
                Los rayos de sol se filtraban por las rendijas de la persiana del salón y aterrizaban en la mejilla de Tomás, que al cabo de un rato no tuvo otro remedio que incorporarse para evitar la molesta luz. Le dolía todo porque, además de haber dormido en el sofá que le quedaba pequeño, parecía haberse quedado traspuesto en una posición que retaba a su propia anatomía. Después de una ardua lucha con sus ganas de dormir, se desperezó como pudo y comenzó a vestirse. A pesar de la desastrosa noche que había pasado, le esperaba una mañana ajetreada y no podía perder ni un minuto más. Con el café bajando todavía por su esófago, el abrigo a medio poner y las llaves y el móvil en la mano, salió a la carrera a la calle. Su cabeza repasaba el discurso que tenía preparado dar a los posibles inversores mientras sus oídos escucharon un extraño sonido y sus ojos se desviaron sin que Tomás fuera consciente de haberse parado a identificar la fuente de aquél sonido. Cuando casi estaba a punto de darse por vencido, volvió a escuchar el misterioso sonido y al bajar la vista hacia la cochera que había a su izquierda, divisó un pequeño ratón que saltaba sin parar mientras intentaba meterse por una diminuta rendija que había bajo la puerta. Tomás lo observó distraído y para cuando decidió tomar una foto del pequeño animal, éste estaba desapareciendo bajo la puerta y tan sólo su largo rabo asomaba por la minúscula abertura. Tomás reanudó la marcha, aunque no tuvo tanta suerte con el tren de sus pensamientos, que se había adentrado en la vasta inmensidad de las memorias perdidas. Dándose por vencido, optó por sacar el teléfono y llamar a su hermano para asegurarse de que estaría allí para el almuerzo semanal.

-          ¡Hostias Tomás! –Exclamó un hombre joven de tez cenicienta y cabello oleoso- ¿Sabes? Cuando he visto que me llamabas he pensado: “Fijo que este cabrón de mierda me vuelve a dar plantón”, pero… joder, vaya ojeras que llevas, ¿no?
-          Sí, yo también me alegro de verte, hermanito. Veo que sigues sin mejorar tu coprolalia –Contestó Tomás con una sonrisa ladeada, casi condescendiente-.
-          Venga coño, dame un respiro. Ya sabes que hay cosas que no se pueden dejar de hacer sin más, joder. Pero vamos a dejar de hablar de mí, y vamos a hablar de ti –dijo Jorge y su rostro se tornó en una sonrisa lobuna-. Al final… ¿te llevaste a la chica a casa?
-          ¿Eh? Ah, no. Ya sabes que somos amigos. Le invité a un cubata y poco más. Luego estuvimos un rato hablando de tontadas y tal. Terminamos hablando de viajes, creo. Sí, le dije que quería ir a Japón, que quería ver si su cultura era tan diferente de la nuestra como dicen todos. Ella me dijo que le encantaba Japón, y que tenía un montón de cosas que se había traído de un viaje que hizo hace un par de años, y que podía pasarme algún día a verlo…
-          Joder Tomasín, ¿¿Y no te ofreciste a acompañarla a casa?? A veces me haces preguntarme si de verdad somos hermanos… La pobre muchacha no te lo podía haber puesto más a huevo.
-          Creo que te equivocas, ¿eh? –dijo Tomás ocultando su rubor tras una máscara de confianza que trataba de resistir el envite de su hermano-. ¡Oye! Tú quedaste ayer otra vez con Marta, ¿no? Ibais a ir al cine o no sé qué…
-          Calla, calla, no me hables del tema. Estábamos en la fila para sacar las entradas, y unos chavales intentaron colarse y… bueno, ya conoces el temperamento que gasta ésta, qué te voy a contar.
-          ¿No lo dirás por el día que se puso a gritarte en medio del restaurante que si fueras un poco más burro pensarías que “clítoris” es el nombre científico de algún animal, verdad? Porque a mí me pareció una adorable muestra de amor, ya lo sabes –terminó Tomás aguantando la risa de la mejor manera que pudo-.
-          Mira que llegas a ser hijo de puta. Mierda, no se lo digas a mamá –añadió Jorge riéndose- ¡Joder! Pues ahora que sacas el tema me has recordado que quería ir a comprarle unas Bolas Chinas al sex shop ese nuevo que han abierto en la Calle del Conde, a ver si así se relaja un poco o algo… qué, ¿te animas? –preguntó a su hermano mientras subía y bajaba las cejas- Quién sabe, igual te encuentras allí a Luna…
-          Lo veo poco probable, Luna tiene que trabajar hasta las dos de la tarde y tal.
-          Mierda, pero mira que tengo un hermano soso, ¿Qué he hecho yo para merecer esto?


Mientras los dos hermanos se ponían al día e intercambiaban puyas, distraídos como estaban, no se dieron cuenta que en una de las mesas cercanas alguien los vigilaba sin perder detalle. Quizá no habría sido extraño porque la misteriosa figura que los acechaba llevaba una pinta un tanto estrafalaria, con un sombrero y una chaqueta victoriana que cubrían la mayor parte de su cuerpo. Su rostro, envuelto en las sombras, apenas dejaba entrever una siniestra sonrisa de cuando en cuando. ¿Quién era esa misteriosa figura? ¿Qué hacía allí, y cuál era su relación con los hermanos?