En cuanto él
introdujo las llaves en la cerradura mi libido no pudo soportar más y se
apoderó de mí. Me abalancé sobre él y entramos en su apartamento en un
revoltijo de ropa y pelo suelto. Mi cabello se había desprendido de la coleta
que tanto tiempo había perdido haciendo y ahora se enredaba en torno a él, pero
ahí estaba bien: no quería que estuviera en ninguna otra parte porque así le
sería más difícil separarse de mí. Mientras mi boca asaltaba la suya y mi
lengua buscaba su lengua, noté que estaba intentando decirme algo. Quizá sólo
estuviera sorprendido, ya que no era mi estilo avasallarle así. Tampoco pareció
molestarle en absoluto mi repentino cambio de conducta.
Oh Dios, cuanto más tiempo le besaba más me costaba
concentrarme en alguna otra cosa. Estábamos llegando al diminuto salón cuando
se tropezó con uno de los armarios y tras trastabillarse estuvo a punto de caer
de espaldas sobre el sofá. Nos reímos mientras nuestras lenguas hablaban en su
propio idioma, pero yo tuve una idea gracias al incidente: empujarlo al sofá.
Ya iba siendo hora de que empezáramos a eliminar esa barrera de tela que nos
separaba. Una pícara sonrisa adornaba mi rostro mientras observaba cómo en su
cara se mezclaban la incredulidad y el miedo. Fue una expresión tan maravillosa
que tuve que apartar la vista antes de que toda mi lujuria se pudiera ver
reflejada en mi rostro. Y fue entonces cuando vi las flores.
Narcisos y tulipanes adornaban el suelo, al parecer
desde la puerta principal hasta su dormitorio. También había velas en puntos
estratégicos del piso. Debí haberlo imaginado, al fin y al cabo era nuestro
aniversario. Y él siempre había sido tan fastidiosamente atento. Llevaba desde
el ascensor con ganas de arrancarle la ropa, pero ahora ya no es que quisiera
hacerlo, es que lo necesitaba. Podía escuchar su respiración entrecortada, y
cuando me recosté sobre él podía notar cómo el calor que emanaba de su cuerpo
se adhería al mío. Su pecho subía y bajaba cada vez más rápido y sus ojos no me
perdían de vista. A pesar de ello, no fue capaz de, o no quiso, ver cómo mis
manos agarraban su camisa de seda con demasiada fuerza hasta que fue demasiado
tarde: con un solo gesto desgarré la tela y mientras los botones salían
disparados en todas las direcciones pude ver su torso desnudo. No llegué a ver
su cara de asombro porque inmediatamente después me abalancé sobre él y empecé
a besarlo y a mordisquearlo todo. Sí pude escuchar cómo un tímido gemido se escapaba
de su cuerpo en tensión. Sonreí y compuse lo que sin duda fue una malévola
sonrisa al pensar en todo lo que le iba a hacer aquella noche. Él me quería
tratar como a una princesa, como si fuera la criatura más inocente y dulce del
mundo, pero yo iba a demostrarle mi lado más oscuro, hasta que me suplicara que
me detuviera, si es que era capaz de articular palabra cuando terminara con él.
No, hoy iba a ser du diablesa. Un súcubo cuya única finalidad era hacerle gozar
y gritar de placer.
Mientras mis labios recorrían el contorno de su pecho
y descendían lentamente por su abdomen, mis manos habían encontrado el cinturón
que sujetaba sus pantalones y se habían deshecho de él con solvente maestría. Empecé
a bajarle los pantalones, y, aunque hubo cierta resistencia, no me costó
demasiado esfuerzo hacerlos a un lado. Entretanto, mis labios se toparon con el
borde de sus boxers. Aquella prenda oscura era todo lo que se interponía entre
su hombría y yo, y no pensaba dejar que se interpusiera entre nosotros
demasiado tiempo. Como tenía las manos ocupadas, me encargué de ellos
pellizcándolos delicadamente con los dientes. Volvió a gemir, esta vez con
menos vergüenza, y yo volví a sonreír, con picardía. Cuando los hube bajado lo
suficiente, por fin pude observar mi ansiado premio. Bien, parece que se
alegraba de verme tanto como yo me alegraba de verla a ella. Dejé que resbalara
un poco por mi rostro y atrapé la punta entre los labios. Mi lengua se
entretuvo recorriendo su contorno mientras él se estremecía de placer. Sus
gemidos eran música para mis oídos. Noté cómo se tensaba y cuando se rindió al
placer sus manos se enredaron con mi pelo. Él quería tocarme. Necesitaba
tocarme, y en la posición que estábamos apenas sí podía sumergir sus manos en
mi cabello. Pobrecito, lo estaba pasando fatal. Pero yo podía hacer algo para
que su agonía fuera más llevadera, y me concentré en aquello con lo que estaba
jugueteando mi lengua. Dejé que llenara mi boca y entonces él empujó con la
máxima delicadeza que pudo su cadera hacia mí. Moví mi cabeza levemente hacia
atrás y entonces la dejé caer de nuevo, volviendo a empezar aquél bucle de
placer. Su sabor llenaba mi mente, su calor hacía temblar mi cuerpo y cómo se
movía para acompasarse conmigo hacía que mi corazón se desbocara. Cuanto más le
oía gemir, con más intensidad movía mi boca, buscando su esencia.
Finalmente, cuando creía que se dejaba llevar y que
iba a terminar en mi boca, se dobló hacia mí y, antes de darme cuenta, estaba
apoyada sobre él, con el vestido recogido sobre mi cintura. Estaba del revés,
tendida sobre su cuerpo, y ahora sus manos podían tocarme prácticamente por
completo. De hecho, enseguida note cómo se aferraban a mi culo con ansia, como
si aquél gesto fuera tan necesario como respirar. Mis rodillas estaban a ambos
lados de su rostro, y notaba su cálido aliento entre mis piernas. Tan es así que
por un momento olvidé que mi boca seguía llena y gemí. Entonces, como si
hubiera estado esperando mi señal y haciendo a un lado mi tanga, su lengua se
adentró en lo más profundo de mí, recorriendo mis labios y buscando perderme
para siempre en las tierras del placer. Qué hijo de puta, y yo que pensaba que
le había ganado por fin. De cuando en cuando, cuando su lengua presionaba en el
lugar adecuado, mis piernas temblaban. Era una situación extraña y, aunque a él
le decía que la odiaba, en realidad me volvía loca. Pero no podía rendirme, no
todavía. Hoy estaba siendo mi día y no podía dejar que me ganara en algo que
había empezado yo, así que volví a la carga. Mordisqueé su miembro juguetona y
retomé el movimiento ascendente y descendente.
Temblábamos por turnos, gemíamos al unísono y
gozábamos sin descanso. Él había estado conteniéndose pero notaba que estaba a
punto de rendirse, porque sus caderas cada vez se movían con más energía y
menos delicadeza, así que empecé a moverme más bruscamente. Quería que su
esencia llenara mi boca y pensaba hacer lo que fuera necesario para
conseguirlo. Con lo que no contaba era con que él empezara a poner más ganas en
comerme bien. Con sus manos aferrándose a mis nalgas como si quisiera
desgarrarme la piel y su lengua llenándome de amor, mis piernas empezaron a
temblar y todo lo que pude hacer fue incorporarme, sentándome en su rostro y
dejando que escapara de mi boca. Antes de darme cuenta había vuelto a
inclinarme hacia delante, apoyando mis manos en el sofá mientras su cabeza
seguía atrapada entre mis piernas. El muy canalla se negaba a rendirse y el
placer dominaba mi cuerpo, así que empecé a balancearme adelante y atrás,
notando como su lengua trataba de atraparme cuando dejaba que se hundiera en
mí. Seguí cabalgando su rostro mientras gemía y gritaba de placer, e incluso
cuando pensé que iba a rendirme, él consiguió que volviera al juego. Al final,
mis brazos no pudieron resistir mi propio peso y mis piernas perdieron las
fuerzas mientras una parte de mí sexo se perdía en su boca. Derrumbada como
estaba sobre él, apoyada en su virilidad, escuché cómo tragaba aquello que le
había dado. Mi cuerpo volvió a encenderse en un instante y aferré su hombría
con mi boca una vez más. Estaba agotada pero yo también quería que una parte de
él recorriera mi garganta y mi húmedo cuerpo se estremeció al imaginarlo.
También él estaba sin fuerzas y ya era incapaz de resistirse a mis intentos,
así que en cuanto mi lengua jugueteó un poco con ella, sus caderas empezaron a
moverse, dispuestas a dejarlo ir dentro de mí. Algo salado llenó mi boca en el
preciso momento en el que él dejaba escapar una exclamación y sonreí. Pero
aquello no había acabado, ni mucho menos.
Húmeda, caliente y sin fuerzas, decidí descansar
sobre él, aunque antes me di la vuelta. Jugueteé con su cuello y con el lóbulo
de su oreja mientras él me acariciaba. Aunque sabía que estaba agotado, sus
manos se enredaban en mi pelo y recorrían las curvas de mi pecho, pellizcando
suave pero firmemente mis pezones cuando yo le mordisqueaba. Los dos íbamos
reponiendo fuerzas y aumentando el ritmo de nuestras caricias, la fuerza de
nuestros juegos.
Cuando sus manos se separaron de mi pecho quise
protestar, pero mi boca todavía estaba formando una expresión indignada cuando
noté que se incorporaba y me alzaba con suma delicadeza. Entre sus fuertes y
cálidos brazos era feliz. Pero mi corazón todavía se aceleró cuando atravesamos
el umbral de su dormitorio y me dejó con suavidad en la cama. Procedió a
sacarme el vestido por los hombros. Entonces volvió a enterrar su cabeza entre
mis piernas y me besó. Volvió a besarme y no me quedó otro remedio que
arquearme hacia atrás. Sus manos aprovecharon mi descuido para deslizarse hasta
mi cintura y quitarme el tanga antes de que fuera capaz de protestar. Todavía
lo tenía por los tobillos cuando estiré mis manos, atrapé su rostro y lo llevé
al hueco que en su osadía acababa de dejar al descubierto. Si se sorprendió no
dio muestras de ello y aceptó el desafío con resuelta devoción. Volvió a
besarme, y justo después sacudió su cabeza de lado a lado, varias veces,
mientras sacaba la punta de su lengua y la presionaba contra mi cuerpo. Volví a
gemir. Escuché que empezaba a decirme algo, pero ahora no quería escucharle,
así que volví a presionar su cabeza contra mi vientre, y la mantuve ahí. Empezó
a lamerme más fuerte, dejando de lado su habitual delicadeza, y pensé que quizá
le hubiera molestado lo que acababa de hacer, así que volví a tomar su rostro
entre mis manos y lo guié hasta mi rostro. Entonces lo besé con cierta timidez,
para pedirle perdón. Me devolvió el beso con el mismo cuidado, y comprendí que
no le había sentado mal. Aproveché su momento de delicadeza, lo empujé a un
lado y me senté a horcajadas sobre él. No estaba muy cómoda porque algo presionaba
contra uno de mis muslos. Sonreí con picardía y ya sin pudor llevé mi mano
derecha para ajustarlo. Una vez en su lugar me mecí hacia delante y hacia atrás
y noté como los dos temblábamos. Si no tenía cuidado pasaríamos directamente al
final, así que no podía moverme demasiado, sino lo suficiente para que nos
frotáramos y nos deseáramos más. Me incliné hacia él y le mordisqueé el cuello.
Recorrí su contorno con la lengua hasta la oreja, y entonces le mordisqueé
también el lóbulo. Mientras se frotaba contra mí, notaba como se aceleraba su
respiración. También sus manos presionaban con más energía contra mi cuerpo.
Los dos nos estábamos dejando llevar por la lujuria, pero era tan divertido
ponerlo a prueba…