lunes, 13 de abril de 2015

Mira

            Se encontraba alegremente sentada en el borde de una roca desgastada ya de tanto ser usada de banqueta. Su mirada se alzaba al cielo y contemplaba distraída la miríada de estrellas que parecían estar clavadas en aquél enorme lienzo oscuro que componía el firmamento. Aquél reflejo pacífico y eterno, se sorprendió pensando, no se parecía en absoluto al caos de su desbordada imaginación.
Desde que era niña veía cómo su imaginación cobraba vida en cualquier momento, hasta el punto de ver una historia completa desfilar ante sus ojos mientras observaba la superficie de un lago mecida por el viento. Allí, en vez de fantasear con animales marinos cómo cabría esperar, ella era capaz de descubrir la historia de Talud el Elefante, el último paquidermo del espectáculo del circo Presagio.  Aquella singular habilidad le había costado numerosos problemas en su corta vida, y a menudo se lamentaba por ello. No era capaz de concentrarse en nada, y a raíz de su “don” veía pasar las oportunidades silbando delante de sus narices sin que pudiera hacer algo para evitarlo.
Aquella era la finalidad de su excursión nocturna al Lago del Olvido. Aquél era el motivo de que se encontrara allí sentada. Quería cambiar su forma de ver el mundo, su forma de vivir. La calmada contemplación del universo siempre la ayudaba a tomar distancia. Allí se sentía una pieza más de un inmenso rompecabezas, cuya única finalidad era encajar en su sitio. Pero claro, ese era parte del problema, porque no tenía ni idea de cuál era su lugar.

La suave brisa que la envolvía cuando llegó a su lugar de pensar se había convertido poco a poco en un fuerte viento que azotaba sin piedad la superficie del lago y a ella misma. Soplaba entre los árboles y los obligaba a bailar al son que tocaba, como forzaba a los animales a buscar refugio allí dónde lo encontraran. El viento arrastraba hojas anaranjadas, ahora recogidas del suelo y ahora arrancadas de las delgadas ramas de sus dueños. A nuestra joven amiga le fastidió mucho tener que dejar lo que estaba haciendo, pero no se había llevado ropa de abrigo y aquél maldito viento la empezaba a hacer tiritar.
Tenía una larga caminata hasta casa, así que buscaría algún lugar en el que el viento no pudiera entrar, porque la temperatura todavía era agradable. Deambuló observando por aquí y por allá hasta que encontró lo que buscaba: un tronco derribado con las raíces fuera. Parecía un bonsái que alguien hubiera arrancado para trasplantarlo pero que se hubiera quedado allí sin lugar al que ir. Ella se acercó más y comprobó que el viento chocaba contra las raíces, así que en la parte de la base del tronco estaría a salvo del viento. Aunque la luna brillaba más que nunca en el cielo, lo mejor era moverse con cuidado porque había muchas piedras y raíces que podían hacerla tropezar.
Una vez alcanzó su destino vio algo que hizo que su sangre se helara en sus venas. Se quedó allí, pasmada, observando cómo un lobo herido se lamía una pata. Encima del tronco, bastante por encima del lobo, un gato observaba la situación con recelo. Mira no sabía qué hacer, pero sintió una intensa oleada de compasión por el animal, así que decidió acercarse despacio. Cuando el lobo la intuyó, alzó la vista y llevando la piel del morro hacia atrás le enseñó los dientes a la vez que empezaba a gruñir. No quería que lo molestaran. Mira entonces se dio cuenta de algo: aquél lobo no era demasiado grande, por lo que debía ser un cachorrillo que se hubiera perdido. Levantó su mano y la puso delante del cuerpo, hacia el temeroso animal. También empezó a emitir un siseo suave, el mismo sonido que hace una madre cuando quiere tranquilizar a su pequeño cuando llora. El lobo siguió gruñendo, pero cada vez con menos determinación, hasta que finalmente dejó de hacerlo y volvió a lamerse la pata.
Mira se acercó lo suficiente y se sentó a su lado. Entonces acercó una mano hacia el animal y la dejó a mitad de camino, esperando que el lobo la buscara. No pasó mucho tiempo hasta que la curiosidad del cachorro hizo que empezara a olfatear la mano de la joven. Poco después ella empezó a acariciar la cabeza del lobezno y vio que a él le encantaba. Entonces ella desvió su vista hacia la pata del animal y vio qué era lo que le molestaba: algo se había enredado alrededor de la corva de la pata y le impedía doblarla con normalidad.

La joven, muy despacio, empezó a acercar sus manos hacia la pata, pero el animal se revolvió incómodo. Entonces Mira volvió a acariciarle la cabeza con su mano izquierda mientras con la derecha terminaba de acercarse a la zona delicada. Entonces, con suma delicadeza, Mira empezó a desenvolver aquél trozo de plástico. Tiraba por aquí y por allí con cuidado, y cuando cedía un poco lo movía hacia el extremo de la pata. Unos pocos minutos después, el lobezno ya era libre. Estiró y dobló la pata para asegurarse y se la lamió. Luego miró satisfecho a la joven, quién le acarició detrás de las orejas. Podía apreciarse la felicidad en el rostro del animal, al igual que en la tez de la joven muchacha, que se sentía satisfecha consigo misma. Estuvo bastante rato allí sentada, protegida del viento con su nuevo amigo, pero no pasó mucho hasta que el gato que los había estado observando desde arriba del tronco se uniera a la fiesta. Aquella era una noche mágica, ¿Qué otras sorpresas le deparaba?