miércoles, 18 de enero de 2017

Turismo de Búsqueda

                Me he despertado sobresaltado y bañado en sudor. Me he incorporado sin darme cuenta, movido por algún tipo de resorte, como cuando estás a punto de coger el sueño y recuerdas que tienes que hacer algo de suma importancia. Pero no sé qué es lo que se supone que tengo que hacer y ni siquiera sé qué diablos me ha despertado. Así que me encuentro perdido y desvelado en mitad de la noche, envuelto por una quietud absoluta y suprema tan sólo rota por alguna extraviada racha de viento. Lo mejor que puedo hacer es prepararme un té calentito, a ver si envuelto en la manta en el sillón y dando sorbos de amargo desconcierto consigo descubrir qué es lo que se me escapa.

                Un ruido lejano, amortiguado por otros ruidos más cercanos me despierta. Son las diez de la mañana y me he quedado dormido en el sillón. La sociedad ya ha empezado a hacer sus quehaceres y yo por lo visto ni me terminé el té. Sí que me afligía la incertidumbre… Voy a dejar la taza en el fregadero y me daré una ducha para despejarme, hoy tengo un día ajetreado por delante.

                Llevo viajando por Europa casi tres meses en una furgoneta adaptada que compré a buen precio. Me acababan de despedir y tenía un dinero ahorrado, así que imaginé que era un buen momento para buscar respuestas a preguntas que todos nos hacemos, como cuál es mi lugar en el mundo o qué narices es lo que se supone que debo hacer con mi vida. Los últimos años han sido un constante recordatorio de que la humanidad está perdiendo el norte y siento que no hay nada que podamos hacer.
Yo he perdido gran parte del optimismo que me acompañaba y he dejado de preguntarme por qué no podemos los seres humanos construir un futuro de película. Concretamente de ciencia ficción. Porque si utilizáramos los recursos de que disponemos como especie, seguramente haría siglos que habríamos colonizado otros planetas. Seríamos una gran especie, menos nociva para todo lo que nos rodea y… bueno, no merece la pena pensar más en el tema. El caso es que decidí que, ya que no podía influir en la especie, buscaría encontrar la paz conmigo mismo.
Pero de momento eso tampoco ha dado resultado. Desde que era niño he leído historias de gente que se ha ido a Asia a buscar respuestas. A meditar, a conocer sus culturas ancestrales, pero de algún modo siento que aquello está demasiado prostituido, tanto que con mi suerte únicamente encontraría falsos gurús y volvería creyendo unas respuestas fabricadas a mi medida.
No, me gusta meditar pero voy a tomar una senda distinta y, quizá de esa manera, podré llegar a algún punto diferente. Así que me muevo por intuición, y voy a lugares con los que siento cierta afinidad o armonía. Medito allí, en bosques frondosos; en bulliciosas iglesias; en apartados lagos… incluso llegué a encontrar un fantástico lugar de meditación en un pub en pleno centro de Edimburgo.  

En este tiempo me he dado cuenta de que eso que se conoce como New Age ha calado fuerte y va a seguir haciéndolo. Gente haciendo yoga, meditando o investigando en temas que no hace tanto eran tabú u objeto de mofa (muchos todavía lo son, pero eso es un debate para otro día). Al final es un tema de espiritualidad, de creer que estamos aquí para o por algo, o de escepticismo y aceptar que “polvo somos y en polvo nos convertiremos”. No deja de ser curioso ver paralelismos entre mundos tan dispares, pero, de nuevo, es un debate para otro día, porque hoy…
 voy a meditar en Stonehenge.


Si los demás turistas me hacen un hueco.

No hay comentarios: