lunes, 24 de diciembre de 2012

Dos Coches


- Bueno, ¿qué era eso que necesitabas recoger con tanta prisa? –preguntó Matt, que seguía recostado contra la tapia con aire indiferente-.
- Lo verás cuando llegue el momento –contestó Dani con una maquiavélica sonrisa en sus labios-. No tendría ninguna utilidad enseñároslo ahora, la verdad. Bueno, cambiando un poco de tema… ¿qué os parece si nos ponemos en marcha? Ya hemos perdido demasiado tiempo por mi culpa…

Habían decidido desplazarse en dos vehículos, por si en algún momento tenían problemas técnicos poder sacarse las castañas del fuego ellos mismos. Sin mucha ceremonia se repartieron: Irene, Lucía y Matt subieron al coche de Irene, un Renault Laguna que sus padres le habían regalado un par de años atrás, cuando les tocó la lotería de Navidad y se compraron el Audi A8. Dani y Nacho subieron al Opel Corsa de Dani, que se había comprado con los ingresos de su trabajo a tiempo parcial como masajista.
Saldrían de su pueblo natal, Trasmoz, en la falda del Moncayo aragonés, y se encaminarían hacia el Monasterio de Piedra. Querían que la primera parada no fuera lejos de casa, pero que fuera un lugar lleno de actividad. Querían volver a un lugar que habían visitado varias veces en sus vidas, ahora que se encontraban en un nuevo estadio de su evolución personal.
Lucía, Irene y Matt iban a terminar Filosofía el año próximo, si todo iba bien, y sus cabezas estaban llenas de preguntas de diversa índole. Dani, que si aprobaba los exámenes de septiembre terminaría Historia del Arte, quería hacer bocetos de todos los lugares fantásticos que iban a visitar, desde capillas destartaladas a bastas cataratas, pasando por altares ostentosos y frondosos bosques. De hecho en esa primera parada encontraría prácticamente todo eso. Nacho estaba cursando Turismo, y era al que le quedaba más tiempo de carrera, porque empezó estudiando Arquitectura en La Almunia, y le costó dos años darse cuenta de que carecía de las habilidades de dibujo y de la visión espacial necesarias para terminar siendo un buen arquitecto.

Además del tema académico, estaba el enredo amoroso en el que se encontraban, y también querían aprovechar el viaje para echarle valor al asunto, pero esa historia llevará más tiempo…

domingo, 23 de diciembre de 2012

Cinco Viajes


Cinco Viajes.

         Todos estaban ya en el puente viejo, esperando a Dani. Con él, siempre era la misma historia. El pobre muchacho llegaría tarde a su propio funeral, aunque esta vez había avisado de que llegaría un poco más tarde de lo habitual. Apenas un par de meses antes, los cinco habían acordado emprender un viaje todos juntos con la aventura en el horizonte, porque estaban terminando la universidad y sentían que sus vidas se iban a separar, y querían hacer algo nuevo, algo especial que pudieran contarle a sus nietos en una lluviosa tarde de Abril.
         Tenían que haber salido hacía siete minutos, y Dani no daba señales de vida. Les había comentado que tenía que ir a buscar un viejo objeto, que dejó en el trastero porque pensaba que ya nunca tendría la oportunidad de utilizarlo. Sin más información, se había separado de ellos y había echado a andar en dirección a su casa.
Irene y Lucía se habían refugiado en el coche, pues iban ataviadas con sendos conjuntos de blusa y falda corta, y tenían bastante frío. Por su parte, Nacho estaba inquieto, caminando arriba y abajo. También tenía frío, aunque su cazadora vaquera le abrigaba lo suficiente.
La última persona que estaba esperando a Dani era Matías, que estaba apoyando su espalda en la tapia del puente, dejando vagar su imaginación. De los cinco, él era el que más ganas tenía de emprender el viaje, y llevaba las tres últimas semanas en un estado de constante ensoñación.  Los demás esperaban viajar, disfrutar de los parajes que visitaran y, con algo de suerte, aprender alguna historia que contar a la vuelta, pero él… él no.
Él estaba esperando mucho más de aquél viaje. Quería aprovecharlo para conocerse a sí mismo. Esperaba madurar con cada paso que diera y encontrar así el sentido de su vida. También esperaba disfrutar con sus compañeros, y hacer grandes recuerdos, pero, a la vez, esperaba descubrir algo más en el mundo, algo que siempre ha estado ahí, pero a lo que nunca había podido –o querido- prestar atención.  Mientras su mente estaba viajando de nube en nube, Dani apareció en el horizonte, saludándolos con la mano al aire.

-¡Perdón por el retraso chicos! –Gritaba Dani entre resuellos- Estaba más escondido de lo que recordaba…
-No pasa nada -contestó Nacho, aliviado, y con una sonrisa de oreja a oreja-. De hecho nos hubieras sorprendido mucho si hubieras encontrado rápido algo en tu trastero…
-Muy gracioso Nacho, de verdad. Aunque no lo veas, me estoy partiendo de risa –comentó Dani, con gesto adusto-.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Desvíos inesperados.


                Escondido entre los arbustos, magullado y exhausto, sabía que todavía lo seguían. No estaba muy seguro de quienes eran, y desde luego, no sabía lo que querían de él, pero también tenía claro que no estaban interesados en hablar. Lo habían asaltado en el camino de vuelta a casa, le habían bloqueado el paso y lo habían agredido. Apenas había encajado un par de puñetazos, pero hasta donde él sabía, un ser humano no podría tener aquella fuerza. Si él hubiera sido una persona normal, sus huesos estarían destrozados, astillados por la fuerza de aquellos misteriosos puños.
                Tantos años de entrenamiento, tanto sufrimiento en las sombras, habían dado sus frutos, de eso estaba convencido. Desde que tenía uso de razón, su tío y su padre, que en paz descansen, le enseñaron a estar preparado. Todos los días, después de trabajar hasta quedar extenuados, se reunían para practicar. Corrían, y hacían varios ejercicios para habituar los músculos a trabajar bajo presión. Aprendían a moverse, a combatir, y cada día lo hacían mejor. No era sólo la técnica, no era sólo la fuerza, no, aprendieron a sacar fuerzas en los momentos de flaqueza y eso, era algo muy útil en estos tiempos. Casi había olvidado el motivo por el que empezaron sus entrenamientos, cuando apenas tenía siete años. Casi.
                Se concentró brevemente, inspiró profundamente, y exhaló el aire despacio, sin hacer ruido. Podía sentirlos. No estaban demasiado cerca, pero tampoco se hallaban demasiado lejos, así que no tendría tiempo para descansar, no ahora. Por supuesto, si supiera su número exacto, podría enfrentarse a ellos, pero no estaba seguro de si podría hacer frente a más de tres de ellos con su fuerza. En condiciones normales, con un poco más de tiempo, podría concentrarse y percibir cuantos eran, pero su habilidad no estaba tan desarrollada, y no tenía el tiempo necesario. Se levantó y, se dirigió, lo más rápido que pudo moverse haciendo el mejor ruido posible, hacia un lago cercano, tristemente conocido por una leyenda local.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Noviembre


                Llovía a cántaros, aunque eso no extrañaba a la gente local porque en Noviembre era algo habitual. Sin embargo, había una joven muchacha que había desafiado a los elementos y se había alejado del pueblo. Se encontraba en una encrucijada interior, era uno de esos días en los que uno siente que necesita hacer algo diferente, algo trascendental. En cuanto hubo terminado de comer con sus padres, Helena se preparó una pequeña mochila con el material que juzgó importante, se abrigó a conciencia y se despidió de ellos, dejándolos con la boca abierta en el vano de la puerta, viendo cómo se alejaba bajo aquella intensa cortina de agua.
                No había pensado mucho qué iba a hacer, tan sólo sabía que necesitaba pasear, y alejarse un poco del mundo "real". No le preocupaba el agua, de hecho prefería pasear bajo la lluvia, pero tampoco quería empaparse y pillar una neumonía, ya que el día siguiente tenía que madrugar para ir al trabajo, y en su trabajo siempre había que estar con una sonrisa. Decidió pues encaminarse hacia un diminuto hayedo que se encontraba a un par de kilómetros del pueblo. Aquel hayedo no podía considerarse un bosque, pero era lo suficientemente grande como para pasear un rato sin pasar dos veces por el mismo sitio.
                En cuanto Helena llegó al hayedo, la lluvia dejó de caer con tanta fiereza, casi como si estuviera respetando aquel suelo sagrado en el que se alzaban aquellos majestuosos árboles, aunque la joven no se percató de ello al instante. Decidió hacer una parada en un tronco caído junto a una inmensa roca tras la que podía parapetarse y evitar el envite de las aguas. Sacó de uno de los bolsillos exteriores de la mochila una pequeña cantimplora y bebió un poco de agua, mientras miraba, asombrada, el efecto de la lluvia en aquel bosquecillo. Los árboles parecían estar más vivos, y cada vez que inhalaba, se respiraba ese olor especial de las tormentas, a tierra húmeda, a vida. Pequeños núcleos de diminutas aves se escondían entre las ovaladas hojas de los árboles, para que sus plumas no se humedecieran y así evitar coger frío.

martes, 28 de agosto de 2012

Ferreiros


          Quizá no fuera exactamente lo que parecía ser, y sin embargo, lo era. Quizá pareciera algo tórrido y fuera de lugar, y sin embargo, no lo era. El caso es que allí, amparados por los árboles en un pequeño bosque, se encontraban ellos, ajenos a todo lo que les rodeaba, mientras los peregrinos recorrían la senda señalada por siglos y siglos de recorrido. 
        La joven, acusaba el cansancio de varias jornadas sin descanso forzando su cuerpo al límite, se hallaba agotada, y con la moral minada. El muchacho, en cambio, se encontraba cómodo y relajado, a pesar de llevar más del doble de tiempo de camino. Se hallaban cerca del final de su viaje, y sin embargo, ella no podía más. No quería rendirse, y no obstante, no tenía fuerzas para continuar, por culpa del dolor. Aquél día, la joven se había detenido en aquel pequeño pueblo, en medio de ninguna parte, agobiada por sus molestias y con un humor sombrío. Hacía días que arrastraba un problema en el gemelo de la pierna derecha, y, al no haber descansado, esa molestia se había extendido, creando nuevos dolores en ambas piernas. 
        El joven, cuando la vio detenerse, se acercó a ella, y le sonrió. Intentó animarla, cómo estaban haciendo sus nuevos amigos, una pareja de coreanos, Chloe y Paul, pero era una tarea difícil y complicada. Finalmente, dejando atrás sus propios planes para el día, y sus propios intereses, decidió quedarse en aquél pequeño lugar, apartado de todo y de todos, para conseguir que aquella joven, volviera a sonreír, aunque fuera un poco. Por instinto, adivinó que debía permanecer a su lado, para enseñarle a ver cosas que no podía ver.
        
          Así las cosas, inseguro y preocupado, el chico se ofreció a dar un masaje en las cansadas y aquejadas piernas de la muchacha, con intención de ayudar al proceso de recuperación y acelerarlo. Nunca había dado un masaje como el que se ofrecía a dar, y no sabía si podría hacerlo bien, pero sabía que tenía que intentarlo, que ese era el motivo por el que su camino y el de ella se habían encontrado. La joven extranjera, entre extrañada y divertida, accedió. 
      Y así empezó aquél espectáculo que parecía ser lo que no era. Los muchachos buscaron un lugar apartado del pueblo, y encontraron, al lado del albergue, un pequeño bosquecito con un árbol cuyas raíces haría las veces de sillas. Entonces, tras charlar un rato sobre cosas banales y sin mucha trascendencia, el joven se puso manos a la obra. Visto desde fuera, no parecía un masaje, puesto que al estar en la naturaleza y sin sillas, ni mesas, las posiciones de ambos tenían que ser un poco forzadas. A pesar de todo, y aunque pasaban muchos peregrinos por el sendero que había cerca, nadie los vio, o al menos, nadie hizo la menor mención de percibirlos. Es como si aquél bosque quisiera protegerlos, y les ayudara cediéndoles su energía, formando una barrera alrededor de ellos para que nadie los interrumpiera. 
        El joven español empezó a masajear la pierna dolorida de la muchacha, con delicadeza y cuidado, buscando nudos, lugares donde el músculo estaba tan cansado, que no se había relajado completamente y estaba enredado consigo mismo. Cuando encontraba uno de aquellos nudos, sabía, por instinto, qué tenía que hacer. Lo acompañaba a través del hueso hasta los pies de la joven, y se libraba de él, arrojándolo fuera del cuerpo. Sabía que había funcionado porque observaba con detenimiento el rostro de la joven, y cuando se libraba de un nudo, ella dejaba escapar un pequeño gemido de alivio. Repitió el proceso una y mil veces, hasta que no encontró nada en las piernas de la muchacha, y ésta notó que sus músculos estaban totalmente relajados. Sorprendida y enormemente aliviada, la joven se alzó sobre sus renovadas piernas, y estrechó al muchacho entre sus brazos, sonriendo de pura felicidad. El muchacho estaba algo sorprendido, pero agradeció aquél cálido abrazo. Decidieron entonces que irían al bar del pueblo a tomar algo, para probar las piernas de la chica.

         Llegaron al bar bastante más tarde, pues habían estado en el albergue intentando contactar con su familia, y no había demasiada cobertura, precisamente, de modo que perdieron mucho tiempo hasta encontrar el punto exacto donde la cobertura fluía.
En cuanto se acercaron a la barra del bar, la muchacha pidió una cerveza para ella y un té para el joven, y salieron a la terraza, a tomar un poco el escaso aire que corría. Hablaron un poco más, y ambos se sorprendieron de lo bien que había podido andar ella, a pesar de que el camino era cuesta abajo, y eso era lo que más le había costado hacer antes del masaje. A pesar de todo, le seguía molestando el tendón que recorría su gemelo. En cuanto ella lo comentó, el muchacho pensó que podía intentar curarla con energía, aunque no estaba seguro de cómo se hacía, o de si ella estaría interesada en probar. Fuera como fuese, el tiempo voló para ellos mientras reían y charlaban en inglés, el segundo idioma de ambos. Cuando se dieron cuenta de que se estaba acercando la hora del toque de queda del albergue, se marcharon del bar, y se encaminaron hacia su refugio. Mientras remontaban la cuesta, el joven, tímidamente, comentó:

-         He estado pensando, y quizá haya una forma de aliviar el dolor de tu tendón. Si funciona, quizá mañana puedas andar el doble que hoy, sin molestias. Aunque es un método… diferente.
-         ¿De verdad? ¿A qué te refieres con “diferente”? –preguntó la joven, entre aliviada y precavida-.
-         Es un método de sanación alternativo, a través de la energía, pero yo no sé si sabré hacerlo bien, o si tendremos resultados –dijo el muchacho, no muy convencido. No obstante, añadió:-. De todas formas, no creo que pueda ir a peor, y no me gusta mucho verte con esa cara de dolor, aunque acabemos de conocernos.
-         Supongo que no perdemos nada por probar…

Llegaron al albergue apenas tres minutos después, pero no se dirigieron hacia el interior. Pensaron en ir a su refugio, pero el sol ya se había escondido y no sería muy cómodo adentrarse en aquél bosquecillo con tanta maleza con tan poca luz. Así que miraron a su alrededor y vieron una pequeña extensión de césped, justo frente al albergue. Al joven no le hacía mucha gracia intentar curar a través de la energía en un lugar tan expuesto, pero, a regañadientes, se encaminó hacia allí. La joven, por el contrario, parecía algo desconcertada por todo lo que iba a pasar, y no le prestaba la menor atención a su alrededor. Cuando llegaron a la improvisada consulta, se sentaron, nerviosos.
     El joven entonces, con calma y tratando concentrarse en su propia energía y en la energía que lo rodeaba, pidió a la chica que le extendiera su pierna, y la colocara sobre su mano derecha, con la que el muchacho pensaba transmitir energía reparadora hasta el tendón. Como nunca había curado así, tuvo una idea. Era extraño, porque pese a no saber a ciencia cierta lo que hacía, sentía como si algo, en su interior, se lo estuviera susurrando.
Avisó a la chica de que aquello le iba a doler un poco, y le pidió que cerrara los ojos y se concentrara en aquél dolor que iba a sentir, y lo retuviera en su mente. Entonces, sin avisar, presionó el tendón del gemelo de la muchacha, que ahogó un grito en su mente, mientras empezaba a visualizar el dolor. Se lo dijo al muchacho, que dejó de presionar, y le preguntó qué color veía, mientras cerraba sus propios ojos. Rojo, le dijo ella, a la vez que un círculo inmenso de color rojo aparecía en la conciencia del chico.
Él era capaz de sentir lo que ella sentía y de visualizar lo mismo que ella estaba viendo, pero, aunque estaba enormemente sorprendido, no perdió la concentración y utilizó aquello para curarla. A través de los cambios en la forma y el color de aquél dolor, intentó diluirlo. Le pidió a la chica que visualizara aquél dolor cambiando y haciéndose cada vez más fino, hasta que se desintegrara. El círculo rojo pasó a ser un hexágono, naranja, y luego un triángulo invertido, de color morado. Pasó a ser una especie de nube de gas azul, y poco a poco, fue deshaciéndose en sus mentes.
Cuando el chico no era capaz de sentir nada, se obligó a enviar un poco más de energía hacia ella, aunque eso pudiera agotarlo. Abrió los ojos, satisfecho, y le dijo a la chica que habían terminado y que podía abrir los suyos también. Ella lo hizo, y, gratamente sorprendida soltó un gritito, diciendo que ya no sentía el dolor del tendón, que se había ido.
Por segunda vez aquél día, ella lo abrazó, y esta vez, más tranquilo, él le devolvió el abrazo.

jueves, 19 de abril de 2012

Fuego


                “A veces las palabras resbalan por los bordes de las páginas cómo lo hacen las lágrimas en un rostro consternado. Otras veces, más que fluir entrecortadas, nos hacen soñar. Nos ayudan a elevarnos sobre las sensaciones mundanas, y sobre las preocupaciones más triviales. Nos ayudan a imaginar otro mundo, otro universo, otra vida. Nos empujan a comprender a nuestros seres queridos a través de la visión de unos extraños personajes que nos eran desconocidos hasta unos segundos antes. Nos abren las puertas de fantásticas representaciones en las que, por fin, somos capaces de comprender. Nos abrimos a los demás con cada página que leemos, con cada frase que asimilamos…” Pero Morgana interrumpió a Merlín antes de que pudiera continuar:

-          Eso es… es increíble. ¿De dónde lo has sacado Merlín? – A Morgana le brillaban los ojos, se hallaba expectante.
-          Ah, es un ensayo que empecé a escribir sobre literatura para un trabajo de la universidad. Al final no me dio tiempo a entregarlo porque tuve que hacer un viaje inesperado que me impidió terminarlo a tiempo. Aun así lo terminé, aunque no me lo fueran a corregir –Merlín adquirió un aire más maduro al recordar aquel momento del que hablaba con tanta intensidad-, me gusta escribir, y me intrigaba cómo podía terminar el ensayo, así que…

Morgana volvió a interrumpir a Merlín, esta vez de una manera un tanto más agradable. Había puesto ambas manos alrededor del rostro del joven, y acto seguido le dio un apasionado beso en los labios. Entre divertido y juguetón, Merlín le siguió el juego. Se dejaron llevar por la pasión. Unas cuantas veces.
Cuando el sol llevaba ya oculto un par de horas y la luna llena brillaba con fuerza, ambos jóvenes se hallaban extenuados y hambrientos. Merlín se levantó, se vistió con inusitada rapidez debido al frío, y se dirigió a la cocina, a preparar algo de fruta para cenar. Entretanto, Morgana se quedó envuelta entre las sábanas, soñando despierta. Pensó en los problemas a los que se estaban enfrentando y pensó que parecían sacados de una novela. Recordó a Elena, la druidesa de sus sueños. En ese momento se dejó llevar. Era extraño que la sintiera tan cercana pese a que había vivido varios de cientos de años antes. Y sin embargo, tenía la impresión de que la conocía.

-Morgana, venga va, despierta. ¡Morgana! –Merlín estaba zarandeando a la joven con energía y a la vez con delicadeza. Cuando había vuelto a la habitación la había encontrado con convulsiones. A veces le pasaba, pero eso no hacía que Merlín se preocupara menos.  Sonrió aliviado cuando Morgana abrió los ojos y dejó de temblar.
-¿Qué ha pasado? – Morgana tenía los ojos ausentes, se había despertado pero todavía no era consciente de dónde se encontraba, estaba desorientada- ¿Por qué me despiertas así, en mitad de la noche?
-¿Cómo, no te acuerdas? –Merlín estaba empezando a ponerse nervioso- estábamos en la cama y he ido a prepara la cena, son sólo las once de la noche. No me ha costado más de cinco minutos preparar la cena y traerla –el joven hizo un ademán y señaló la bandeja con fruta que había apoyada en la cómoda- y cuando estaba entrando por la puerta te he visto temblando. He tenido que despertarte –el tono de Merlín era más de disculpa que de preocupación, pero eso no implica que no estuviera preocupado-.
- ¿Sólo son las once? –Morgana no daba crédito, acababa de tener un sueño largísimo, no podía haber soñado tan sólo cinco minutos...- He soñado con Elena, con dos días de su vida. No puedo llevar tan poco durmiendo – cruzó los ojos con los de el joven, y comprendió que él tenía razón.- es increíble.
-¿Ahora me vienes con cosas increíbles? ¿Después de todo lo que hemos visto? –el rostro del joven muchacho se relajó considerablemente, aunque todavía se reflejaba la preocupación en su semblante. Sonrió.- Venga, cuéntame esa historia mientras cuido de ti, sé que te mueres de ganas.

Morgana le relató la primera parte de su sueño, aunque apenas se acordaba de los pequeños detalles. Supuso que era un sueño de otro día y se había fusionado con el que acababa de tener. En él, la druidesa Elena, se hallaba aterrada en un bosque, desorientada y con algo o alguien que la perseguía. Conseguía conjurar una densa niebla para protegerse y se quedaba dormida en al resguardo de un árbol, muerta de frío, mientras notaba que algo se apoyaba contra ella para ayudarla a mantener el calor. La segunda parte del sueño…

viernes, 6 de abril de 2012

Frío y Niebla


“Algo se ocultaba en la maleza, y acechaba a la joven Elena. Era una intempestiva hora de la madrugada más fría del año, y si bien no hacía demasiado frío, el viento aullaba con fiereza y fuerza inusitadas, colándose entre la ropa otrora hermosa, ahora sucia y desvaída de la preciosa muchacha. Hecho jirones, aquel precioso vestido vestigio de tiempos mejores ahora parecía un sencillo conjunto de camiseta y minifalda.
Elena, a pesar de hallarse acalorada por la intermitente carrera que tan pronto la dejaba sin aliento como la hacía reducir el paso para atravesar unos matorrales tratando así de despistar a sus perseguidores, sentía frío. No era un frío natural, sino ese frío que uno siente cuando sabe que algo no está en su sitio. Aprovechó aquél súbito aullido de aquél lobo solitario para detenerse, al refugio de un vasto roble que el tiempo, o el hombre, había derribado.
El tamaño de aquél árbol era descomunal, mucho, no, muchísimo más grande de cualquier árbol que la joven hubiera visto hasta la fecha. Ese refugio improvisado le cedió el tiempo necesario para serenarse y respirar profundamente. Más tranquila, más calmada, pensó detenidamente por primera vez en días. Aquello no le gustaba, prefería el ritmo frenético en que se hallaba envuelta durante las últimas lunas, porque cada vez que podía tranquilizarse, recordaba el intenso rojo del fuego y la sangre, danzando ante aquella horrible visión que presenció tiempo atrás. Desde entonces había huido, aterrada. Protegía lo que le habían entregado, pero, por encima de todo, se protegía a sí misma. Y ahora estaban a punto de alcanzarla, a no ser que…
Elena cerró los ojos, dejándose llevar por lo que en aquél momento le pareció que era su intuición. Se irguió, alcanzando su máxima altura y a pesar de ello, seguía oculta tras aquel majestuoso roble. Alzó sus brazos y comenzó a recitar lo que parecía ser un encantamiento en una lengua extraña, totalmente desconocida para ella, y la niebla empezó a brotar del suelo, otorgándole a aquél oscuro y frío bosque un toque de lo más fantasmagórico. Durante varios minutos, la joven y hermosa muchacha siguió canalizando su hechizo, y la niebla siguió naciendo y haciéndose más densa por momentos. Eso serviría para despistar a sus perseguidores, pero por si acaso, añadió al hechizo un seguro, que haría que cualquier ser vivo que se acercara a aquél roble diera media vuelta sin darse cuenta de ello, evitando el paraje en que ella se encontraba.
Cuando abrió los ojos, sintió todo el frío del ambiente, y se encontraba sin apenas fuerzas. Se dejó caer en el suelo, y lentamente se acercó al tronco del árbol yaciente para recostarse contra él. Hubiera deseado tener una manta con ella para poder refugiarse de la fría noche. Se hizo un ovillo, abrazando con su brazo izquierdo sus piernas, que ahora se hallaban cerca de su pecho. Y entre las rodillas, su mano derecha y su pecho, descansaba una pequeña cajita. Elena podía sentir cómo la caja palpitaba, ayudándola a no congelarse, y pensó que quizás el hechizo que acababa de realizar lo había hecho inconscientemente gracias a su poder.
Mientras su cansada mente se maravillaba por aquello, notó unas pisadas, rápidas y leves, cerca de allí. Sabía que no era una persona, por la cadencia de las pisadas y porque eran mucho más gráciles de lo que cualquier ser humano sería capaz de hacer, pero estaba tan cansada que sus ojos no querían abrirse. Las pisadas fueron acercándose, y a las primeras se le añadieron unas segundas, y a estas, una terceras. Elena cada vez las percibía más cerca, fuera lo que fuesen aquellas piadas, se dirigían hacia donde se encontraba. Qué extraño, el hechizo debería haber impedido que se acercara cualquier ser vivo. Súbitamente, notó calor en sus muslos, algo peludo se había recostado a su lado y las primeras pisadas se detuvieron. Cuando las segundas pisadas se extinguieron, volvió a sentir calor, esta vez en su brazo y su costado izquierdos. Y antes de poder averiguar dónde iban a colocarse el resto de pisadas, se quedó profundamente dormida.”

jueves, 5 de abril de 2012

Lluvia

                      La lluvia se precipitaba atropelladamente contra el suelo en general, y contra las ventanas de las casas en particular. El sordo sonido de las gotas de agua golpeando el mudo vidrio repiqueteaba, dándole a su silenciosa observación del entorno una preciosa sintonía. En aquel baile de sonidos repetitivos y monótonos, tan sólo una sombra se atrevía a desafiar al agua y al frío.

            Perfilando su sombra en las pareces, tenuemente iluminadas por la descolorida luz de las farolas, el joven muchacho corría. Corría cortando el aire, rompiendo el silencio y desafiando a los elementos. Corría bajo una cortina incesante de agua, que caía, arremolinándose en su chubasquero antes de perderse en el pequeño océano en que se había convertido la acera. La gente normal no salía a correr a esas horas, y mucho menos un día tan lluvioso como aquél. Pero él lo necesitaba. Estaba bloqueado, y cuando tenía un bloqueo de tal calibre necesitaba correr. Y poco le importaba a él el tiempo que hiciera.

            Hermes seguía corriendo, mojándose bajo aquella fría ducha natural, que no hacía sino recordarle ese horrible sentimiento que se arremolinaba dentro de su ser. No sólo estaban en guerra, no sólo había perdido a Valquiria, sino que ahora quizás también hubiera perdido a Atenea. Había reaccionado demasiado emocionalmente a aquél beso. Aquél beso que en tan sólo un instante había revuelto todo su mundo, todas sus emociones de una manera sin precedentes. Normalmente, en otras circunstancias se habría dejado llevar. Atenea era sin duda una mujer maravillosa, encantadora cómo sólo ella podía ser. Era atractiva, muy hermosa se mirara por dónde se mirara.

Pero no era eso lo que le turbaba. No, la razón de su desazón era mucho más profunda. Él se había enamorado de Valquiria mucho tiempo atrás. Pero, antes de aquello, el primer amor no correspondido de Hermes, había sido Atenea. Y eso era precisamente lo que atormentaba el juvenil e inmaduro corazón de Hermes. Durante bastante tiempo su corazón había anhelado la proximidad de Atenea, y estar en la misma habitación que ella le hacía estar feliz. Pero un día entreoyó una conversación entre Atenea y Morgana, en la que la primera dejaba bastante claro que no tenía demasiado interés en Hermes. Entonces apareció Valquiria, y Hermes pudo superar esa historia de amor. Y ahora resultaba que aquello podía no haber sido necesario.

Mientras el agua resbalaba en su rostro, mientras sus pies se hundían en todos los charcos de aquél recorrido nocturno, las ideas se arremolinaban en su pecho, como un potente tifón. Quizá aquella conversación entre Atenea y Morgana que llevó a Hermes a los brazos de Valquiria, no fue sincera. Quizá Atenea, avergonzada de que Morgana conociera las inquietudes de su corazón negara algo que sentía por el muchacho. Quizá Hermes y Atenea hubieran podido estar juntos mucho tiempo atrás. Quizá hubieran podido ser felices en otro tiempo, pero ahora… ahora Hermes no sabía que pensar.

El joven muchacho cargaba con la culpa de haber traicionado los sentimientos por Valquiria, los de ella hacia él, y los suyos hacia Atenea en un primer momento. Ahora no estaba cómodo con la posibilidad de iniciar una relación sentimental con Atenea. Quizá. No estaba seguro. No lo tenía claro, y no sabía si quería arriesgarse a una relación con alguien a quién no supiera hacer feliz. Mientras estas y otras ideas similares salpicaban su mente, las gotas de agua seguían precipitándose hacia el vacío, abandonando las nubes con ansías de explorar un nuevo mundo, y de conocer un nuevo amanecer. Gracias a esas temerarias gotas de agua que inundaban el mundo poco a poco, los seres humanos podían alegrarse de que saliera el sol tras la tormenta, y deleitarse con la extraordinaria aparición del arcoíris. Pero esa, es otra historia.

lunes, 26 de marzo de 2012

Dark Enterprise

El hueco sonido de los pasos, silenciado por las suelas de goma de las botas militares repiqueteaba por todo el largo pasillo. El lugar, tenuemente iluminado apenas estaba aireado, dadas sus dimensiones, por lo que parecía estar bajo tierra. Aquél lugar, de hecho, no era muy transitado, ya que eran las dependencias secretas de un grupo para-militar no-gubernamental. En ese instante, cuatro mercenarios perfectamente conjuntados, escoltaban a una mujer V.I.P, de la que dependía plenamente su cruzada. De no ser por ella, seguramente su movimiento –así como las verdaderas intenciones del grupo- estaría abocado al más rotundo de los fracasos.

Era algo impensable, ya que durante siglos, habían estado rigiendo el país, bajo la atenta mirada de sus colaboradores, en otros países. De hecho, ellos estaban al corriente de quiénes eran las personas que auténticamente controlaban el mundo, y no, no tenían nada que ver con Estados Unidos. De hecho, doscientos años atrás, en el viejo continente se acordó una maniobra de distracción que le otorgara falso poder al nuevo continente, convirtiendo así a los neonatos Estados Unidos, en una especie de chivo expiatorio. De esa manera, otorgándoles un poder inexistente pero con apariencia real, su asociación permanecería en la sombra, y a salvo. Pero recientemente, un misterioso grupo había estado presionando desde las sombras su movimiento. Eso, era imperdonable, y ese grupo debía ser aniquilado con todo su poder.

Claro que, había un pequeño error de cálculo, y es que ese grupo no era un grupo desorganizado de personas normales. No, tenían un poder especial. Un poder que les había puesto en jaque varias veces en la historia, y parecían ser la continuación de su más fiero enemigo, al que, hasta ahora, consideraban extinto. Pero con aquella frágil mujer en su control, y con la correcta presión en sus puntos débiles, podrían corregir aquél error de una vez por todas.

Clara Hernández estaba siendo escoltada hacia la junta de las sombras, como de costumbre, por un importante contingente. Era obvio que no la tomarían a la ligera, ya que la primera vez que se vio en aquella situación, retenida contra su voluntad por aquél grupo, había acabado con quince mercenarios antes de que pudieran reducirla. Antes de que le mostraran una foto de su hija, de tres años de edad, amordazada y con una pistola en la cabeza. Hubiera sacrificado cualquier cosa en su poder, cualquiera, excepto a su hija. Tenían su punto débil, y en cuanto se dio cuenta de aquello, se desplomó, sollozando.

Había sido una ingenua, pensando que había ocultado bien su identidad, que su familia estaría a salvo. En aquel preciso instante, se arrepintió de todo. Hubiera preferido no involucrarse jamás con aquél grupo, dejar que el mundo se deteriorara por su propia ignorancia, y que se pudriera, como la fruta del falso paraíso que era. Pero, en aquel momento, le pareció una buena opción luchar por sus ideas… oh, qué equivocada había estado, y qué alto era el precio que le tocaría pagar…

Habían pasado varios meses desde aquella derrota, y sabía que ya nunca sería libre. Había intentado encontrar algún punto débil en la estructura de sus captores, pero no había ninguno. Era un grupo demasiado fuerte para que una sola joven pudiera perforarlo, y más cuidando de su hija pequeña. Además, ya no tenía a dónde huir. Su marido había sido violentamente asesinado por aquél grupo, y ella había traicionado a las personas más importantes para ella, después de su hija. La única razón por la que seguía viva, era que quería terminar de criar a su hija, para que fuera una mujer íntegra y fuerte.

Ahora, todas sus esperanzas y sus sueños, descansaban en los hombros de su hija, porque Clara, bastante tenía con cargar con sus pecados. No podía conciliar el sueño por las noches, y para ella, cada despertar era una tortura. Tan sólo la risa de su hija parecía mitigar aquel castigo, pero ella no podía reír lo suficiente, ni tan alto, cómo para ahogar el sonido de su llanto.

Finalmente, habían llegado frente a la puerta de la junta, una sólida puerta de metal blindado decorada de tal manera que parecía una antigua puerta de roble macizo. Aunque intentaba ser fuerte, y mostrar que todavía mantenía su dignidad intacta, las lágrimas resbalaban por el rostro de Clara con inusitada vehemencia. Se preguntaba a quién le tocaría el turno ahora, quién de sus amigos iba a morir esta vez por su culpa. Y con aquél pensamiento, llena de furia y de desolación, atravesó aquél umbral, deseando que, aquella primera vez que la apresaron, antes de secuestrar a su hija, hubieran acabado con su vida. Pero a ella no se le permitía morir. No todavía.