martes, 28 de agosto de 2012

Ferreiros


          Quizá no fuera exactamente lo que parecía ser, y sin embargo, lo era. Quizá pareciera algo tórrido y fuera de lugar, y sin embargo, no lo era. El caso es que allí, amparados por los árboles en un pequeño bosque, se encontraban ellos, ajenos a todo lo que les rodeaba, mientras los peregrinos recorrían la senda señalada por siglos y siglos de recorrido. 
        La joven, acusaba el cansancio de varias jornadas sin descanso forzando su cuerpo al límite, se hallaba agotada, y con la moral minada. El muchacho, en cambio, se encontraba cómodo y relajado, a pesar de llevar más del doble de tiempo de camino. Se hallaban cerca del final de su viaje, y sin embargo, ella no podía más. No quería rendirse, y no obstante, no tenía fuerzas para continuar, por culpa del dolor. Aquél día, la joven se había detenido en aquel pequeño pueblo, en medio de ninguna parte, agobiada por sus molestias y con un humor sombrío. Hacía días que arrastraba un problema en el gemelo de la pierna derecha, y, al no haber descansado, esa molestia se había extendido, creando nuevos dolores en ambas piernas. 
        El joven, cuando la vio detenerse, se acercó a ella, y le sonrió. Intentó animarla, cómo estaban haciendo sus nuevos amigos, una pareja de coreanos, Chloe y Paul, pero era una tarea difícil y complicada. Finalmente, dejando atrás sus propios planes para el día, y sus propios intereses, decidió quedarse en aquél pequeño lugar, apartado de todo y de todos, para conseguir que aquella joven, volviera a sonreír, aunque fuera un poco. Por instinto, adivinó que debía permanecer a su lado, para enseñarle a ver cosas que no podía ver.
        
          Así las cosas, inseguro y preocupado, el chico se ofreció a dar un masaje en las cansadas y aquejadas piernas de la muchacha, con intención de ayudar al proceso de recuperación y acelerarlo. Nunca había dado un masaje como el que se ofrecía a dar, y no sabía si podría hacerlo bien, pero sabía que tenía que intentarlo, que ese era el motivo por el que su camino y el de ella se habían encontrado. La joven extranjera, entre extrañada y divertida, accedió. 
      Y así empezó aquél espectáculo que parecía ser lo que no era. Los muchachos buscaron un lugar apartado del pueblo, y encontraron, al lado del albergue, un pequeño bosquecito con un árbol cuyas raíces haría las veces de sillas. Entonces, tras charlar un rato sobre cosas banales y sin mucha trascendencia, el joven se puso manos a la obra. Visto desde fuera, no parecía un masaje, puesto que al estar en la naturaleza y sin sillas, ni mesas, las posiciones de ambos tenían que ser un poco forzadas. A pesar de todo, y aunque pasaban muchos peregrinos por el sendero que había cerca, nadie los vio, o al menos, nadie hizo la menor mención de percibirlos. Es como si aquél bosque quisiera protegerlos, y les ayudara cediéndoles su energía, formando una barrera alrededor de ellos para que nadie los interrumpiera. 
        El joven español empezó a masajear la pierna dolorida de la muchacha, con delicadeza y cuidado, buscando nudos, lugares donde el músculo estaba tan cansado, que no se había relajado completamente y estaba enredado consigo mismo. Cuando encontraba uno de aquellos nudos, sabía, por instinto, qué tenía que hacer. Lo acompañaba a través del hueso hasta los pies de la joven, y se libraba de él, arrojándolo fuera del cuerpo. Sabía que había funcionado porque observaba con detenimiento el rostro de la joven, y cuando se libraba de un nudo, ella dejaba escapar un pequeño gemido de alivio. Repitió el proceso una y mil veces, hasta que no encontró nada en las piernas de la muchacha, y ésta notó que sus músculos estaban totalmente relajados. Sorprendida y enormemente aliviada, la joven se alzó sobre sus renovadas piernas, y estrechó al muchacho entre sus brazos, sonriendo de pura felicidad. El muchacho estaba algo sorprendido, pero agradeció aquél cálido abrazo. Decidieron entonces que irían al bar del pueblo a tomar algo, para probar las piernas de la chica.

         Llegaron al bar bastante más tarde, pues habían estado en el albergue intentando contactar con su familia, y no había demasiada cobertura, precisamente, de modo que perdieron mucho tiempo hasta encontrar el punto exacto donde la cobertura fluía.
En cuanto se acercaron a la barra del bar, la muchacha pidió una cerveza para ella y un té para el joven, y salieron a la terraza, a tomar un poco el escaso aire que corría. Hablaron un poco más, y ambos se sorprendieron de lo bien que había podido andar ella, a pesar de que el camino era cuesta abajo, y eso era lo que más le había costado hacer antes del masaje. A pesar de todo, le seguía molestando el tendón que recorría su gemelo. En cuanto ella lo comentó, el muchacho pensó que podía intentar curarla con energía, aunque no estaba seguro de cómo se hacía, o de si ella estaría interesada en probar. Fuera como fuese, el tiempo voló para ellos mientras reían y charlaban en inglés, el segundo idioma de ambos. Cuando se dieron cuenta de que se estaba acercando la hora del toque de queda del albergue, se marcharon del bar, y se encaminaron hacia su refugio. Mientras remontaban la cuesta, el joven, tímidamente, comentó:

-         He estado pensando, y quizá haya una forma de aliviar el dolor de tu tendón. Si funciona, quizá mañana puedas andar el doble que hoy, sin molestias. Aunque es un método… diferente.
-         ¿De verdad? ¿A qué te refieres con “diferente”? –preguntó la joven, entre aliviada y precavida-.
-         Es un método de sanación alternativo, a través de la energía, pero yo no sé si sabré hacerlo bien, o si tendremos resultados –dijo el muchacho, no muy convencido. No obstante, añadió:-. De todas formas, no creo que pueda ir a peor, y no me gusta mucho verte con esa cara de dolor, aunque acabemos de conocernos.
-         Supongo que no perdemos nada por probar…

Llegaron al albergue apenas tres minutos después, pero no se dirigieron hacia el interior. Pensaron en ir a su refugio, pero el sol ya se había escondido y no sería muy cómodo adentrarse en aquél bosquecillo con tanta maleza con tan poca luz. Así que miraron a su alrededor y vieron una pequeña extensión de césped, justo frente al albergue. Al joven no le hacía mucha gracia intentar curar a través de la energía en un lugar tan expuesto, pero, a regañadientes, se encaminó hacia allí. La joven, por el contrario, parecía algo desconcertada por todo lo que iba a pasar, y no le prestaba la menor atención a su alrededor. Cuando llegaron a la improvisada consulta, se sentaron, nerviosos.
     El joven entonces, con calma y tratando concentrarse en su propia energía y en la energía que lo rodeaba, pidió a la chica que le extendiera su pierna, y la colocara sobre su mano derecha, con la que el muchacho pensaba transmitir energía reparadora hasta el tendón. Como nunca había curado así, tuvo una idea. Era extraño, porque pese a no saber a ciencia cierta lo que hacía, sentía como si algo, en su interior, se lo estuviera susurrando.
Avisó a la chica de que aquello le iba a doler un poco, y le pidió que cerrara los ojos y se concentrara en aquél dolor que iba a sentir, y lo retuviera en su mente. Entonces, sin avisar, presionó el tendón del gemelo de la muchacha, que ahogó un grito en su mente, mientras empezaba a visualizar el dolor. Se lo dijo al muchacho, que dejó de presionar, y le preguntó qué color veía, mientras cerraba sus propios ojos. Rojo, le dijo ella, a la vez que un círculo inmenso de color rojo aparecía en la conciencia del chico.
Él era capaz de sentir lo que ella sentía y de visualizar lo mismo que ella estaba viendo, pero, aunque estaba enormemente sorprendido, no perdió la concentración y utilizó aquello para curarla. A través de los cambios en la forma y el color de aquél dolor, intentó diluirlo. Le pidió a la chica que visualizara aquél dolor cambiando y haciéndose cada vez más fino, hasta que se desintegrara. El círculo rojo pasó a ser un hexágono, naranja, y luego un triángulo invertido, de color morado. Pasó a ser una especie de nube de gas azul, y poco a poco, fue deshaciéndose en sus mentes.
Cuando el chico no era capaz de sentir nada, se obligó a enviar un poco más de energía hacia ella, aunque eso pudiera agotarlo. Abrió los ojos, satisfecho, y le dijo a la chica que habían terminado y que podía abrir los suyos también. Ella lo hizo, y, gratamente sorprendida soltó un gritito, diciendo que ya no sentía el dolor del tendón, que se había ido.
Por segunda vez aquél día, ella lo abrazó, y esta vez, más tranquilo, él le devolvió el abrazo.