miércoles, 13 de febrero de 2013

Camino


Llevaban casi una hora de viaje, pero estaban cansados y agobiados por el calor, a pesar del aire acondicionado. Al inicio del viaje, a los pies del Moncayo y con el sol todavía alzándose, habían tenido frío, pero ahora, lejos de las montañas y con el sol ascendiendo más cada minuto que pasaba, la sensación era totalmente diferente. Tras una escueta llamada al teléfono móvil de Nacho, Lucía le dijo a Irene que los dos chicos estaban de acuerdo con detenerse en la próxima área de servicio. De ese modo salieron del coche a estirar las piernas, pero intentaron no estar mucho tiempo a la intemperie, ya que el aire caliente les golpeó con una dureza inusitada. La sensación era similar a pasar demasiado tiempo en una sauna a cuarenta grados.
El área de servicio estaba un tanto destartalada, las puertas metálicas tenían rastros de óxido y las ventanas estaban sucias y no permitían ver bien el interior. Una vez que atravesaron el umbral, vieron que las mesas y sillas de madera estaban desgastadas por el uso habitual de cientos de clientes que buscaban en aquél punto en medio de ninguna parte un pequeño respiro. Los ventiladores hacían un ruido ensordecedor y apenas refrescaban a los muchachos. Irene y Lucía aprovecharon para ir al aseo mientras Matt y Nacho pedían unos refrescos. Dani se entretuvo preguntando un par de cosas a una pareja de extranjeros que estaban sudando abundantemente en una mesa apartada de los rayos de sol que se colaban entre el polvo de las ventanas.
-      Recuérdame que vaya al servicio cada vez que vea un baño en condiciones –estaba diciéndole Lucía a Irene muy molesta-, porque me niego a volver a pasar por esto. ¡Dios! ¡Podrían haberme dado un puesto en el Circo del Sol si me hubieran visto!
-      Mira que eres exagerada maña –le contestó Irene entre risas-. Vale que no era un baño muy higiénico, pero los hemos visto peores en el casco. Acuérdate de aquella noche que te “sacó” a bailar el congoleño…
-      Cállate, no me lo recuerdes –cortó rápidamente Lucía, sonrojándose y mirando de reojo a Matt, que estaba cogiendo tres vasos de refresco y acercándose a una mesa situada justo debajo de un ventilador-. Además, no sé cómo te acuerdas de eso, si estuviste toda la noche pegada al móvil. Por cierto, eso me recuerda… Nacho, cuéntanos algo del viaje que hiciste con tu familia a Egipto, que yo apenas te he escuchado hablar de eso – Irene miró furibunda a Lucía, ya que sólo le había faltado decir claramente que Irene estuvo esperando tener noticias de Nacho toda la noche-.

Mientras Dani se despedía de la pareja y se sentaba en la mesa en la que se habían sentado los otros cuatro, Nacho empezó a quejarse sobre el viaje que había hecho a Egipto, que apenas salieron de El Cairo, y que no tuvo tiempo de ver nada interesante porque estaba ayudando a su padre a cerrar un negocio (su padre tenía una tienda de antigüedades en Zaragoza especializada en vender objetos de países extranjeros) con una familia que apenas entendía el inglés. Estaba relatando que el té que se tomó en la casa de aquella familia fue el que más le había gustado hasta la fecha, cuando oyeron un extraño chirrido y se abrió la puerta del local de repente y con demasiada violencia. Entraron en el bar un par de estrafalarios motoristas que parecían el punto y la i.
Uno de ellos era alto y delgado, tanto que parecía imposible que anduviera erguido, y el otro pequeño y regordete, que más bien parecía el perro de presa del primero. Entraron como si aquella fuera su casa, hablando a voz en grito y criticando la música que estaba sonando, apenas audible, por los altavoces. Dirigieron una hostil mirada al grupo, casi condescendiente, antes de encaminarse a la barra a pedir un par de cervezas. A mitad de camino, el alto se detuvo, y girándose se encaminó a la mesa de los amigos.
-      Eh, vosotros, ¿no sois de por aquí verdad? –les preguntó con un tono más hostil y amenazante de lo que podía considerarse educado. Al ver que no le contestaban, continuó-. No, eso me parecía a mí. Deberíais tener cuidado, por esta zona no nos gustan los niñatos de ciudad que nos miran por encima del hombro…
-      Ya, supongo que preferís intimidar a la gente y reíros cuando os ignoran asustados –intervino Matt, levantándose despacio de la silla. No era muy alto, pero aquel macarra que le pasaba casi una cabeza, retrocedió al instante, intimidado-. Pues no creo que eso vaya a pasar hoy, aunque hace demasiado calor y no me apetece tener una bronca de buena mañana. Y además, ninguno de los cinco somos de ciudad. Ve a tomarte un zumo de naranja, o algo, y déjanos en paz.

El punto se acercó, dispuesto a socorrer a la i, pero éste le retuvo, y fulminando a Matías con la mirada, se dirigió hacia la barra. Lucía se había quedado boquiabierta, Nacho elogió la sangre fría de Matías, e Irene por su parte dijo que era demasiado chulo y que algún día le partirían la cara, lo que le costó una reprobatoria mirada de Nacho. Dani simplemente se había divertido con el espectáculo, que sentía que no iba con él.