Llevaban casi una
hora de viaje, pero estaban cansados y agobiados por el calor, a pesar del aire
acondicionado. Al inicio del viaje, a los pies del Moncayo y con el sol todavía
alzándose, habían tenido frío, pero ahora, lejos de las montañas y con el sol
ascendiendo más cada minuto que pasaba, la sensación era totalmente diferente.
Tras una escueta llamada al teléfono móvil de Nacho, Lucía le dijo a Irene que
los dos chicos estaban de acuerdo con detenerse en la próxima área de servicio.
De ese modo salieron del coche a estirar las piernas, pero intentaron no estar
mucho tiempo a la intemperie, ya que el aire caliente les golpeó con una dureza
inusitada. La sensación era similar a pasar demasiado tiempo en una sauna a
cuarenta grados.
El área de servicio
estaba un tanto destartalada, las puertas metálicas tenían rastros de óxido y
las ventanas estaban sucias y no permitían ver bien el interior. Una vez que
atravesaron el umbral, vieron que las mesas y sillas de madera estaban
desgastadas por el uso habitual de cientos de clientes que buscaban en aquél
punto en medio de ninguna parte un pequeño respiro. Los ventiladores hacían un
ruido ensordecedor y apenas refrescaban a los muchachos. Irene y Lucía
aprovecharon para ir al aseo mientras Matt y Nacho pedían unos refrescos. Dani
se entretuvo preguntando un par de cosas a una pareja de extranjeros que
estaban sudando abundantemente en una mesa apartada de los rayos de sol que se
colaban entre el polvo de las ventanas.
-
Recuérdame que vaya al servicio cada vez
que vea un baño en condiciones –estaba diciéndole Lucía a Irene muy molesta-,
porque me niego a volver a pasar por esto. ¡Dios! ¡Podrían haberme dado un
puesto en el Circo del Sol si me hubieran visto!
-
Mira que eres exagerada maña –le
contestó Irene entre risas-. Vale que no era un baño muy higiénico, pero los
hemos visto peores en el casco. Acuérdate de aquella noche que te “sacó” a
bailar el congoleño…
-
Cállate, no me lo recuerdes –cortó
rápidamente Lucía, sonrojándose y mirando de reojo a Matt, que estaba cogiendo
tres vasos de refresco y acercándose a una mesa situada justo debajo de un
ventilador-. Además, no sé cómo te acuerdas de eso, si estuviste toda la noche
pegada al móvil. Por cierto, eso me recuerda… Nacho, cuéntanos algo del viaje
que hiciste con tu familia a Egipto, que yo apenas te he escuchado hablar de
eso – Irene miró furibunda a Lucía, ya que sólo le había faltado decir
claramente que Irene estuvo esperando tener noticias de Nacho toda la noche-.
Mientras Dani se
despedía de la pareja y se sentaba en la mesa en la que se habían sentado los
otros cuatro, Nacho empezó a quejarse sobre el viaje que había hecho a Egipto,
que apenas salieron de El Cairo, y que no tuvo tiempo de ver nada interesante
porque estaba ayudando a su padre a cerrar un negocio (su padre tenía una
tienda de antigüedades en Zaragoza especializada en vender objetos de países
extranjeros) con una familia que apenas entendía el inglés. Estaba relatando
que el té que se tomó en la casa de aquella familia fue el que más le había
gustado hasta la fecha, cuando oyeron un extraño chirrido y se abrió la puerta
del local de repente y con demasiada violencia. Entraron en el bar un par de
estrafalarios motoristas que parecían el punto y la i.
Uno de ellos era alto
y delgado, tanto que parecía imposible que anduviera erguido, y el otro pequeño
y regordete, que más bien parecía el perro de presa del primero. Entraron como
si aquella fuera su casa, hablando a voz en grito y criticando la música que
estaba sonando, apenas audible, por los altavoces. Dirigieron una hostil mirada
al grupo, casi condescendiente, antes de encaminarse a la barra a pedir un par
de cervezas. A mitad de camino, el alto se detuvo, y girándose se encaminó a la
mesa de los amigos.
-
Eh, vosotros, ¿no sois de por aquí
verdad? –les preguntó con un tono más hostil y amenazante de lo que podía
considerarse educado. Al ver que no le contestaban, continuó-. No, eso me
parecía a mí. Deberíais tener cuidado, por esta zona no nos gustan los niñatos
de ciudad que nos miran por encima del hombro…
-
Ya, supongo que preferís intimidar a
la gente y reíros cuando os ignoran asustados –intervino Matt, levantándose
despacio de la silla. No era muy alto, pero aquel macarra que le pasaba casi
una cabeza, retrocedió al instante, intimidado-. Pues no creo que eso vaya a
pasar hoy, aunque hace demasiado calor y no me apetece tener una bronca de
buena mañana. Y además, ninguno de los cinco somos de ciudad. Ve a tomarte un
zumo de naranja, o algo, y déjanos en paz.
El punto se acercó,
dispuesto a socorrer a la i, pero éste le retuvo, y fulminando a Matías con la
mirada, se dirigió hacia la barra. Lucía se había quedado boquiabierta, Nacho
elogió la sangre fría de Matías, e Irene por su parte dijo que era demasiado chulo y que
algún día le partirían la cara, lo que le costó una reprobatoria mirada de
Nacho. Dani simplemente se había divertido con el espectáculo, que sentía que
no iba con él.