jueves, 5 de marzo de 2015

Noche de Acampada

     Con la mirada perdida en la lejanía, su perfil se recortaba contra el azul del cielo. Observaba las nubes blancas que nacían y morían ante sus ojos, o quizá la abrupta orografía que cubría el horizonte. Sea como fuere, llevaba allí el tiempo suficiente como para que sus piernas estuvieran entumecidas y cansadas. Trató de levantarse y sus huesos crujieron. Sus músculos protestaron por el repentino movimiento al que eran sometidos y se sorprendió pensando que tenía que hacer más ejercicio si no quería echarse a perder, diez años atrás su cuerpo no habría protestado tanto. Hacerse mayor era un asco.
     A pesar de que sus pensamientos divagaban, todavía llevaba colgada esa media sonrisa de felicidad que le había aportado su calmada contemplación del paisaje. Se encontraba en ese estadio de paz casi trascendental que rara vez vivimos pero que tanto bien nos hace. Se encaminó hacia el punto de acampada dónde seguramente ya la estarían esperando los demás. Se había levantado antes que nadie y por no molestar al resto, se había puesto a caminar por el bosquecillo de pinos. Antes de que pudiera darse cuenta había cruzado el bosquecillo y había llegado a un pequeño acantilado en el que se había sentado por no volver pronto al campamento. Para ella era tan extraña esa sensación de no hacer nada que no sabía muy bien cómo pasar el tiempo.
     Cuando por fin llegó al claro en el que se encontraban sus compañeros, observó que estaban teniendo una acalorada discusión sobre quién sabe qué. Eva y Marcos estaban rojos de tanto gritarse el uno al otro, pero teniendo en cuenta que el resto estaba riéndose a carcajadas, no podía ser algo demasiado importante. Claro que ella era la única que sabía que habían tenido un "algo" unas semanas atrás, cuando volvían a casa después del cumpleaños de Lucía. Si fueran honestos y se dijeran lo que pensaban... bah, ya eran mayorcitos cómo para saber qué era lo que más les convenía hacer al respecto. Ella llegó, bordeó las tiendas de campaña y se sentó en un tocón que se había convertido en su espacio personal. Ni se habían dado cuenta de que había llegado.

     En mitad de la noche, el cierzo comenzó a soplar con fuerza, aullando y empujando las tiendas desde todos los lados. Violentas ráfagas de viento se abrían paso por las diminutas aperturas que había en las lonas. Así era imposible dormir. Se vistió con lo primero que pilló (unos pantalones vaqueros recortados de aquellas maneras y una camiseta blanca que le quedaba holgadísima) y salió de su tienda. Volvió unos segundos después a por una chaqueta porque rascaba un poco y de nuevo salió fuera. Veía las siluetas de sus compañeros en las tiendas, todas estaban iluminadas porque sus habitantes se habían despertado como ella, menos la de Jorge. Dios, se preguntó qué haría falta que pasara para despertar a Jorge. Mientras observaba el percal apoyada en el tronco de un pino que había en el linde del campamento, Félix se acercó a ella. No lo vio llegar porque estaba distraída y él era muy sigiloso, así que se sobresaltó cuando le dijo:

- Qué, ¿te aburrías dentro de la tienda? -Félix compuso su media sonrisa habitual-.
- Pues un poco sí, hay demasiado ruido como para ponerse a leer o algo. Y dormir es imposible, claro -Elena sonrió-. ¿Y tú qué?
- Aquí fuera no hay mucho que hacer tampoco, y este maldito cierzo se mete por los cuatro costados. Iba a ir a dar un paseo cuando he visto que salías de tu tienda. Parece que eres la única valiente aquí, ¿te animas? -Él inclinó un poco la cabeza a un lado mientras encogía los hombros levemente, como señalando una dirección y preguntando con el cuerpo a la vez-.
- ¿De noche? ¿A dónde piensas ir? Acabaremos partiéndonos una pierna, o algo... a no ser que lo que quieras es alejarme de la gente y meterme mano, ¿eh? -Elena puso la intención suficiente como para que la pregunta fuera medio en serio-.
- Ja. Si quieres descubrirlo, tendrás que seguirme. Además, yo veo bastante bien en la oscuridad, y hay una luna preciosa que arroja un montón de luz esta noche, no creo que haya mucho riesgo de romperse nada, incluso para alguien tan tiernamente torpe como tú -Félix le guiñó un ojo y Elena le pegó un puñetazo en el hombro-.

       No haría más de diez minutos que se habían alejado del campamento y Elena descubrió que Félix llevaba razón: con aquella luna se veía perfectamente la senda que tenían que recorrer y no había mucho peligro. De hecho, los rayos de luz de luna se colaban entre los árboles e incluso en las zonas más frondosas se veía con suficiente claridad. Iban charlando de cosas sin mucha importancia. Siempre habían sido buenos amigos, pero ella disfrutaba de ratos como aquellos en los que crecía su intimidad. En un arrebato de caballerosidad literaria, Félix se adentró entre los árboles y tras unos minutos de suspense, volvió con un regalo para Elena. Bromeó diciendo que sintió un impulso y que sabía que en aquél lugar había algo que estaba destinado a ser recogido por él y entregado a ella, pero cuando Elena vio el pequeño objeto que había entre sus manos, se quedó de piedra. Ella ya lo había visto antes. Había soñado con aquello varias veces en las últimas semanas.

     El sueño era siempre igual. Ella entraba en una habitación oscura y un precioso dragón le entregaba aquél objeto. El color del animal variaba de sueño a sueño, pero sus ojos eran iguales. Unos ojos azules con una pupila alargada que los cruzaba de arriba a abajo. Cuando salió de su asombro y miró a Félix no pudo ver muy bien su rostro porque estaba en penumbra, pero sus brillantes ojos azules tenían una forma extraña...¿No era aquello demasiada casualidad? ¿Qué importancia tenía aquél regalo que acababa de hacerle el joven?

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