Se encontraba alegremente sentada en el borde de una roca desgastada
ya de tanto ser usada de banqueta. Su mirada se alzaba al cielo y contemplaba
distraída la miríada de estrellas que parecían estar clavadas en aquél enorme
lienzo oscuro que componía el firmamento. Aquél reflejo pacífico y eterno, se
sorprendió pensando, no se parecía en absoluto al caos de su desbordada
imaginación.
Desde que era niña veía cómo su imaginación cobraba
vida en cualquier momento, hasta el punto de ver una historia completa desfilar
ante sus ojos mientras observaba la superficie de un lago mecida por el viento.
Allí, en vez de fantasear con animales marinos cómo cabría esperar, ella era
capaz de descubrir la historia de Talud el Elefante, el último paquidermo del
espectáculo del circo Presagio. Aquella
singular habilidad le había costado numerosos problemas en su corta vida, y a
menudo se lamentaba por ello. No era capaz de concentrarse en nada, y a raíz de
su “don” veía pasar las oportunidades silbando delante de sus narices sin que
pudiera hacer algo para evitarlo.
Aquella era la finalidad de su excursión nocturna
al Lago del Olvido. Aquél era el motivo de que se encontrara allí sentada.
Quería cambiar su forma de ver el mundo, su forma de vivir. La calmada
contemplación del universo siempre la ayudaba a tomar distancia. Allí se sentía
una pieza más de un inmenso rompecabezas, cuya única finalidad era encajar en
su sitio. Pero claro, ese era parte del problema, porque no tenía ni idea de
cuál era su lugar.
La suave brisa que la envolvía cuando llegó a su
lugar de pensar se había convertido poco a poco en un fuerte viento que azotaba
sin piedad la superficie del lago y a ella misma. Soplaba entre los árboles y
los obligaba a bailar al son que tocaba, como forzaba a los animales a buscar
refugio allí dónde lo encontraran. El viento arrastraba hojas anaranjadas, ahora
recogidas del suelo y ahora arrancadas de las delgadas ramas de sus dueños. A
nuestra joven amiga le fastidió mucho tener que dejar lo que estaba haciendo,
pero no se había llevado ropa de abrigo y aquél maldito viento la empezaba a
hacer tiritar.
Tenía una larga caminata hasta casa, así que
buscaría algún lugar en el que el viento no pudiera entrar, porque la temperatura
todavía era agradable. Deambuló observando por aquí y por allá hasta que
encontró lo que buscaba: un tronco derribado con las raíces fuera. Parecía un bonsái
que alguien hubiera arrancado para trasplantarlo pero que se hubiera quedado
allí sin lugar al que ir. Ella se acercó más y comprobó que el viento chocaba
contra las raíces, así que en la parte de la base del tronco estaría a salvo
del viento. Aunque la luna brillaba más que nunca en el cielo, lo mejor era moverse
con cuidado porque había muchas piedras y raíces que podían hacerla tropezar.
Una vez alcanzó su destino vio algo que hizo que su
sangre se helara en sus venas. Se quedó allí, pasmada, observando cómo un lobo
herido se lamía una pata. Encima del tronco, bastante por encima del lobo, un
gato observaba la situación con recelo. Mira no sabía qué hacer, pero sintió
una intensa oleada de compasión por el animal, así que decidió acercarse
despacio. Cuando el lobo la intuyó, alzó la vista y llevando la piel del morro
hacia atrás le enseñó los dientes a la vez que empezaba a gruñir. No quería que
lo molestaran. Mira entonces se dio cuenta de algo: aquél lobo no era demasiado
grande, por lo que debía ser un cachorrillo que se hubiera perdido. Levantó su
mano y la puso delante del cuerpo, hacia el temeroso animal. También empezó a
emitir un siseo suave, el mismo sonido que hace una madre cuando quiere tranquilizar
a su pequeño cuando llora. El lobo siguió gruñendo, pero cada vez con menos
determinación, hasta que finalmente dejó de hacerlo y volvió a lamerse la pata.
Mira se acercó lo suficiente y se sentó a su lado. Entonces
acercó una mano hacia el animal y la dejó a mitad de camino, esperando que el
lobo la buscara. No pasó mucho tiempo hasta que la curiosidad del cachorro hizo
que empezara a olfatear la mano de la joven. Poco después ella empezó a
acariciar la cabeza del lobezno y vio que a él le encantaba. Entonces ella
desvió su vista hacia la pata del animal y vio qué era lo que le molestaba:
algo se había enredado alrededor de la corva de la pata y le impedía doblarla
con normalidad.
La joven, muy despacio, empezó a acercar sus manos
hacia la pata, pero el animal se revolvió incómodo. Entonces Mira volvió a
acariciarle la cabeza con su mano izquierda mientras con la derecha terminaba
de acercarse a la zona delicada. Entonces, con suma delicadeza, Mira empezó a
desenvolver aquél trozo de plástico. Tiraba por aquí y por allí con cuidado, y
cuando cedía un poco lo movía hacia el extremo de la pata. Unos pocos minutos
después, el lobezno ya era libre. Estiró y dobló la pata para asegurarse y se
la lamió. Luego miró satisfecho a la joven, quién le acarició detrás de las
orejas. Podía apreciarse la felicidad en el rostro del animal, al igual que en
la tez de la joven muchacha, que se sentía satisfecha consigo misma. Estuvo
bastante rato allí sentada, protegida del viento con su nuevo amigo, pero no
pasó mucho hasta que el gato que los había estado observando desde arriba del
tronco se uniera a la fiesta. Aquella era una noche mágica, ¿Qué otras
sorpresas le deparaba?