*Cancamusa, pichón, perroflauta, doritos,
Ecuador, jipiar, guaje, plurisexualidad, cerveza, megatrón.
Se hallaba en
medio de una acalorada discusión en el bar de su hotel en Quito, Ecuador. Acababa de terminar la
carrera, licenciándose en Literatura en la universidad de Harvard, y había
decidido pasar un verano inolvidable visitando diversos países de América del
Sur. Entre cerveza y cerveza,
picando doritos, patatas y frutos
secos, la conversación avanzaba cada vez más fluida. Henry se había encontrado
en el hotel a un grupo de turistas europeos y conversaban en un popurrí de
lenguajes en el que ningún tema era tabú. Hacía poco una de las chicas, Cornelia,
una alemana que destacaba en la multitud primero por su despampanante físico y
después por su inusitado desparpajo, había empezado a hablar sobre cómo la
sociedad cada vez avanza más hacia la plurisexualidad.
Cornelia estaba manteniendo una relación abierta con Hans y Sofía, una pareja
de Austria que había conocido en el avión.
Según
Cornelia, los roles de género cada vez se difuminaban más y más, y terminarían
convirtiendo las relaciones tradicionales en la excepción. Henry por su parte
mantenía una sana y tolerante visión al respecto, aunque difería en el concepto
de relaciones tradicionales. Al fin y al cabo en las antiguas civilizaciones el
amor romántico no existía y el sexo entre personas del mismo sexo era tan común
y normal como el sexo entre personas de diferente género. Además, Henry estaba
convencido de que si los más oscuros deseos de la mayoría de las personas
guardan relación con bacanales y desfases similares, por algo será.
Horas más
tarde, visiblemente afectada por el desenfreno al que se había sometido,
Cornelia se levantó y besó apasionadamente a Henry, dejándolo estupefacto.
-Bueno, pichón, espero verte esta noche en el
concierto de Megatrón. Creo que
todos los demás van a ir –Cornelia volvió a besar a Henry, tratando de
convencerle de que le convenía dejarse caer por el concierto-.
-Mmm. Creo que
será interesante, tienen pinta de tocar muy, pero muy bien –sus ojos,
juguetones, chispeaban a causa del alcohol mientras observaba embelesado a
Cornelia. Ella rio y se despidió con un ademán y una sonrisa-.
Henry se
levantó, un poco encorvado y se encaminó hacia los ascensores que se
encontraban junto a la puerta del bar.
-¡Eh, guaje! –Le gritó Marta, una jovencísima
española de pelo rizado y pecas que le conferían un encantador aspecto
inocente-. Te olvidas la cartera, Cassanova –le dijo mientras se la lanzaba-.
Cuando Henry
llegó a la puerta de su habitación, que se encontraba en la cuarta planta, vio
que Cornelia estaba sentada al final del pasillo, en su puerta. Quizá se había
dejado la llave en el bar y le daba pereza ir a buscarla.
-¡Cornelia!
¿Qué haces allí sentada? –gritó el joven, quizá con más vigor del que
esperaba-. ¿No puedes entrar? Ven aquí, todavía me queda algo en el mueble-bar,
si quieres.
La bellísima
alemana se levantó y avanzó hacia Henry contoneándose. Casi parecía estar
exagerando su movimiento de caderas, pero Henry estaba un poco aceptado y no
podía pensar con claridad. En cuanto la joven lo alcanzó, éste abrió la puerta
y ambos se adentraron en la calurosa habitación, un tanto lúgubre y mal
iluminada. Aun no se había cerrado la puerta y Cornelia se abalanzó sobre
Henry, empotrándolo contra la pared con inusitada violencia. Un gemido escapó
por los labios entreabiertos del joven, pero la muchacha no tardó en
silenciarlo con sus besos.
Alguien llamó
a la puerta, y como no obtuvo respuesta, gritó:
-Eh, mamones,
menos diversión, que vamos a llegar tarde al concierto –les gritó una
estentórea voz masculina, muy grave.
Unos
quince minutos después, tras numerosos intentos de interrupción, Henry estaba
recogiendo su ropa del suelo, y pasándole a Cornelia que todavía yacía en la
cama la suya. Cuando levantó la blusa, una tarjeta cayó al suelo y Henry
sonrió. Se volvió y le dijo a Cornelia:
-Así
que todo eso de estar sentada en el pasillo era una cancamusa. Querías que te invitara a entrar, maquiavélica y
hermosísima mujer.
-Culpable
–reconoció ella, todavía con rubor en sus mejillas, pero un deje de desafío en
su voz-. ¿Me vas a castigar por ello?
Como
toda respuesta oyó una sonora carcajada y su blusa le cayó sobre la cabeza. Se
terminaron de vestir y salieron al pasillo. Hans y Sofía estaban allí sentados,
algo apesadumbrados. La joven sollozaba y oyeron que Hans hablaba con ella.
-Venga
So, ya vale de jipiar. Sabías lo que
había cuando empezó todo esto, pensaba que eras lo suficientemente madura como
para soportarlo. Si no puedes entender que otras personas pueden hacerla feliz,
deberías quedarte al margen. Solo vamos a estar aquí un par de semanas, se
supone que veníamos a pasarlo bien, a ser felices.
-No
lo entiendes Hans. Estoy enamorada de ella. Tanto que me duele, mucho. No es
algo que pueda controlar, o racionalizar. Ha pasado y punto. Prefería que tú te
hubieras liado con ese perroflauta
antes que ella, maldita sea. Me dolería menos.
Henry
y Cornelia se miraron, sin entender que un acto de amor desinteresado pudiera
generar tanta tensión. Se acercaron a la pareja, ella decidida y él un tanto
cohibido. Definitivamente no era así cómo esperaba pasar
su “verano inolvidable”, pero estaba convencido de que aquellos recuerdos
quedarían grabados en su memoria para siempre.
2 comentarios:
He leído hasta la turista alemana.
Físicamente te relato es también luz y oscuridad. Seguiré poco a poco.
Lo que he leído es ameno y claro. 😑😑😑
Me alegro de que lo que has podido leer te haya gustado. He intentado cambiar los colores del blog varias veces, pero no encuentro ninguno que quede mejor que el que está. A ver si un día de estos pierdo unas horas intentando diseñarlo mejor.
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